En la tercera oportunidad, el plástico duro lo golpeó en la cien arrebatándole un gruñido.
Cansado de viajar con miedo e incómodidad, cerró la ventana y pudo dejar de preocuparse por los baches en la calle de tierra. ¿Por qué se habían alejado del camino pavimentado? No lo sabía, apenas si había alcanzado a reconocer las luces azules de las sirenas. En un principio había pensado sobre un contacto con Liberados--y seguía pensandolo a intervalos breves--, pero a falta de tropas de Cinéticos o de Las Sagradas...
Las Sagradas... ¿Cómo se llamaban?
El vacío en su mente empezó a hacer ruido; pero sólo aquella sensación, y ninguna idea, se mantuvo intacta. Se descubrió apretando los dientes con fuerza. El no recordar algo lo...irritaba. Se disponía a escuchar música para aplacar la frustación, pero un segundo después de haber retirado el celular de su bolsillo se encontraba con la batería por la mitad de su carga total ¡Pero si lo había dejado enchufado toda la noche! Un resoplido se escapó de su labios y, para evitar un regreso a casa aburrido, decidió abandonar tal entretenimiento.
Mientras tanto, el colectivo seguía tambaleandose y gruñendo.
Respiró en profundidad y empezó a chasquear los dedos y agitar su pie, cómo si eso acelerara el proceso, mientras trataba de recordar el nombre de Las Sagradas. Leonardo, Donatello, Rafael y Miguel Ángel...jamás había tenido problemas en recordar a las cuatro malditas tortugas ninjas pero cuando se trataba de cuatro sustantivos no era tan fácil cantar...¡Victoria! ¡Si! eran Victoria..., Honor, Justicia y... ¡Sabiduría!
Pero todas eran mujeres, no había hombres; había pensado con cierto recelo y su cara lo demostraba. Si ya de por sí soñar con tener poderes era una locura en la actualidad, ser hombre y tenerlos--y seguir vivo--lo era aún más. O al menos esas eran sus sospecha, porque toda nueva información relacionada se borraba del Internet en cuestión de minutos sino lo era en segundos. Yendo a lo seguro y lo fácil siguió pensando que no había Liberados hombres al cargo del Gobierno. En una infantil fantasía--lo reconocía por si mismo--se llegaba a imaginar como el primero de todos.El fondo del bus impactó contra la tierra y la maquina lanzó un chirrido. Volvió a mirar por la ventana, el final de la cuadra se acercaba poco a poco.
- ¡Allá! Hay un chabón en el techo-escuchó decir a un alumno.
Cuando el vehículo avanzó lo suficiente buscó con la mirada lo indicado. No le costó encontrarlo, pues la casa destacaba por su altura.
Ahí estaba él. Treinta o cuarenta años, calculó Clifford, a tres pisos de altura de un hogar superviviente a los terremotos. Y ahí estaban todos ellos, sus compañeros, observando en silencio.
La siguiente cuadra tenía casas de solo un piso, por lo que al girar la cabeza aun podía verse al señor en lo alto. Cinco segundos más tarde, y la escena desaparecida, todos los que estaba parados vuelven sus vidas, calladas o bulliciosas si es que hablaban con alguien. Aunque sabía que todos ellos seguían pensando en ese hombre.
«Los suicidios son la moneda corriente que nunca deja de brillar», recordó decir a su primo.
En cierta forma se compadecía de aquel caballero, pero sólo un poco. Había otras maneras de suicidarse, más personales y menos llamativas: la eutanasia recientemente legalizada era una de ellas.
Soltó un suspiro.
En su mente enumeró los posibles motivos, aunque de entre todas las opciones solo una cobraba más fuerza que las otras. De ser esa no lo culpaba, era la pregunta con respuesta que estaba detrás de cada superviviente. Se cuestionó si era razonable tomar esa decisión viendo las cosas que habían sucedido no hace mucho tiempo. No tardó en llegar a la conclusión de que si, lo era. Era lo más cuerdo.
- ¡Se tiró! ¡Se tiró! ¡Ya no está más!-y una estampida de pies corriendo por el pasillo hacia los asientos del fondo- ¿ven? ¡Ya no está!
« ¡Ya no está!», recordó
« ¡Ya no estará solo!», esperaba escuchar algún día, pero el doble sentido lo haría sonar como una burla.
La primera opción era más adecuada.
La primera opción era cierta.
Era simple.
E indicaba algo que debería aceptarse como cierto cuanto antes.
Y es verdad, reconoció, siempre puede haber un vestigio de duda; pero cuando a la pregunta se le asuman más factores determinantes que ponen a prueba la seriedad de la incógnita...en fin, ese hombre...,ese hombre tomó el camino fácil. El camino que también era correcto, pero estúpido al mismo tiempo. Ese hombre fue lúcido al asumir, más tarde que nunca, que no volvería a ver a ninguno de sus seres queridos, y que su presente cargado de sufrimiento era todo lo que tendría, más no habría recompensa al final del viaje.
¿Qué hacer cuando no hay una razón tras la aflicción?
Porque la muerte de Dios no entraba en ninguna pregunta, aquello era un hecho.
Se colgó los auriculares y subió el volumen de la música.
Un cartel apareció en la pantalla del teléfono a tres cuartos de la barra disponible:
«Escuchar a un nivel de volumen alto por un tiempo prolongado puede dañar tu audición»
Lástima que uno no pueda dejar de escuchar esos pensamientos.
Y, pese a todo, se rodeó de la música.
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Crónicas de una Deidad: Angustias
Ciencia FicciónHan pasado seis meses desde la Tragedia de Pangea y la sociedad por fin resurge triunfante(aunque tambaleante) desde sus cenizas. Los Únicos, antiguos dueños del mundo, han sido practicamente diezmados y sus antiguas riquezas hacen por fin real...