Cinéticos - 2 - Un viaje a lo desconocido.

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Debería haber sabido que las cosas irían de mal en peor cuando lo sacaron en una camilla, cubierto con una bata blanca y completamente inmóvil.

— Por favor, no se mueva—dijo una voz femenina, desde unos parlantes, en mitad de la oscuridad—, esta cámara cuenta con aspersores de toxicas que se activarán en caso de resistencia. Conserve la calma.

Una gran presión el pecho y la garganta. Se acordó de respirar.

Respira. Respira. No te olvides de respirar, se decía a sí mismo mientras inhalaba y exhalaba despacio y corto. Tenía que recordárselo continuamente porque no sentía su pecho, ni su corazón latir.

Así debe sentirse estar muerto, pensó. Inmóvil, oscuridad rodeándolo todo, olvidando que es respirar, y sin saber si le prestaste atención al segundo que acaba de pasar o al segundo que va a venir ¿A dónde me llevan?

Trató de sentir sus manos y sus pies.

— Por favor, insistimos en que no se mueva—dijo la voz femenina—, el vehículo en el que usted es trasladado se encuentra escoltado por un escuadrón de fuerzas especiales. Se lo repetimos, no...intente...moverse. Conserve la calma.

¿La calma? ¿La calma? (tengo que respirar) ¿La calma, dice? Llevó aquí dentro quien sabe cuánto (tengo que respirar) tiempo y...

El vehículo giro y bajo por un camino. Giró de nuevo. Se detuvo. El chirrido del freno de mano.

— A ver, a ver—dijo una voz masculina demasiada cerca del micrófono que se retrasmitía a los parlante—, Nicolás Elías Almeida ¿sí? Ese sos vos. Si, ese sos vos. Hijo único, padres separados, tu madre te abandonó y está desaparecida desde hace cinco meses, tu padre tiene prisión domiciliaria y no se puede acercar a ti— (tengo que respirar) —. Vives con tu tío Omar y tu color favorito es el rojo, te gusta tomar café con leche, y tu comida favorita son los fideos con manteca y sal. Tenemos que recordarte quien sos, procedimiento estándar — (tengo que respirar) —.Escúchame, Nico. En unos segundos unos tipos--perdón, unas personas-- van a abrir las puertas a tus pies. No te resistas, y hace todo lo que te ordenen. Siempre acordarte de razonar todo lo que vas a vivir a partir de ahora, incluso razona esto que te digo— (tengo que respirar) —. Nunca, repito, nunca, dejes que la situación te supere....y ah, son quince segundos para que eso pase a partir de ahora. No creas en la suerte, cree en ti mismo—y se cortó la transmisión.

¿Dónde estoy? ¿De dónde sabe todo eso? ¿Qué me va a pasar? ¿Dónde estoy? tengo que respirar ¿Cuánto falta para que abran la puerta? Mierda (¡Camina por la raya, imbécil!) ¿Qué me van a hacer? tengo que respirar tengo que respirar tengo que respirar

Las puertas se abrieron y seguros de armas se destrabaron. La oscuridad se volvió marrón. Una persona subió--el piso, supo, era metálico y suave-- y a los segundos se paró a su lado, destapando el rostro. Era una mujer hermosa.

— Esto—le dijo mostrando un grillete blanco (no, un collar) partido en dos—es un collar—no pudo evitar ver sus ojos verde (se parece a...) —. Si sabes que eres un Liberado, o por casualidad lo eres, una aguja saldrá de aquí—dijo señalando con su dedo puntiagudo a un cilindro vertical y de bordes suavizados en el borde del collar— y se te clavará aquí—dijo señalando el borde su cuello moreno sobre el cual caía su pelo negro—ese será el fin. A menos que prefieras una muerte más dramática, claro—concluyó inclinando el torso hacia abajo y adelante, cerrando aquel artefacto en torno a su cuello.

Una vez hecho lo anterior dio un paso hacia atrás, agarró la sabana y de un tirón hacia arriba y luego al costado lo destapó. Entonces sacó un pequeño aparato dentro del bolsillo superior de su camisa de franela, color marrón y blanco, y lo apretó con un dedo. Los grilletes que retenían a Dante se retrajeron y su torso comenzó a elevarse gracias a la camilla que comenzaba a doblarse.

Estaba en un estacionamiento y las luces amarillas iluminaban el concreto pero no las armaduras color azabache con armas igual de oscuras que lo miraban y apuntaban más allá de la camioneta.

Le retiraron algo sólido del borde interior del codo.

— Camina—le ordenó la señora antes que pudiera ver que había pasado.

Descubrió que de pronto pudo mover el cuerpo, y se dirigió hasta el final del vehículo para bajar con las piernas temblorosas. Los seis soldados en doble fila que lo rodeaban dieron un paso sincronizado hacia atrás mientras lo apuntaban sin titubear.

— Derecho y al frente, Nicolás—le dijo la mujer a su espalda.

Un ascensor lo esperaba en aquella dirección.

Caminó hacia ahí con cada fibra de su cuerpo ardiendo por culpa de su corazón desbocado que latía a mil, sintiendo a cada paso como esperaban hasta el más mínimo error para dispararle.

Una vez dentro se giró lentamente.

No pudo evitar notarlo.

— Lo mismo que oíste dentro de la camioneta se aplica ahí—le dijo la mujer, ahora de brazos cruzados—. Conserva la calma, Nico.

Aquella mujer, con su cara ovalada y nariz recta, con sus pestañas alargadas y a los lados que suavizaban los ojos marrones...

— Y no confíes en la suerte...

Las puertas comenzaron a cerrarse.

— ...confía en ti mismo.

Y se cerraron, provocando que el ascensor comenzara a bajar.

Se vio reflejado en el metal de las bisagras.

Él tenía los mismos rasgos que aquella mujer.

Y mi mamá también...










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*Léase con voz de locutor de caricatura ochentera*

¿Qué sorpresa le depara el destino a este muchacho?

¡Averigüe esto y más en Crónicas de una Deidad, donde cada final es solo el inicio de algo más grande!

Crónicas de una Deidad: AngustiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora