Gehena - 14 - Ventajas bienvenidas.

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El mapa marcaba que debían seguir recto por la ruta para luego, un poco más adelante, doblar en ángulo recto a la izquierda. Aquí se daría el primer atajo.

La primera parte consistía en una casa con playa de cara a una pequeña laguna en su propiedad.

Caminaron por la costa y Edward le entregó el arma a Rocio para poder arrodillarse en la ensenada.

— Vigilá para atrás—le aconsejó.

Una vez mojada su cara, cuello y brazos prosiguió a hacer un cuenco con sus manos y llevarse el agua a la boca.

Un poco amarga, pero bastaría.

— Ciro, pásame tú...—había dicho dando vuelta su cabeza cuando un borrón blanco pasó de él y se lanzó en picado al agua. Al girar de nuevo lo vio emerger de las aguas cristalinas, con fondo de un marrón y dorado centellante, para sacarse el exceso de agua del rostro con la mano.

El agua parecía llamarlo.

No iba a desperdiciar esta oportunidad. No había tocado una pileta, un rio o mar en meses. No solo se refrescaría, también sería la oportunidad perfecta para nadar.

Se agarró las mangas de la musculosa y tiró hacia arriba. Lo hizo rápido porque quería ver de nuevo el brillo del agua, pero cuando el pantallazo blanco terminó su sonrisa siguió el mismo caminar. Una criatura acechaba el borde de la laguna, oculta bajo la sombra de los árboles, y Ciro se dirigía hacia ella al nadar de espaldas y con los ojos cerrados.

Era un cuadrúpedo del tamaño similar a un ciervo pero desprovisto de pelaje, color azuloso y celeste con manchas y rayas negras en su superficie. Su cuello, largo y contraído, apuntaba en dirección al agua y terminaba en un cráneo extremadamente fino y plano con ojos negros que le sobresalían notablemente a los costados; podría decirse que la cabeza se parecía al cuerpo de esos peces amarillos del caribe, pero esta cosa tenía un pico raro, como una trompa de elefante afilada y ondulada ligeramente hacia arriba y luego hacia abajo. Sus patas, de tres dedos largos y con membranas interdigitales, se hundían en la inclinada ladera de barro para no resbalarse.

De pronto, Ciro elevó sus brazos sobre el agua y dio una vuelta dirigiéndose a ellos con el monstruo extendiendo su cuello como si refunfuñara en silencio. Edward se agachó lentamente y esperó por él mientras se debatía a un duelo de miradas con la criatura.

— Rocio...—dijo entre dientes al curvar los labios y extendiendo sus mano hacia la cabeza del joven que se acercaba. Cuando su cabeza chocó contra la costa abrió sus ojos y quiso hablar pero Edward le tapó la boca lo más rápido que pudo:

— Sal...del agua...despacio—Dijo Edward lentamente a su oído mientras observaba como la criatura despegaba su pico negro azabache y bajaba su cuello más hacia el agua y más hacia delante—no te levantes...—aconsejó retirando su mano con suavidad y escuchando como la mujer a sus espaldas clavaba los pies en la arena—solo...arrástrate...hasta tus ropas. Rocio...—se apresuró a decir rápidamente.

— Si, la muda me avisó...—confesó mientras acomodaba sus pies.

— No...dispares. No.

Ciro hizo todo lo más lento posible pero no pudo evitar generar ondas en el agua que comenzaron a cruzar la superficie del lago como si de oleadas de enemigos se tratasen.

La criatura parpadeó y sus ojos se tornaron grises por un instante. Entonces abrió lentamente la boca--la curvatura natural de su pico lo hacía ver como si siempre estuviera sonriendo-- y apoyó su pico en el agua--un borrón--y un pez retorciendo en su boca cuando se apresuró a darse la vuelta y escapar galopando.

Crónicas de una Deidad: AngustiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora