Liberados - 3 - Desarmado.

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Corre.

Sus zancadas al desplazarse parecían incendiar el camino que recorría, pues cada paso convertía al polvo en una nube ascendente similar al humo de una fogata. El ladrido de los perros acompañaba su estampida, alertando a todos los de su barrio en una sinfonía de gruñidos y aullidos. Pero no importaba, no cambiaría en nada el día a día de las personas, el único ladrido que le importaba jamás se había dado cuando la gente caminaba frente al diminuto portón de la propiedad a la que se dirigía, y ahora mismo seguía sin manifestarse con todo el escándalo que invitaba a cualquier animal guardián de los alrededores a participar.

Dobló en la esquina.

No había nadie.

Antes de iniciar la primera etapa del ascenso miró a ambos lados para asegurarse de que no hubiera nadie. El aire que se escapaba por su nariz era ruidoso.

Confianza.

Asintió.

Entonces dio unos pasos al frente y estuvo cara a cara al diminuto portón de columnas cilíndricas. Apenas si media metro y medio, la misma altura que poseía Clifford, pero representaban una entrada más accesible que las paredes metálicas que la superaban en un metro y que cercaban la casa vecina, su verdadero objetivo.

El muchacho echó una mirada hacia arriba. El segundo piso debía encontrarse a casi tres metros, y lo único que le permitiría llegar hasta ahí sería un tubería de agua en vertical ubicado en la pared izquierda. Luego se concentró en lo que tenía al frente, el pasillo penumbroso se extendía entre dos paredes altas y lisas de cemento gris, sin permitir distinguir lo que se hallaba al fondo.

No voy a llegar ahí quedándome parado, reconoció y empezó a trepar la estructura metálica, mirando a los alrededores cuando ya había dejado de estar en suelo firme.

Ya en lo más alto del portón el factor silencio desapareció, la cadena con la que estaba cerrada golpeaba contra el metal al igual que la traba contra los bordes del hueco en la que se insertaba. A eso se le sumo el tambaleo que lo amenazaba con caer, y la sensación de que...

- ¡La concha de la madre!- era la voz de una mujer, a lo lejos, pisando fuerte y arrastrando un pie.

Resbaló de la altura y fue a caer al suelo con su hombro derecho y la punta del pie. Ya habría tiempo para el dolor, fue a ocultarse en las sombras.

El sonido lo traicionaría, metal contra metal en dos sintonías muy diferentes pero a un nivel de frecuencia jodidamente alta, más aun en la tranquilidad y silencio de la noche. Y esto estaba atrayendo a alguien más, una persona que mientras se acercaba raspaba la suela de su zapato contra la superficie rugosa de la vereda.

A cada paso en dirección trasera que encadenaba volteaba hacia la oscuridad y de nuevo a la calle de tierra iluminada, rezando que la figura que irremediablemente cruzaría no entrar en la propiedad.

La marcha de la mujer comenzó a reducirse y a silenciarse.

Por su mente cruzaron un montón de resultados, ninguno bueno a corto o largo plazo. Se lamió los labios y contuvo la respiración. Hasta su corazón se volvió cómplice del momento, casi ni lo sentía latir. Aquella zona del pecho le parecía rellena de algodón o algo igual de suave.

¿Qué hago pensando en algodón en un momento así?, se regañó.

Se escucharon pasos sobre la corta pero alargada sección de pasto más allá y entonces, un cabeza oculta por la oscuridad se asomó, la luz del ambiente hacia parecer naranja el contorno del cabello que le llegaba a los hombros.

Crónicas de una Deidad: AngustiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora