Se escuchaban los gritos de conmoción de los gurianos de Furtch, retumbaban en la cabeza de Jor una y otra vez debido al dolor, no dejaban que este se relaje; pese a sus deseos había desistido, sus esfuerzos parecían vanos y ahora solo quería abandonarse a la muerte y que aquellos que atacaban llegasen de una vez a acabar todo dolor que pudiera sentir. Fugazmente pensó en su padrastro Jod y en como lo había aceptado como su propio hijo, en cómo había dejado en él una huella que no la borraría nadie, la de un padre, sonrió al imaginar que finalmente podría encontrarse con él en el velo de Vitalite. Miró a su madre consternada y por un momento los rostros de todos parecieron congelarse con el tiempo mismo.
—¡Qué vamos a hacer! —gritó el Maestro con desesperación—. ¡Vamos a morir!
«¿Y qué? No es ya mi destino». Había pensado Jor melancólico mientras sus ojos se humedecían y sudaba en frío. Todo mientras su cabeza le retumbaba en las sienes y en la nuca, reclamándole una y otra vez.
—¡Cálmese! —gritó la madre de Jor que por nada del mundo se alejaría de la carpa; el Maestro al parecer no entendió el mensaje pues salió corriendo y lleno de miedo. Por el sonido cercano de una caída y un silbido en el aire supusieron que había muerto.
—Nadie... más... salga —dijo la madre de Jor pasando saliva y temblando en cada palabra.
A su alrededor, poco a poco las luces que había impuesto el Sabio estaban desapareciendo, el farol tambaleante de Jer fue apagado por ella misma y la carpa quedó a oscuras.
—Así nos ignorarán —dijo todavía con algo de miedo. Pero su voz había adquirido firmeza.
Aun así, el dolor del muchacho no cesó.
—Tengo que buscar... a mi madre —casi tartamudeó Bay—, no se preocupen por mí. Estaré bien, créanme.
—Cuídate mucho, mi niña... esos hombres... —pausaba por la inseguridad—, son salvajes.
—No son hombres, t-tía Jer —Bay estaba asustada, acababa de mirar por la cortina de la carpa—. S-son animales... como g-gatos... a-algo similar.
Abandonó presurosa la carpa y vieron antes de que se cerrará por completo que Bay se encaminaba a rastras por el suelo para que no la detectaran. El sonido de las alas de los gurianos se escuchaba con más fuerza y cada aleteo se intensificaba con lentitud en la cabeza de Jor. Este empezó a temblar y a llorar, su piel empalidecía y algunas plumas se desprendían de sus alas por su debilidad.
Miró a su madre una última vez, recordó a la luz que había visto la noche anterior, de su ausencia en cada noche y con extrañeza hizo una última afirmación.
—Ma-má, y-yo sé q-que tú pued-des ayudarme —soltó un suspiro—. Ne-necesito q-que me ayudes con lo que sea q-que hagas.
—Pero... pero, hijito —Jer parecía querer entrar en llanto—. Nada de lo que hago es real... no creo que los Dioses siquiera p-puedan sanar a personas. C-con estas miles de... desd-dich... —la guriana rompió en llanto pensando en todo lo que había perdido, en lo que su hijo tenía que pasar, en la falsa confianza que le había otorgado.
—M-ma-má. Vamos —trató Jor. Verla así también lo rompía a él, quiso incorporarse, pero el dolor lo tumbó nuevamente—, no me interesan los Dioses —dijo con fuerza casi renovada—, n-necesito que tú, que t-tú... creas en ti —dijo extenuado y cerró los ojos mientras lo escuchaba todo.
Se movió apresuradamente a la mesa donde estaba la carne que vendía y levantó una tabla de madera, allí había una bola de cristal de color blanco, que resplandeció cuando Jer se acercó a su hijo.
—J-jamás... había hecho eso —dijo la mujer atónita.
—Está bien. Está bien —hablaba cada vez más bajo, lo último fue casi un susurro.
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Pesadillas - Las Danzas del Verano (Ahora Sueños Vacíos - Profecías 1)
FantasyPrimera versión de "Sueños Vacíos - Profecías 1" La nueva versión, con más capítulos y enriquecimiento de la trama la estoy subiendo en mi perfil Miedo, todos los hombres tienen miedo, incluso de los que en el valor se han forjado. Todo hombre sueña...