17. Una mancha de sangre y hielo

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En el claro la nieve comenzaba a caer ligera tras el hechizo de la elfina, Jor trató de levantarla, pero todo esfuerzo era inválido, pues se encontraba tan débil como ella y la presencia de un león gigante lo intranquilizaba. Por el contrario, la elfina estaba con Hork, con los ojos cerrados veía como predadora y sentía como tal. Cada hoja le decía algo distinto y cada piedra le alertaba de sus alrededores.

Y también sentía el miedo de Jor. «Tranquilo», intentó decir, pero solo un corto rugido hizo presencia en el bosque; este hizo retroceder a Jor.

Hork se movió entonces alrededor del guriano y del cuerpo de su compañera. Acercó su cabeza hacia la elfina y la levantó a su lomo. La recostó y por un momento sintió como su vitalidad volvía a su cuerpo; abrió los ojos repetidas veces hasta que se acostumbrara a la luz y al lugar, que lo vio distinto y extraño

El hechizo que había realizado había consumido prácticamente toda su fuerza y había sentido algo que jamás volvería a probar. El alma se le desprendía del cuerpo y para sobrevivir solo podía se adherirse a lo único vivo con lo que tenía una conexión. Mientras tanto una fuerza usaba el cuerpo a su manera y terminaba por dejarlo inerte en el suelo.

—Tranquilo —alcanzó a decir con dificultad—, gracias por no dejar que... me mate...

—No podía dejarte morir —respondió. Sirinna trataba de acomodarse de buena manera en el león mientras Jor se levantaba.

—Pudiste haber muerto... por una total desconocida —incorporada acariciaba el pelaje de Hork mientras poco a poco recuperaba la normalidad.

—Yo ya no tengo vida —dijo sonriendo, levantó la cabeza y miró hacia el este, allí donde estuvo el cielo rojo gran parte de la noche.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Sirinna al curioso ser encarando las cejas.

—Soy Jor. ¿Tú cómo te llamas?

—Soy Sirinna —alzó las cejas con sorpresa. No estaba muy acostumbrada a un trato que se podía considerar descortés—; gracias.

Mentalmente ordenó a Hork moverse hacia el muchacho. No planeaba dejarlo varado en el bosque sin ninguna clase de indicación, lo mínimo que podía hacer como agradecimiento por salvarle la vida, era lo mismo, no dejando que los lobos acaben con él. El único problema fue que la presencia del animal perturbó a Jor haciéndolo retroceder.

—No te va a hacer daño, si es que no le ordeno que lo haga —extendió la mano hacia Jor—. ¿Qué edad tienes?

—Voy a cumplir quince —dijo acercándose, después tomó la mano de Sirinna para subir en el lomo de Hork.

—Yo cumpliré diecisiete, dentro de poco —respondió Sirinna.

—Pues, si lo pareces —añadió Jor tímidamente y se ruborizó ligeramente.

—¿Qué? —respondió sonriendo chistosa, palmeó a Hork antes de que repita lo que dijo.

La velocidad fue alta y repentina y Jor se aferró a la cintura de Sirinna para no caer hacia atrás y quedar en el bosque, dejaron atrás el cuerpo helado del Hijo de Roble, pero no sin antes llevarse la espada azul de este.

—¿A dónde vamos? —preguntó Jor alzando la voz.

—A Friez —lo miró por el rabillo del ojo, para no desviarse del camino o caerse de la montura—, es el hogar de todos los elfos fríos; allí mi padre trabaja de consejero al rey Aeglos y yo también vivo allí. Aunque nuestra familia es originaria de la Villa Annael, en un condado poco más al norte de la capital del reino.

—¿Cómo es Friez? —preguntó curioso.

—Pues hay un gran muro en sus entradas, tras sus puertas hay un hermoso laberinto de piedra color hueso decorado con zócalos de oro y arbustos de un verde muy hermoso, no muy difícil de solucionar de día; después está la ciudad, todo el suelo está cubierto de una piedra diseñada que le otorga un aspecto único, luego la ciudad se divide en cuatro distritos.

Pesadillas - Las Danzas del Verano (Ahora Sueños Vacíos - Profecías 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora