10. La noche sin luna

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La sala quedó en completo silencio. Todos, sin embargo, permanecían intranquilos teniendo la certeza de que su deber era actuar para cambiar su situación. Pero por el miedo nadie se atrevía a hacer nada, ni a hablar. Habían visto la brutalidad de los petunes, aunque bien disfrazada por su líder. Llegó un grupo con varios cuencos con legumbres y un trozo de pan duro. Las empezaron a repartir a los pocos gurianos de allí que recibían la comida con desconfianza. Después se fueron indicando que dejaran los platos en las mesas de al lado.

Nadie quería comer, pero habían dado pocos minutos por lo que algunos empezaban ya a comer por el hambre, pero con desconfianza. Todos acabaron y entró el mismo grupo, detrás de ellos venía Qizil con el ceño más relajado; en cuanto habló con firmeza, este volvió a fruncirse.

—Trabajarán desde esta hora —dijo el petún cobrizo mientras los demás recogían los cuencos vacíos—. Van a construir un muro —caminaba de lado a lado—. Para ello necesitamos que vayan a los árboles. Y que talen. Seguirán a Balta'Olim —llamó con una seña a otro petún—. Él los llevará a la zona en la que empezarán.

Jor se paró rápidamente sin ningún indicio de dolor, la mayoría de los gurianos tenía dificultades para caminar por la falta de sus alas y por ende el equilibrio. Jor, por el contrario, no sentía mayor diferencia. Edd tardó un poco y aquello fastidió un momento a Jor. Pues no podría planear un escape con un inválido. Pero igual se mentalizó que lo haría por su amigo.

—¿Tienes algo en mente? —le preguntó Edd cuando estuvieron lo suficientemente cerca, todavía dentro de la cabaña. Jor no sabía que responder, ni a qué venía la pregunta—. Te veo pensativo, ¿sabes?

—No tengo nada en mente...; sabes que no tengo miedo por mi vida, pero la tuya... es algo distinto.

—Casi ni nos conocemos, no digas estupideces.

—Nuestros padres eran muy amigos, eres lo único que me recuerda a ellos y... hay cosas que no sabes de mí —dijo Jor inexpresivo, observaba cómo Qizil se marchaba y dejaba al nuevo encargado de pelaje color marrón, ojos cafés y todo de un uniforme color.

—Vengan por aquí, pichones —dijo Balta. La voz del petún era tan gruesa como él, en su espalda llevaba un hacha inmensa y su armadura era de completamente de cuero. Fascinante igualmente.

Todos los gurianos de la carpa siguieron al corpulento petún hacia la salida de la tienda. Al salir la cara de todos fue de espanto, Jor estaba poco más que eso; los cuerpos de los gurianos muertos estaban siendo apilados muy cerca de la orilla, uno de los soldados traía una antorcha y otro un barril de aceite negro. Los iban a incinerar.

Jor observó entre todos los rostros muertos, varios con quemaduras y cortes en la piel. Todos con los ojos cerrados. Reconoció rápidamente el de su madre, el de Fer, el del Maestro, el del Sabio; pero, por ningún lado distinguió el rostro de Bay, ni sus alas de color inusual y menos su especial color de piel.

Se ha ido —escuchó de un susurro, giró y vio a los lados para ver quién lo había dicho. Cuando lo hizo notó que todos tenían la misma expresión de susto y miraban a los restos de la aldea. Después miró al cielo y sintió una brisa afable.

«Solo en el viento tengo consuelo». Pensó y realizó una pequeña oración. Cayó de rodillas logrando una pequeña incertidumbre entre los gurianos y también entre los petunes.

—Luxímina —susurraba Jor—, ayúdanos a todos, señora de la luz, para que podamos superar todo en los momentos de mayor adversidad.

—Te ves estúpido haciendo eso —dijo un guriano detrás suyo—, ¿acaso Luximina hizo algo para que no mataran a tu familia? ¡No existe! Y si lo hiciera, ¡es una desgraciada!

Pesadillas - Las Danzas del Verano (Ahora Sueños Vacíos - Profecías 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora