Las paredes circulares de los túneles describían distintos dibujos que Jor asociaba con la historia de los elfos. En cierta medida estaba fascinado y también decepcionado, no le agradaba la idea de volver a ser un preso nuevamente. Cada vez sentía que tenía menos libertades, aunque sea, con los petunes podía gozar de una medida alimentación. Después de aquello solo habían intentado asesinarlo muchas veces; todas fallidas.
Tuth y Sirinna no tardaron mucho, pero el cuello de Jor sanaba con mucha rapidez después de que su decepción se transformara en molestia. Sentía su cuerpo arder nuevamente, como el fuego corría por su sangre. Se incorporó sin dificultad y cuando Sirinna y Tuth aparecieron por el lugar por el que se habían marchado, ambos se quedaron perplejos. Jor, por el contrario, quiso lanzarse contra Tuth, pero Sirinna lo detuvo.
—Está bien —le dijo en susurros, Jor se calmó.
—Síganme, sus celdas son por acá —dijo con voz gruesa el guardia.
Los tres caminaron en silencio un tramo más hasta llegar a una zona un tanto musgosa y con olor a heces, del techo goteaba un líquido algo pegajoso que daba total repulsión. Sirinna tuvo arcadas, pero Jor ya estaba acostumbrado a olores putrefactos. Tuth simplemente era inmutable. Conforme avanzaban la iluminación era peor y era muy probable que alguno de ellos tropezara por las irregularidades del suelo; afortunadamente no fue así. Tras unos minutos llegaron a su celda.
—Esta es la mazmorra, esta es su celda y yo soy su guardia —dijo el elfo—. si necesitan algo llamen por mi nombre, Tuth.
Cerró la celda de un golpe y cerca de allí encendió una antorcha, su sombra se alejó lentamente y cuando hubo desaparecido habló de lo sucedido en la plaza, pues lo que había visto lo ameritaba.
—Sirinna... en verdad lo siento por tu padre.
—No creo que sientas lo que yo —se apresuró a decir.
—Creo que sé exactamente lo que sientes —agachó la cabeza y contuvo las lágrimas, después soltó con fastidio. La sangre le hervía—. Mi padre murió, tan solo un año después de que mis hermanas fallecieran, y quizás ya haya pasado un mes desde que mataron a mi madre.
—No lo sabía —dijo con un hilo de voz.
—Obviamente no —agregó bruscamente, la cólera lo seguía invadiendo— pero eso no es lo que quería decir.
—¿Y qué es? —dijo con total seriedad.
—Tu padre.
—¿Qué tiene mi padre?
—Lo había visto en un sueño, el último que tuve hace días, ya que no he podido dormir con tanto movimiento.
—¿En un sueño? —dijo y se sentó en el suelo de la celda—. ¿Cómo pudiste verlo en un sueño, si nunca lo habías visto antes?
—No lo sé, pero desde hace un mes y un poco más he estado teniendo pesadillas, que me atormentan cada noche que me acuesto, en ellas hay un hombre, o un gigante que va con una armadura negra y una maza enorme, siempre lo destruye todo, pero la última vez horas antes de encontrarte... todo fue distinto.
—¿Cómo distinto? —me miró como si estuviera loco, y quizás lo estaba.
—El gigante estaba en una silla y me habló del miedo, muchas palabras que no comprendí, sumando imágenes y hechos. Luego su cara comenzó a cambiar en muchas especies y personas, una de ellas era tu padre, sus ojos eran de un verde intenso y su cabello del mismo color que el tuyo, estaba angustiado por alguna situación que desconocía y tal vez ya la sé.
—Estas completamente loco —dijo dándome la espalda, temía que su reacción fuera aquella.
—Luego me dijo que los miedos son los que impulsan a la gente a hacer cosas y es el miedo lo que les hace sobrevivir y morir. No lo entendía en ese momento, pero ahora lo veo, tú temías por tu padre y por su debilidad ante ti, Aeglos temía que tu padre hiciera algo en contra de él y sumando esos miedos consiguió acabar con tu padre...
—¡Puedes callarte, Jor! —gritó sobresaltándolo, fue cuando notó de que estaba llorando—. Mi padre era débil y necio. Aeglos aprovechó eso. Por ahora no quiero hablar del tema y no me interesa saber si tienes algún poder, si resucitas o si ves en la gente lo que ellos mismos no saben... ¡No me interesa!
Se echó en la fría roca y siguió sollozando en silencio.
Jor se apartó al otro lado de la amplia celda y se sentó con las rodillas levantadas, miró alrededor del lugar, el techo era curvo y por esa zona no goteaba, además era de roca y casualmente más consistente que el resto de celdas, además en el centro de su celda había un pilar muy grueso que se extendía hacia arriba y solo habían pilares de esa naturaleza en los cimientos de alguna gran construcción.
Eso significaba que estaban debajo del Castillo Frío.
Se levantó para decirle a Sirinna, pero cuando estuvo cerca de ella recordó que quizás ni siquiera querría verlo, además estaba dormida. Jor se sentó a su lado y observó su piel surcada por las lágrimas, tan clara como la leche; sus pestañas largas y curvas; sus labios, que eran gruesos, tristes; también su nariz, que se elevaba en punta; sus ojeras por la falta de sueño. Acarició su cabello plata y mientras lo hacía notó una fugaz sonrisa mientras dormía que lo obligó a apartarse pensando que podía despertar, pero aun así sonrió embobado.
Inmediatamente escuchó pisadas por encima de sus cabezas, en algún salón del Castillo Frío. Se trataba de tres personas, no sabía si elfos u hombres, pero posiblemente lo primero. Estos se acercaban pausadamente y se alejaban, no fue hasta que escuchó la voz de un hombre que su cuerpo se tensó por completo.
—Aeglos Aredhel, el tercero, la Punta de Nieve, rey de Friez y barón del Castillo Frío. Vasallo del Emperador Decimosegundo Gur de Guria —habló Brook.
—Brook Del Roble Negro, el primero, el Azote Azul, Señor de los Hijos de Roble y barón de la Fortaleza Denegro —respondió Aeglos guardando la cortesía, cuál es el motivo de su visita.
—Usted que todo lo ve, señor elfo. Estoy buscando el instrumento que me otorgó el apodo de Azote Azul.
—Perdió su espada astral —dijo Aeglos con sorpresa y sorna en su voz, ya casi podía visualizar a aquellos hombres que llegaba a aborrecer hablando en un salón, la escena era divertida—. ¿Qué lo trae hacia el Castillo Frío? Si bien sabe que el Decimosegundo quiere su cabeza.
—Una elfina de su clase robó mi espada. Iba con un guriano de alas cortadas. Dijo ser de la casa Annael.
—Los tenemos —dijo Aeglos y en ese momento el corazón de Jor se congeló—. Serán ajusticiados el día de mañana por la tarde. El Decimosegundo Gur de Guria vendrá y estoy seguro de que estará complacido de charlar con usted.
Tres armas se desenvainaron. Después una docena de estas le siguieron al mismo tiempo y con más gracia.
—Puedes entregarte pacíficamente Brook y hacer que no mate a tus hombres —dijo Aeglos—. O puedes luchar y morir en el intento de escapar. De las dos formas, Gur estará complacido por el increíble trabajo de mi persona.
—Un Hijo de Roble jamás se postrará ante un elfo —dijo alzando la voz—. Lucharé si es necesario.
—Que ingenuo —sentenció Aeglos.
Una marcha empezó a acercarse hacia el centro del salón acorralando a los tres hombres, el chocar de las espadas sonó en todo el castillo y los cuerpos cayendo uno a uno fueron sonidos placenteros para Jor. Por último, solo se escuchaban las quejas del Hijo de Roble que cesaron tras un golpe seco que tumbó al último cuerpo que fue arrastrado hacia una esquina del salón.
Sonaron bisagras y Jor distinguió como rayos de luz penetraban la oscura mazmorra. Estaba debajo del salón del trono.
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Pesadillas - Las Danzas del Verano (Ahora Sueños Vacíos - Profecías 1)
FantasyPrimera versión de "Sueños Vacíos - Profecías 1" La nueva versión, con más capítulos y enriquecimiento de la trama la estoy subiendo en mi perfil Miedo, todos los hombres tienen miedo, incluso de los que en el valor se han forjado. Todo hombre sueña...