5. Una noche de fiebre fría

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Una desolada explanada naranja se abría paso quizás a varios kilómetros al sur, la arena se levantaba allí con la fuerza del viento y se acumulaba a pocos centímetros por encima del suelo por el calor y por chocar constantemente con las grandes montañas que se alzaban, uno que otro animal caminaba por allí, algunos zorros de fuego se mordían la cola y algunos camellos arrancaban el poco pasto que se encontraba allí para comérselo.

Recostado en el suelo se encontraba Jor que por el calor sudaba, respiraba con dificultad y sus ganglios estaban inflamados; dormía fastidiado y cualquiera lo notaría en su ceño; fastidiado por la constante comezón a lo largo de todo su cuerpo que no hacía más que agravarse con cada segundo que pasaba; los retortijones aparecieron nuevamente desde el suelo frío, agrietado y rasposo; el ambiente estaba caliente y cargado; arrugó el ceño con mayor fastidio; conocía exactamente el lugar en el que estaba.

Al abrir los ojos Jor se encontró con el siniestro panorama. El cielo estaba rojo como la sangre y ahora llovía.

La noche del terror —se escucharon varios susurros—. La noche del terror —repetían.

Empezaron a sonar tambores en lo alto del pico rodeado de nubes, en un compás que producía excitación, adrenalina y ansiedad. Inmediatamente después muchos seres de cabello y ojos rojos descendían del pico, todos llevaban armas negras o fuego en la mano, lo extraño de ellos era su complexión famélica, casi esquelética.

Los tambores sonaban cada vez más fuertes y rápidos, mientras los susurros repetían constantemente lo mismo "la noche del terror", alteraban a Jor que se encontraba en medio de todo aquello.

Entonces gritó.

—¡La puta noche del terror! —sentenció y todo se detuvo. Ni siquiera supo que lo impulsó a gritarlo, pero lo hizo.

Entonces detrás suyo sintió las fuertes pisadas de algún ser que venía lenta y pesadamente. Giró y observó a un ser enorme, de casi unos diez palmos de alto. Al frente de él cualquiera se sentiría infinitamente pequeño. Vestía una armadura completamente negra con varios dibujos o letras con formas difusas en ella, y además un casco de color negro también, grandes e imponentes. Al llegar la tierra tembló, los animales desaparecieron y el suelo ennegreció en muy pocos segundos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —habló el ser inmenso con firmeza y gravedad. Al hablar las montañas temblaron y las nubes empezaron a ceñirse más al pico mientras la lluvia caía con más fuerza. Un grupo de dragones volaba penetrando entre tanto el colchón de nubes y los rayos. El ser agachó la cabeza y miró a Jor sorprendido— ¿Eres tú? ¿El que me detendrá? ¿El elegido que destruirá el mal? Qué vergüenza...

—No sé de qué hablas.

—¿No lo sabes, niño? Hasta yo lo supe. ¿No eres ya grande?

—Tengo catorce.

—¡Catorce! ¿Y qué haces aquí? Niño, pensé que eras fuerte, que deseas fuerza —hablaba pausado—. Porque tendrías una misión...

—¡No sé a qué te refieres! Solo para. Quiero volver a mi casa, ayudar a mi madre y cuanto antes salir de nuestra asquerosa situación.

—Pensamientos tan generosos y humildes. ¿Sabes en que te convertirás? En un despiadado, un déspota, una persona tan cruel que ni te importará la muerte ni el destino de tu madre.

—¡Cállate! Tú no sabes nada de...

—Tienes miedo, Jor —le interrumpió el ser—. Miedo de lo que te puedas convertir. El futuro es confuso, ¿lo sabes? Quieres algo, en tu interior, y yo no voy a permitir que la cumplas.

Después de lo último se apresuró a levantar una maza que tenía en la mano, golpeó a Jor con mucha fuerza y lo mandó a volar. Su cuerpo parecía un títere completamente rojo que mientras iba empujado por la fuerza llegaba al vacío y a las estrellas, pronto cayó en unas costas muy familiares, pero desiertas.

Jor cerró los ojos por el impacto y al abrirlos se encontró en las playas de su pueblo, salvo que había miles de soldados no-alados en el lugar que lo protegían apenas cayó, el ser de armadura negra empezó a abrirse paso con golpes de su maza y cuando lo tuvo frente a frente sus ojos refulgieron en un rojo vivo, tras apagarse los del guriano se encendieron y empezó a llover fuego y pronunció.

—El destino será peor si no cumples tu misión, ¿no crees? Más te vale...

Lo aplastó con el pie y mirando el caos y el miedo de las personas que lo rodeaban, rió y creció... una vez más.

Jor gritaba por el dolor y se levantó en la playa de su pueblo con el peor dolor de cabeza que en algún momento pudo haber imaginado, además le dolía cada único hueso de su cuerpo y no podía moverse, también sollozaba.

—¡Mamá! —gritó lo más alto posible, pero no había forma de que lo escuchara porque no estaba en casa.

Se incorporó rápidamente y se tomó la cabeza por los pálpitos que generaba, se sacudió la arena del cuerpo y corrió rápidamente por la colina hacia su casa, el resto de gurianos lo observaba con desprecio, pero no tardó en desviarse de todas las miradas al llegar a lo alto de la colina, pero en esta no se encontraba nadie.

—¡Mamá! —gritó otra vez, pero nadie respondió. Jor removió intranquilo sus cabellos mientras sudaba.

No pasó mucho y una luz que se balanceaba se acercaba a la casa, se asomaron por la carpa, la madre de Jor, Bay y un anciano que llevaba una cadena con llaves en torno al cuello. Era calvo y alto, encorvado como una guadaña, sus alas se arrastraban por el suelo y habían adquirido un color grisáceo, su nariz era aguileña, sus ojos pequeños y redondos, y sus labios como dos cuerdas. La madre de Jor a su lado parecía una vigorosa y recia guriana. Bay se veía como una bebé al lado del Sabio.

—El conocimiento alumbra —dijo el anciano y toda la habitación se iluminó.

Jor todavía se quejaba del dolor.

—Tu madre acudió rápidamente a mí, dijo que sudabas frío y gritabas mientras dormías, hiciera lo que hiciera, no despertabas. ¿Qué te sucede, hijo mío? —dijo el sabio de manera tranquila—, noto mucha perturbación.

—M-me d-duele... la cabeza —dijo Jor recostado en su cama con mucha dificultad por el dolor y los escalofríos, no tenía idea de en qué momento se había cubierto en sus mantas, quizás estuvo allí todo el tiempo.

El Sabio se acercó, y se asomó por la entrada de la carpa, el Maestro, que observaba a su superior trabajando. El Sabio levantó el mentón de Jor y después tocó su frente.

—Helado —musitó—, es una rareza que sigas con vida, muchacho. Puedo sentir tu intenso dolor —señaló los lugares donde Jor sentía mayor fastidio y acertó para sorpresa del muchacho—. Es el mal de la fiebre fría, y... no creo que puedas durar demasiado tiempo más. No hay nada que pueda hacer.

—¿Disculpe? —inquirió su madre—, pero, ¿su trabajo no es velar por la salud y seguridad de los gurianos?

—Así es. De los gurianos. No de casos imposibles. Si me hubiera llamado horas antes, quizás... —salió por la entrada de la carpa después de la tajante resolución.

Jor parpadeó repetidas veces, pero no logró formular frase alguna, un Sabio le dijo que moriría dentro de poco, y era algo que le aterraba. Su madre lo abrazó, pero en ningún momento dejó entrever su miedo a perder a su último hijo. No duró ni diez segundos su abrazo pues fue interrumpido por el sonido de una cuerda tensa que se soltaba con brusquedad, acompañada de un silbido que rompía el aire, pasaron unos segundos de perplejidad y cayó en el interior de la carpa el cadáver del cuerpo del Sabio, con una flecha en el corazón; las gurianas se revolvieron intranquilas y retrocedieron, pero con tanto miedo no gritaron, los que sí lo hicieron fueron los vigías que no se cansaban de repetir: ¡Nos atacan!

Pesadillas - Las Danzas del Verano (Ahora Sueños Vacíos - Profecías 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora