CAPÍTULO 3

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Era bastante tarde, y aun así aquel joven hombre de cabellera negra seguía sentado en el pequeño cubículo de la jefatura. La débil luz de la pequeña lámpara sobre su escritorio le permitía leer de corrido los informes que Sandara había entregado de las autopsias de las pasadas víctimas.

Bufó con cansancio mientras soltaba los papeles y se recargaba contra la silla reclinable y apretaba los dientes, en signo exasperado. Revolvió con rabia su cabello y aflojó el nudo de su corbata.




--¿Aún aquí?- alzando la mirada, se encontró con aquellos compasivos ojos color marrón. Suspiró con desgana mientras observaba al hombre de piel trigueña frente a él. Vistiendo unos pantalones negros que se ajustaban a las fuertes piernas, camisa de vestir blanca con las mangas arremangadas hasta los codos y los dos últimos botones abiertos, dejando a la vista ese perfecto y bien formado pecho y unas botas de motorista, el isleño oficial parecía ser más bien un adinerado hombre que se la pasaba en el gimnasio. La cabellera negra en corte mohicano solo terminaba de darle una imagen retadora. Y a pesar de todo, era el hombre más blandengue que SeungRi conocía.

--Papeleo...- murmuró mientras le otorgaba una sonrisa compasiva- ¿Y tú, qué haces aún aquí?

--Hablaba con el jefe. Al parecer Jeju tiene un par de casos y Kang me dio la opción de volver. Después de todo, no les he sido de mucha utilidad aquí.

--¿Piensas irte?

--No...- le otorgó una rara sonrisa- Por una razón me quisiste aquí. ¿No?- el menor sonrió en acuerdo- Veremos qué es lo que tienes para mí.

--Por el momento, como podrás ver, no mucho.- gruñó ente dientes.

--Vamos a atraparlo. Ya lo veras.

--Eso espero...- murmuró.

--Ahora, es mejor que vayamos a casa.- el menor asintió mientras se ponía de pie y tomaba su chaqueta del respaldo de la silla, comenzando a emprender camino junto con el moreno.



SeungRi había subido a su auto luego de ver al isleño trepándose a su motocicleta. Sonrió mientras negaba ante aquello. Había conocido al mayor desde que era más joven, extrañamente, había estado detrás de su extravagante hermana desde que pudo tener memoria, y por alguna razón que no terminaba por comprender, su hermana nunca había hecho caso de los intentos del moreno por llamar su atención.

Encendió el auto y enseguida salió del aparcamiento de la jefatura; condujo hasta incorporarse a la calmada autopista. Encendió la radio y enseguida una suave melodía de música jazz inundó su coche, movía los dedos sobre el volante conforme las notas de saxofón llegaban a sus oídos.

Se sentía tan estresado, más que en todos los años que llevaba como oficial de policía. Necesitaba algo para distraerse, y si bien su familia e incluso sus propios compañeros en la jefatura, le habían repetido hasta el cansancio que no convirtiese los casos en problemas de su vida privada, él no podía simplemente olvidarlo. Él vivía por su trabajo, hasta el punto en que había llegado a obsesionarse, como lo hacia ahora.

Cuando aún estaba en la academia le habían enseñado muchas cosas, pero jamás a sobrellevarse durante un caso difícil.

Sin siquiera ser plenamente consciente, había conducido hasta aquella casa en donde habitaba la única persona capaz de controlar sus locas obsesiones de solo una manera, aunque claro, siendo una de ellas, era lógico que desplazase a las demás.

Bajó del auto y mientras cruzaba el largo y cuidado jardín, su mirada se desvió hacia la casa de al lado. Aquel hombre de cabello negro cerraba la puerta de su auto y caminaba lentamente hacia su casa, llevando consigo un pequeño portafolios.

THE BROKEN ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora