CAPÍTULO 8

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'¿Estás prometiéndome el cielo y las estrellas?'

-No, estoy prometiendo darte sólo lo que tú quieras tomar de mí.-

El molesto e incesante sonido de alarma le obligó a abrir los ojos, para entonces intentar adaptarlos a la tenue luz que lograba colarse por entre las rendijas de su ventana. Alzándose sobre sus codos, observó el sombrío espacio en el que se encontraba. Un rancio olorcillo a alcohol conseguía llegar hasta su nariz, logrando que con inconsciencia, frunciese el entrecejo. Lamiendo sus resecos labios pálidos, saboreó el desagradable dejillo matutino proveniente de su boca.

Un suave quejido a su lado le hizo volver la mirada, apreciando una delgada silueta remolineándose con pereza sobre las satinadas sábanas del lecho. De corto cabello rubio, el hombrecillo de hombros estrechos, giró sobre su estómago, dejando a su vista una estrecha espalda que se acentuaba en una pequeña cintura y seguía la perfecta curva de un pequeño y respingado trasero de mejillas pálidas.

Emitiendo una corta mueca, que bien podría confundirse con una sonrisa torcida, apartó las sábanas que cubrían su cuerpo desnudo y salió de la espaciosa cama, revolviendo su negro y espeso cabello en el transcurso al cuarto de baño.

Mirando su reflejo a través del espejo sobre el lavabo, apreció detenidamente los arañazos y hematomas que marcaban su apiñonada piel. Una lenta sonrisa codiciosa surcó sus labios mientras el pensamiento de haber pasado la noche con un gato, le hacía gracia.

Entrando al reducido espacio de la regadera, sintió el templado chorro de agua cubriendo su piel, escurriendo desde sus cortos mechones negros hasta perderse en las curvas de su cuerpo ausente de grasa.

Atravesó el marco de la puerta llevando sólo una simple toalla rodeándole las caderas, permitiendo que pequeñas gotas residuales de su reciente baño corrieran a lo largo de su bien esculpido abdomen, mientras con una de sus manos sostenía su teléfono móvil, escondiendo una traviesa sonrisa mientras su mirada periférica se percataba de que su compañero se encontraba ya despierto, observándole con detenimiento, analizándole. Queriendo un pedazo de su cuerpo.

Un par de noches, y parecía que el exquisito espécimen de cabellos de oro había tomado un cierto apego a él, como si de alguna manera quisiese que todo el mundo se enterase de su interés.

Bloqueando el aparato electrónico, alzó la mirada para encontrarse con esos felinos ojos de color caramelo derretido que parecían brillar muy a pesar de la casi ausencia de luz en la habitación. Acercándose con firmes pasos, trepó sobre el pequeño cuerpo hasta que sus labios estuvieron frente a aquellos otros que se curveaban en una gentil e ingenua sonrisa. Ladeando el rostro, se inclinó lo suficiente como para que la punta de su nariz acariciase la pálida mejilla, corriendo a lo largo de ésta hasta llegar al grácil cuello. Un exquisito aroma a vainilla enveneno los fieros sentidos del mayor mientras sus manos se precipitaban sobre la delgada silueta, acariciando con las yemas de sus dedos la blanda piel que se hundía conforme éstas avanzaban. Cadenciosos suspiros emergieron desde la garganta del oficinista, muriendo en el transcurso a causa de las fuertes mordidas en sus propios labios.

Tímidamente, el más joven se atrevió a recorrer con las yemas de sus dedos el firme abdomen del más robusto, arañando gentilmente con sus uñas la húmeda piel, corriendo a lo largo de la dura extensión hasta toparse con el nudo que había estado sosteniendo la única prenda que el otro portaba. Con la mirada extasiada, corrompida en deseo, se deshizo del nudo y apartó la suave y ya pesada tela, atreviéndose entonces a tomar entre sus manos el firme trasero, mientras recorría con cada vez más confianza la suave y tersa piel hasta llegar a aquella extensión dura y goteante que golpeaba con descaro el indicio de su propia longitud.

THE BROKEN ANGELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora