«DE TODOS LOS ASNOS, ÉL ERA EL MAYOR»

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  Había un par de cosas en las que estaba de acuerdo consigo mismo.

La primera, era bueno en los tratos. Generalmente era quien más ganaba, porque sabía cómo distraer a los demás y acomodarlos para que cayeran en la trampa. Era bueno inventando, en las mentiras.

Segundo, era un experto en mujeres. Cualquier mujer que viera, cualquiera que deseaba, la tenía. Incluso la que no deseaba, ahí estaba. Las mujeres le caían como hojas en otoño.

Tercero, de todos los asnos, él era el mayor.

Experimentar la frustración no era su fuerte. Soportarla, contenerla, era difícil para él. Siempre que se frustraba tomaba de las peores decisiones posibles, lo que lo convertía en un idiota. Pero, si era sincero consigo mismo, haberle dicho aquello a su demonio, porque ya era suyo, su maldito y encantador demonio personal, había sido lo más irrelevante que ha dicho alguna vez.

Y por dentro, no tan profundo como desearía, repetir él mismo aquellas palabras le comenzaba a provocar un inquietante malestar agotador. Si tan solo tuviera las palabras correctas, las adecuadas, iría por ella. Iría por ella, iría...

—Justin.

Él se gira.

Había supuesto que nadie lo encontraría. No estaba en el salón de clases. Después de lo ocurrido con su demonio, no había tenido la fortaleza de estar sentado junto a ella, de verla llorar de nuevo. No podía soportar que sus ojos, los azules o los verdes o los grises, lloraran. No podía. Así que apartarse era una buena opción.

— ¿Madison, cierto? —inquiere él.

La chica rubia enarca una ceja.

—Soy Olivia, de hecho —se encoje de hombros—. Comprendo que te confundas. Somos doce.

—No, no, preciosa —él sonríe—. No es cuestión de confundirse. Solo recuerdo las cosas importantes.

Olivia le sonríe burlona.

— ¿No puedes evitarlo, cierto? Atacarnos.

—No cuando tomas hace unos minutos me observaron con el claro desep de verme muerto.

—No te confundas, patético príncipe erróneo del pop —ella se acerca—. Nosotras no somos de atacar ni desear el mal, pero te metiste con nuestra hermana. La lastimaste. Yo no soy tan dulce como _________, ni tan cariñosa, ni tan... —agita las manos—. Tú crees que pasas por algo difícil. Crees que el hecho de que tu carrera se esté desplomando es motivo suficiente para pelearte con todos.

Olivia se aparta el cabello del rostro. Tenía las mejillas enrojecidas, los ojos oscuros. Estaba cabreadísima.

—Mi hermana, esa chica a la que hiciste pedazos hace un rato, no está bien. Ha sido duro si quiera convencerla de venir. Entonces vienes tú a insultarla, a humillarla, y no tengo tolerancia para esas niñerías.

Justin resopla, molesto.

— ¿Quién te...?

—Eres un grosero, un engreído, un cerdo. No tiendo a guardar rencor, pero hago una excepción contigo. ¿Sabes por qué? Porque hiciste pedazos la pequeña felicidad que esa rosa que le obsequiaste anoche le dio —le da un golpe suave—. Yo nunca olvido el daño que alguien le provoca a quien amo. Nunca, Justin. Jamás.

Olivia se aparta de él.

—Pero, nuevamente, estoy dispuesta a hacer una excepción.

Justin frunce el ceño.

— ¿De qué hablas? —pregunta.

—Voy a hacer un trato contigo. Te conviene a ti, nos conviene a nosotras —suspira—. Si invitas a _______ a salir, te pagaré cincuenta mil dólares. Si le pides disculpas, serán cien mil. Pero, si ella llega feliz a casa, o al menos contenta, serán doscientos mil.

Justin parpadea.

— ¿Estás comprándole una cita a tu hermana?

Los ojos de Olivia se oscurecen un poco más. Dolor, pena. Era todo lo que había reflejado en ellos. Olivia cruza los brazos contra su pecho.

—No sabes lo duro que es —suspira— despertarse todos los días y escuchar la casa en silencio. Verla en la cama, sin energías. Hace mucho tiempo ________ Douze desapareció de nuestras vidas —frunce el ceño—. Si tengo que comprarle una cita para recuperarla, lo haré. Haré lo que sea, porque ya no tenemos más opciones. No quiero ver a esa niña encerrada en una clínica, no podría soportarlo, porque ya es demasiado duro haber perdido a una _________ para, además, perder a otra.

Olivia se seca las lágrimas antes de extenderle la mano.

— ¿Hacemos un trato?

Justin se cruza de brazos.

— ¿Y yo que gano?

—Pues dinero.

—Dinero me sobra, preciosa.

—Al paso que vas te quedará muy poco. Tu imagen ya está muy echada a perder como el nuevo príncipe drogadicto del pop. ¿De verdad crees que la gente apoyará esa imagen? Ahora, si sales con una Douze, la gente verá que cambias. Haces las paces, no creas escándalos. Eso es todo.

— ¿Por qué no buscan a otro?

—Porque de todos los fandoms, ella decidió convertirse en belieber, y ya me estás cabreando. ¿Aceptas o no el maldito trato?

Él le sonríe, aceptándole el apretón.

—Hecho.


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Tenia Que Ser Una De Las Doce [Justin Bieber&Tn]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora