Capítulo 1. El día que empezó todo.

145 16 1
                                    

París, Francia.

  – Por lo que este tribunal considera que el encargado de Lucienne y Alyssa Bélier sea su tutor Theodore Bélier, con un limitado tiempo en vacaciones con su progenitora Adeline Bélier. Solo falta que ambos tutores firmen el acuerdo de la custodia. Por favor, acérquense a la mesa.

En ese momento abracé lo más fuerte que pude a Alyssa. Tratando de calmar sus nervios y haciendo el intento de no transmitirle los míos.

Mi padre había ganado nuestra custodia y en cuestión de horas, quién sabe cuántas, tendríamos que estar cogiendo un avión hacia Nueva York.

Él había venido de allí hace unos días precisamente para este día, este momento, este segundo en el que intento asumir de la mejor manera posible que en mucho tiempo no volveré a ver a mi madre, quizás años, quizás décadas.
Es muy probable que se pierda lo que queda de mi adolescencia. Pero un momento, ¿por qué hablo de mi? Si a mi padre le sale todo tal y cómo lo había planeado, es muy probable que no vea crecer a mi hermana, y en su lugar lo haga la nueva novia de Theodore.

Theodore y Adeline llevan discutiendo por nuestra custodia años y años, mi padre siempre intentó apartarnos de mi madre después de que rehiciera su vida tras el divorcio y mi madre aún siguiera sola. Para él lo mejor era irnos a vivir a Nueva York, con su familia de mentira y su felicidad de mentira.

Nuestra opinión jamás contó, ambos siempre pensaron en ganar una batalla que ellos solos crearon hace cuatro años. Fueron muy egoístas.

Bien.

Ahora la batalla ha terminado y la ha ganado el peor de los guerreros: Theodore Bélier.

En un abrir y cerrar de ojos me encontré cerrando las maletas en nuestra habitación. Guardando en las maletas rosas alguna de la ropa que habitaba en los armarios de aquel dormitorio, acompañándola con varios objetos personales. Alyssa tan solo se dedicó a mirar a través de la ventana cómo la lluvia caía desde las profundidades de un oscuro nubarrón en el cielo. El día estaba gris, deberíamos acostumbrarnos a ello ya que a partir de ahora todos los días de nuestra vida tienden a ser así: grises.

– ¿Estás triste? –me preguntó mi hermana sin apartar la mirada de la calle. La pregunta me pilló completamente por sorpresa.

Bajé el equipaje de la cama para ponerlo en pie en el suelo. Todo estaba listo. Sólo faltaba despedirnos.

– Sí. –me acerqué a ella y me senté a su lado en el banco incrustado, mirando a su vez por la ventana.
– Yo también. No quiero que sea Piege la que tenga que explicarme dentro de unos años cómo colocarme un tampón.

Reí cómo pude y ambas mantuvimos la mirada perdida hasta que nuestros nombres se escucharon desde la planta baja.

– ¡Lucienne! ¡Alyssa! –si no fuera porque mi vida se iba a convertir en un verdadero desastre en ese preciso momento, le recordaría a mi padre por décima vez en este fin de semana que me gusta que me llamen por Lu, y no por la mierda de nombre que decidió ponerme.

Alyssa y yo bajamos las escaleras y en cuestión de segundos nos encontrábamos en el diminuto salón de nuestra diminuta casa.
Casi preferí no haber bajado jamás en el momento en el que me encontré a mi madre sentada en el sofá hecha un mar de lágrimas mientras mi padre esperaba apoyado en el marco de la puerta principal.

Maldito gilipollas.

Nos esperaba a nosotras.
Para separarnos definitivamente del único ejemplo que teníamos como madre, porque Peige, su nueva novia, para nada era nuestra madre.

Y quiero dejar claro que para nada lo sería. Jamás.

Igual que sus estúpidos hijos jamás serían mis hermanos.

Mis hermanastros quizás, pero mis hermanos nunca. Ni una pizca de sangre suya corría por mis venas, por suerte, y aunque lo hiciera, no lo admitiría.

Me negaba.

– Chicas, nos tenemos que ir o perderemos el avión.

Lo que había parecido una eternidad abrazada a mi madre se había convertido en décimas de segundos. No quería ni imaginar lo mal que lo estaría pasando Alyssa. Ella era fuerte, ella no lloraría. Aun así, sé que sus ojos amenazaban violentamente con expulsar lágrimas en el momento que se despidió de Adeline.

Quizás, y solo quizás, hubiera alguna parte positiva de todo esto.

Pero por el momento sólo podía fijarme en las negativas y entre ellas en la más importante.

La pesadilla comenzaba.

La pesadilla comenzaba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
LucienneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora