Capítulo 4. Nueva York y compañía. (Segunda parte)

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—¡Alyssa! —unas enormes manos con uñas extremadamente largas y perfectamente pintadas agarraron ambos mofletes de mi hermana, estrujándolos y tirando de ellos.
Ella me miró de reojo pidiéndome ayuda a lo que yo solté una pequeña carcajada. Apenas estábamos en el jardín delantero y Peige ya había salido a recibirnos.

Y si es lo que os preguntáis: no, no había ninguna pancarta, ni flores, ni chocolate.

—¡Lucienne! —se dirigió a mi persona y me abrazó, clavando sus uñas en mi espalda. Vaya, realmente las tiene afiladas.
—Lu, prefiero Lu. —solté con una amable sonrisa. Dios, le patearía el culo a toda la gente que me llama Lucienne.

Ambas nos adentramos por la entradilla a un enorme salón. Me pregunto si de la decoración se habría encargado Peige.

Seguro que sí, no me imagino a Theodore decorando una casa.

— ¡Por aquí! Vuestras habitaciones están arriba. —Alyssa me miró inquieta, ¿vuestras? ¿habitaciones? ¿en plural?

Nuestras dudas se confirmaron cuando Alyssa se adentró en la primera puerta del pasillo mientras yo seguí avanzando por él hasta el final. Un enorme letrero con mi nombre descansaba en una puerta teñida de blanco.

Oh, no. La peor de mis pesadillas. Un letrero con mi nombre, Lucienne.

—¿Tanto costaba poner Lu? —pregunté.
—Lo siento... De haber sabido que te gustaba más Lu... Vamos... Si quieres puedo... Encargar otro. —perdió su mirada en la moqueta grisácea y abrió la puerta.

Tan rápido como la estancia llegó a estar a mi alcance me adentré en ella dejando la maleta en un rincón.

—¿La has decorado tú? — pregunté.

El dormitorio era... ¿bonito? Es decir, no era así cómo yo lo habría  decorado, pero supongo que la intención era lo que contaba. Bueno, la intención y ese estúpido letrero rosa.

—¿Con quién hablas?

Me giré esperando encontrar a Peige apoyada en el marco de la puerta, pero imposible, la voz era demasiado masculina. ¿Theodore, quizás? No creo, se enfadó mucho con nosotras cuando el taxista le obligó a pagar cincuenta dólares más por manchar la parte trasera de chocolate. Fue divertido.

En su lugar encontré a uno de los hijos de Peige. No sabría muy bien decir cuál, porque eran exactamente idénticos.

Mis mejillas empezaron a calentarse cogiendo un color rojizo. Mi silencio me delató y para qué mentir, la situación era incomodísima.

—Eres Lucienne, ¿no?
—Lu, prefiero Lu. —está bien, este temita del nombre acabaría con mis sonrisas agradables.
—Perdona. Soy Alan, Alan Tyler.
Y puedes... llamarme Alan. —una sonrisa tímida tiró de la comisura de sus labios hacia arriba. Ahora vivirás aquí, ¿no?

Asentí mirando a mi alrededor.

—Mi madre ha decorado esta habitación expresamente para ti. Está muy nerviosa.

Con que Peige quería sorprenderme, ¿eh?

—¡Eh, Alan! ¡Un partido de fútbol te espera! —exclamó una voz masculina desde Dios sabe dónde.

Alan hizo un gesto con la mano y se marchó de mi habitación, cerrando a su vez la puerta.
Al instante volvió a abrirse y apareció Alyssa por ella.

—Odio esto. —se cruzó de brazos y se tiró sobre mi cama. —¿En qué casa nos hemos metido? ¡Deberías ver mi habitación! Es... ¡Rosa! ¡Rosa bebé por todas partes! ¡Parece el cuarto de Jolina Ballerina!

Comencé a reírme. Alyssa odiaba el rosa bebé. Le gustaba más el rosa fucsia o cualquier otro color fuerte. Era muy distinta a las demás niñas de ocho años.

—Tan sólo intenta sorprendernos, dale una oportunidad.
—Alguien debería darle clases de decoración a Peige.

El silencio se adueñó de la sala y yo me senté en un banco incrustado en un ventanal que daba hacia una calle desierta.

—Odio a los dos idiotas que tenemos como hermanos.

Se colocó a mi lado y se asomó por la ventana.

—Tú eres mi única hermana, Alyssa. Son hermanastros.
—Lo que sea. Los odio.

Sinceramente no estaban tan mal, ¿qué le habrían hecho para que hablara así de ellos?

—Pienso hacerle pagar a papá por esto. Lo irritaré tanto, tanto tanto... que le explotará la vena de la calva.

Una carcajada salió desde lo más profundo de mi ser. ¿Quién narices le había a enseñado a hablar así?

—¡Me las pagarás, Theodore! —gritó de nuevo.

Otra carcajada estalló en mi boca y la puerta se abrió.

Oh, oh... ¿Theodore?
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¡Hola, hola! Hasta aquí el doble capítulo: Nueva York y compañía. Espero que os haya gustado, me he pegado casi toda la tarde para escribirlo y aún así no me ha convencido del todo.

¡Besos!

Anna

LucienneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora