Capítulo 39. ¿Más problemas? (Segunda parte)

26 9 0
                                    

El grifo hacía rato que se había cerrado, supuse que Ayron había acabado de ducharse y decidí subir a hablar con él, merecía al menos una explicación de su comportamiento. ¿¡Qué había hecho yo para que se pusiera así!?
Por un momento se me pasó por la cabeza que quizá no fuera conmigo nada más y hubiese tenido un mal partido, pero aún así, ¿qué tenía yo que ver con eso? ¡Si fuera por esa razón al menos me habría devuelto el beso!

La puerta de su habitación estaba encajada y vi por un pequeño filo el interior del dormitorio. Tenía una toalla atada a la altura de su cadera, dejando visible su V.

Dios... Lu... Contrólate o... O... O no podrás dejar de mirar...

¡¿Qué narices?! ¡Es mi novio! ¡Tengo todo el derecho a mirar!

—¿Ayron? —terminé de abrir la puerta y me adentré poco a poco en la habitación.

Ni siquiera me miró, ¡ni siquiera me miró! ¡Era mi novio y me estaba ignorando!

—Ayron... —ya estaba dentro. Bien, Lu, bien. Ahora sólo te quedaba que se dignara a contestarte. —¿Qué te ha pasado? ¿Has tenido un mal partido?

Intenté empatizar con él, quiero decir, que no se sintiera presionado por ello, sino que supiera que yo estaba aquí para comprenderlo y ayudarlo.

Por fin, después de casi los veinte minutos que llevaba en la casa, me dirigió la palabra:

—No.

Bueno, al menos, es un comienzo. Por lo menos ya me responde.

—¿Entonces? Sabes que puedes contarme lo que quieras, ¿verdad?

Enfaticé en el tema para que me lo contara sin cerrarse. Quiero decir, quería que me lo contara sí o sí, sin que tuviese miedo a que me enfadase.

Aunque ahora que lo pienso, ¿y si todo lo que le pasaba era que se había besado con Stacey y estaba así de raro porque tenía miedo a contármelo?

¡Por favor, no! ¡Entonces sí que me enfadaría!

—Ya lo sé. —contestó. Y nada. Que no me contaba lo que pasaba.

—¡¿Me puedes contar por qué diablos estás así de raro conmigo?! ¡No te he hecho nada!

—¿Trabajas para Theresa Collins?

—¿Qué? —ahora si que estaba realmente confundida.

—Que si trabajas para la madre de Dyland Collins.

¿En serio? ¿Era por eso por lo que estaba así? ¡Era tan sólo un trabajo!

—He cuidado a sus hijos. Es decir, a sus hermanos. ¿Por qué?

—Ajá... Por nada.

—Cuéntamelo, Ayron.

—No.

—¡Que me lo cuentes! ¿Qué problema hay con que trabaje? Tu madre está mal de dinero, ¿sabes? ¡De hecho tú deberías hacer lo mismo!—grité, y agradecí que no hubiera nadie en casa.

—¡El problema en sí no es que trabajes para ella!

—¿¡Entonces!? ¡Cuéntamelo ya y déjate de rodeos!

—El problema es Dyland.

—¿Qué pasa con Dyland?

—Ha estado hablando de ti después del partido. ¡Estabas mirando en sus cosas!

—¿Qué? ¡Sólo miré sus poemas! ¡Me gustaron! Eso es todo.

—¿Y qué necesidad tienes de mirar lo que escribe Dyland? ¡Vas a su casa a trabajar!

LucienneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora