Capítulo 27. Vuelta a los Estados Unidos.

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—Portaros bien, por favor. Sobre todo tú, Alyssa, no le déis mucho dolor de cabeza a papá. Nos veremos muy pronto, os quiero muchísimo.

Era la quinta vez consecutiva que mamá se había despedido de nosotras. Era 26 de diciembre y volvíamos a Estados Unidos, habían sido días intensos en París con todo el tema de Clément de por medio.

—Sí, mamá, te prometo que me portaré bien. —Alyssa puso los ojos en blanco y fue besada por enésima vez por Adeline.

—Por favor, pasajeros con vuelo a Estados Unidos–Nueva York, vayan adentrándose en el avión. —se escuchó por un enorme altavoz que sonó por todo el aeropuerto.

—Os quiero mucho. ¡Disfrutad de la Navidad! —exclamó Adeline a la vez que nos abrazábamos y nos despedíamos de ella.

Alyssa y yo arrastrábamos todas nuestras maletas por todo el aeropuerto hasta pasar por un pequeño pasillo para que nos registraran. Una vez el proceso completado nos montamos en el avión. Esta vez fui yo la que se sentó al lado de la ventana, Alyssa se enfadó muchísimo por eso. Miré a través de ella, una vez más abandonaba mi ciudad. Quizá una vez más de todas las veces que tendría que hacerlo. A veces me pregunto si todo lo que me está pasando, es decir, lo que nos está pasando, tanto a mi hermana cómo a mi; es porque algo realmente positivo está por venir. Dicen que después de la tormenta llega la calma, y no puedo evitar pensar cuán grande será la calma. ¿Quizás podamos llegar todos a un acuerdo y volver a vivir a Francia?

De momento tan sólo veía segura una cosa y era que volvíamos de vuelta a América por otros largos meses y a saber Dios cuántos. Ni siquiera para el cumpleaños de Alyssa, que se celebraría en escasas semanas, estaríamos en Paris con Adeline. Ahora que me paraba a pensar detenidamente en el cumpleaños de mi hermana, ¿quién asistiría a él? No me constaba que ella tuviera muchas amigas, (es entendible, soportar a Alyssa a veces puede ser irritante) aunque últimamente tampoco nos contábamos muchas cosas, además, desde la pequeña discusión que tuvimos en casa de Clément no hemos vuelto a mantener ninguna otra conversación.

Encendí mi móvil y por error abrí la galería de fotos, maldije en voz baja la lentitud de mi teléfono móvil y mi vista se clavó de forma directa en la foto que tomé anoche a mi mano, ahí tenía apuntado el número de teléfono de Frédéric.
Era curioso, tan sólo lo había visto esa vez en mi vida y ya sentía la necesidad de hablarle cómo si lo conociera de millones de años atrás.

¿Quizás debería mandarle un mensaje? Aunque claro, pensándolo mejor, ¿quién va a estar despierto a las nueve de la mañana que no tuviera que coger un avión hacia su otra casa en otro continente?
Eso sólo lo hacíamos las hermanas Bélier; bueno, nosotras, y dos o tres más seguramente.

Conecté los auriculares al teléfono y encendí la música, apoyé mi espalda en el respaldo del asiento y me puse cómoda. Para cuándo íbamos a despegar Alyssa ya se había quedado dormida, ¿por qué no iba a poder hacer yo lo mismo? Siempre y cuándo no me tuviera que despertar de nuevo la azafata...

Abrí los ojos instintivamente, ¿dónde estaba? ¿qué hora era? ¿había regresado ya al desastre de vida americana que tenía?

Aún había pasajeros, paseándose de aquí para allá de pie pero los había.

Espera, espera. ¿Paseándose de aquí para allá? ¿No se supone que eso está terminantemente prohibido mientras estamos volando? Es decir, si uno se cae, no os quiero ni contar lo que podría pasar...

En realidad no os lo quiero ni contar porque no lo sé del todo, pero bueno no tendría que ser, ¿no?

Pregunté el por qué de tanto movimiento en el avión por parte de los pasajeros a una azafata que pasaba por allí.

LucienneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora