1. EL TIROTEO

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Había nevado, y todo el vecindario estaba blanco. A través de la ventana, cuyo alfeizar estaba lleno de nieve, divisé la calle. Los coches estaban cubiertos por montoncitos blancos. Me puse una chaqueta polar sobre la fina camisa y salí a pisar la nieve. De donde venía, nunca nevaba, y en otros sitios que había estado, si lo hacía, era tan poca la nieve que caía que no cuajaba en el suelo. Por ello, la situación me maravilló, no era la primera nevada del invierno, ni la primera mientras estaba en esa ciudad, ni la primera que veía y pisaba. Pero seguía siendo alucinante. Caminar sobre esa textura esponjosa y lisa me produjo una especie de regocijo.
Hacía bastante frío, de ese que se colaba por cualquier abertura en la ropa y que casi quemaba. No quería regresar a por el abrigo porque ya se me hacía tarde. Miré a mí alrededor. El coche apenas se había cubierto pero de todos modos fui a despejarlo, porque tenía que salir más tarde y no quería tener que pararme. De modo que me dediqué a quitarle la nieve del rededor y entré para ponerlo en marcha un rato. Puse la calefacción a tope y noté un inmediato alivio.

En casa de los Clayton había movida. Hacía una semana que habían vuelto a casa los hijos de la señora Clayton. Eran ya mayores, eran tres. El pequeño debía tener más de veinte años, y el mayor, unos treinta y pico. Se les oía bromear y jugar como si tuviesen diez años, parecían tres cachorrillos jugando.
Oh, allí estaba el pequeño de los Clayton. Chris (según la abuela Carol), salió al porche con el teléfono en la mano, debía estar pasando bastante frío ya que por arriba solo llevaba una camiseta negra con un estampado heavy. Se acercó más a la carretera y lo vi bien. Les había visto algunas veces en el supermercado, había saludado a la señora Clayton, pero ésta no nos había presentado. Se les veía feliz en compañía de su madre.
No había reparado en mí, es normal, nadie solía fijarse, porque yo era por lo general... invisible. Se reía y gesticulaba con grandilocuencia. Me hizo sonreír verle de esa guisa. Me acomodé en el asiento, mirando hacia mi izquierda, siguiendo todos sus movimientos de aquí para allá, enfrascado como estaba en la conversación telefónica.
Pero, en un segundo, todo cambió. Pareció ocurrir a cámara lenta. Oí un disparo y vi caer al chico al suelo. Siguió otro disparo, esta vez hacia el porche de los Clayton, y de nuevo en dirección al chico abatido. Me quedé paralizada por un instante y después, sin pensarlo ni un momento, torcí el volante hacia la izquierda. Dejé mi coche entorpeciendo la trayectoria de las balas. Alguna hizo impacto en la carrocería de mi ya maltrecho Ford. Salí del vehículo lo más deprisa que pude y fui a auxiliar al chico.
Sangraba profusamente por una herida en el hombro y parecía semiinconsciente, me quité la chaqueta y traté de taponar la herida con ella. El tiroteo seguía y me atronaban los oídos. Pero disparaban con una cadencia... como si el que lo hiciera estuviese en una feria y buscase objetivos a los que abatir. Busqué torpemente el teléfono móvil con la mano izquierda y llamé a emergencias.
- Por favor, vengan rápido. Necesito una ambulancia con urgencia. Hay una persona herida de bala que sangra mucho.
Les di todos los detalles acerca de la dirección y aseguraron llegar pronto en compañía de la policía. Mientras hacía presión sobre la herida, intenté hablar con el chico. Le tomé por la barbilla.
- Eh, Chris. ¿Me oyes? - le pregunté. Me temblaban las manos, empapadas de sangre, pero no sabía si era por el frío o por el shock. Sentí una inyección de esperanza cuando Chris entreabrió los ojos, aunque no le veía muy consciente de lo que sucedía.
La espera de escasos minutos se me hizo eterna, y cuando por fin creí escuchar a lo lejos el sonido de sirenas me sentí aliviada. Me incorporé un segundo para otear alrededor en busca de la ambulancia. Mi pobre coche tenía impactos de bala en los cristales. ¿Pero quién estaba disparando? En mitad de toda aquella algarabía escuché que llamaban a Chris desde su casa. Me permití echar un vistazo y vi a su familia agazapada, preparados para salir, pero situados en un lugar seguro. Me volví de nuevo hacia la derecha, desde donde se supone que tenía que llegar la ambulancia. Un segundo después lo lamenté, sentí una punzada ardiendo en la frente, algo más arriba de la ceja derecha. Me quemaba a horrores, llevé la mano a mi herida y luego la miré... más sangre. El cuerpo dejó de sostenerme y me derrumbé sobre el chico herido. Aun así, tardé unos segundos en que me atrapara la oscuridad.

Amor CaprichosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora