Veinte minutos después estábamos sentados, uno frente a otro en una heladería. Noté que me observaba atentamente mientras me comía las fresas con nata. Había espolvoreado azúcar sobre las fresas troceadas y cubiertas con una gruesa capa de nata montada.
— ¿Todo eso te vas a comer?
— Sí, ¿pasa algo? — pregunté un poco a la defensiva.
— No, no — sonrió y con un gesto de la mano, me indicó que prosiguiera con lo mío, apoyó la mejilla en la palma de la mano, el codo sobre la mesa. Entonces se dedicó a escudriñarme como si estuviese viendo algo extraordinario.
— Eres muy golosa. No he visto tu frigorífico pero debe está atestado de yogures de crema, flanes, helados y la frutas más variada.
— ¿De pequeño, nunca te untó tu madre el chupete con miel?... — me relamí de gusto al recordarlo — Yo la probé una sola vez hace muchos años, y me quedé maravillada. Lo primero que hice al ser independiente fue comprar un tarro de miel de mil flores.
— Verte comer abre el apetito hasta del más saciado.
Me quedé parada y traté de repasar mis buenos modales... no tenía los codos sobre la mesa, no masticaba con la boca abierta ni la tenía muy llena de comida.
— Déjame explicarte. Cuando éramos pequeños, mi madre siempre ponía un caramelo a cada uno en la bolsa del almuerzo. Si hubieses visto a Chris, lo habrías flipado. — Se sentó más erguido y luego se acercó más a mí por encima de la mesa, como si fuese a contarme una confidencia. — Cada caramelo era como un tesoro para él, y lo disfrutaba... lentamente, como si fuese el placer más extremo. Tú haces lo mismo. Os parecéis en muchos aspectos.
Eso era, desde que tenía tiempo para saborear cada bocado, la comida me sabía distinta. Sobre todo después de dieciocho años sobreviviendo en comedores donde solo comía más cantidad el más fuerte, el más rápido, o por lo menos el más listo.
— Bueno, basta ya. Ahora quiero verte comer yo a ti. ¿Qué era lo tuyo?
La copa de Rick estaba intacta, dos grandes bolas de helado de vainilla con nueces de macadamia y trocitos de almendra marcona.
— ¿Quieres probar? — me ofreció, acercando la copa de cristal para que metiese la cuchara.
— ¿De verdad puedo?
No me respondió, pero en sus ojos burlones vi que hablaba en serio. Cogí un poco de helado y luego un trozo de nuez y almendra. Metí la cuchara en mi boca y se fundió el sabor de los frutos secos con el dulce helado.
— Oh... — exclamé alucinada, era el sabor más rico que había probado en mi vida. Me reí al comprobar que él sonreía, siempre tenía una sonrisa para mí. — Es lo más delicioso del mundo, no es como la vainilla que conozco.
— Ya te dije que son heladeros artesanos y que eran los mejores.
Aquel instante me inspiraba una pintura abstracta con ondas y colores pastel. Empujé la copa hasta ponerla en su sitio y le animé a que probara.
— Se va a derretir y no lo vas a poder disfrutar como se merece.
— ¿Te lo quieres comer tú?
Abrí los ojos como platos, me estaba ofreciendo su helado para que yo me lo comiera todo. Nunca había conocido a nadie tan generoso. De donde yo procedía, la gente no te daba ni la hora, y no digamos su comida.
Iba a aceptar pero reflexioné. ¿Qué iba a pensar de mí? Creería que era una glotona insaciable, pero yo no era así. Simplemente, me gustaba abrir el frigorífico y tener comida variada donde elegir cuando me apeteciera tomar algo.
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Amor Caprichoso
RomanceLa vida de Fanny cambia radicalmente el dia que interviene para intentar salvar la vida de su vecino. ¿Quién le iba a decir que aprendería a abrirse al mundo, que encontraría una familia y también el amor?