2. LA CENA

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Me desperté sin necesidad de despertador, con el trabajo que me costada despertar de diario, y luego los sábados y domingos tenía ya la hora cogida y no podía estar mucho rato en la cama. Me vestí con la ropa más vieja que tenía y salí a ver qué podía hacer por mi coche. Enseguida me puse manos a la obra, me dediqué a lijar los agujeros y con cada pasada me daba una pena inmensa, porque hasta hacía dos días la chapa del coche estaba impoluta (no así su motor, que solía fallar con frecuencia). Un par de pasadas, la pintura estaba rallándose y yo no le veía una gran mejoría. Si en mi oficio era capaz de restaurar una pintura y de corregir un boceto, debía ser capaz de hacer algo como esto. Me ajusté los auriculares del iPod y escuché la música a un volumen considerable, para olvidar el frío que estaba helándome los pies.
Lo mejor para tener ideas geniales era estar sumergida de lleno en alguna actividad manual, lo que dejaba mi cabeza libre para crear. No llevaba ni media hora en mi faena que una sombra se cernió sobre mí bloqueando el poco sol que las nubes filtraban. Tardé unos segundos en darme cuenta del cambio de luz, el tiempo que tardé en desconectar el engranaje de mi cerebro creativo. Me giré despacio y me puse en pié. Rick Clayton estaba delante de mí, con una sudadera con capucha y un pantalón de chándal. Me quité la mascarilla que llevaba para protegerme del polvillo que se desprendía del lijado.
- Hola - me dijo.
Era más alto de lo que parecía desde lejos. Me miró fijamente y me sentí desfallecer. Tenía los ojos de un increíble color castaño rojizo. Aparte de unas cejas de lo más expresivas.
- Hola - respondí quitándome los auriculares y dejándolos caer por fuera de mi camiseta - ¿Puedo hacer algo por ti?
- Soy Rick Clayton - tendió su mano y yo le correspondí en el saludo formal.
- Fanny Wayland - farfullé. No sé porqué estaba tan nerviosa si a mí quien me gustaba era el otro. Puede que me impusiera verlo allí, siempre he sido muy cortada para relacionarme con los chicos. En la escuela de Bellas Artes solo me relacionaba con dos o tres personas más.
- Esto... nos preguntábamos si estarías dispuesta a aceptar una invitación a cenar en casa.
De todo lo que podía haberme imaginado, que no era mucho porque me había pillado desprevenida, aquello no entraba en la lista de posibilidades. A él también se le veía vacilante, lo que me extrañó debido a que debía estar más acostumbrado que yo a las conversaciones entre hombres y mujeres.
- Pues... - intenté excusarme, pero una rápida mirada más allá de él me mostró un par de cabezas asomando por entre las cortinas de la ventana del porche. - Vale - me rendí. Entonces vi la sonrisa que había estado oculta en su rostro. Una sonrisa cálida.
- Pues a las siete, en casa. Si quieres puedo pasar a recogerte.
Eché un vistazo detrás de mí a la cercana fachada de "casa". Me reí de solo imaginarlo. Él sonrió.
- No hace falta, conozco el camino.
Comenzó a caminar de regreso a su casa y cuando yo me incliné para seguir con la tarea, de nuevo volvió a hacerme sombra. No sé en qué momento había desandado el camino.
- Si quieres puedo echarte una mano con eso, tengo experiencia en el tema.
- Oh... - esto también me pilló por sorpresa, no quise negarme. Era evidente que la labor se me estaba haciendo complicada - una mano experta me vendrá bien.

Más bien, él trabajó y yo me quedé observándolo con atención, mientras comprobaba que, efectivamente, se desenvolvía como si supiera lo que estaba haciendo. Hablamos poco, pero nos conocimos un algo.
- El coche no ha quedado tan mal - me dijo cuando se incorporó y le echó un vistazo a la obra de arte. Mi pequeño Ford había quedado lleno de lunares marrones, allí donde había aplicado la pasta.
Iba a comparar el coche con un dálmata, pero me callé, no era muy graciosa de cara a la galería.
- Nos vemos luego - me dijo, se sacudió la ropa y caminó hacia su casa. No dejé de observarle, lo que me resultó muy sencillo teniendo en cuenta que el pobre no tenía ojos en la nuca y no podía saberlo. Antes de entrar en su casa se volvió y me miró, yo me hice la distraída. Respiré aliviada al verlo entrar.
Cuando me metí en la ducha para quitarme toda la suciedad de encima ya sabía de sus labios algo sobre su vida. Era marinero y estaba de permiso por un largo periodo después de estar en alta mar algunos meses. Tenía intenciones de ir a la academia de policía, pero todavía no se había decidido. Había sido muy interesante trabajar a su lado, y me solté un poco olvidando mi timidez. Con lo poco intrépida que era yo para ciertas cosas. Ahora venía lo peor, enfrentarme a cuatro Clayton juntos, ojalá me pudiera llevar a la abuela Carol conmigo, ella sí que sabía crear temas de conversación. Aunque tal vez acabaría diciendo algo que me ruborizara, y eso era peor.
A las siete era la cita, y a las seis aún no había encontrado qué ponerme. No tenía nada adecuado para una cena. Mi fondo de armario era limitado y solo había pantalones de varios modelos, y algunas blusas monas, y camisetas y poco más. Finalmente me puse un pantalón negro de corte vaquero, mis botines planos de cremallera, una camiseta blanca de bordados geométricos en el cuello y a lo largo de las mangas. Me eché espuma en el pelo y me lo ricé con el difusor. Me maquillé un poco los ojos con lápiz marrón y me miré en el espejo con atención. Pensé que más no podía hacer. Otras chicas de mi edad se sabían sacar partido mucho mejor que yo. Estaba tan nerviosa que no podía dejar de sonreír. Había tenido pocas citas, pero me sentía como si fuese a una de ellas.
Cerré la puerta con llave y desde el porche saludé a la abuela Carol que me hizo un gesto de O.K. con la mano. Crucé la calle, nunca se me hizo tan corto un trayecto, no me había dado tiempo a pensar en qué decir cuando abrieran la puerta, cómo comportarme. Ya era una mujer adulta aunque no hubiese cumplido aún los veinte años, me mordí el labio inferior y luego me alegré de no haberme puesto brillo labial ni nada parecido.
Entré en el porche cubierto y delante de la puerta respiré hondo una, dos, tres veces. Entonces me armé de valor y llamé al timbre. Oí hablar dentro de la casa y cuando el timbre había sonado todo quedó en silencio. No tardaron en abrir la puerta, delante de mí apareció Rick.
- Hola - murmuré a modo de saludo.
- Bienvenida.
Me ayudó a quitarme el abrigo y lo colgó en el perchero de la entrada. Puso su mano en mi espalda y amablemente me invitó a pasar al salón que estaba a la izquierda. Las paredes estaban forradas de madera clara hasta media altura y había muchas fotos de los chicos. La señora Clayton salió de la cocina, a mi derecha, secándose las manos en un trapo. Llevaba un llamativo delantal sobre una elegante blusa gris perla y una falda negra larga. Aparentaba unos sesenta y cinco años, el cabello gris rizado y recogido hacia los lados con unas peinetas plateadas.
- Bienvenida, niña.
- Hola, ¿Qué tal?
- Nos hemos visto algunas veces pero nunca hemos hablado. Me llamo Margaret - me tendió la mano y le correspondí al saludo. Detrás de ella salía su otro hijo, Tony. Su cabello negro lacio le caía en una corta melena. También me tendió la mano y me ofreció una cálida sonrisa, aunque no soltó palabra. Llevaba algo en la mano que iba comiendo, eché un vistazo de reojo y comprobé que eran almendras tostadas.
Fui conducida hacia el comedor, la prolongación del salón, justo frente a la cocina. La señora Clayton me iba hablando del tiempo que hacía que conocía a la abuela Carol. No tardé en encontrar al pequeño de los Clayton, al que yo había querido ver desde el principio. Estaba recostado en el sofá, junto a la chimenea encendida. Me sonrió nada más verme, sin embargo yo me quedé prendada de aquellos envolventes ojos de color azul claro. Iba vestido de negro, pero no llevaba una de sus clásicas camisetas heavy, esta vez lucía una camisa. La única nota discordante era el cabestrillo azul oscuro de su brazo derecho. Rick le ayudó a incorporarse y Chris vino hasta ponerse a medio metro de mí.
Supuse que debía encontrarse débil, tan solo hacía dos días del incidente. Se le veía algo pálido.
- Hola, ¿cómo te encuentras?
- Gracias a ti, vivo - dicho esto me sonrojé, desvié la mirada hasta su pecho, a cualquier parte que no fueran sus ojos, ni los ojos de los demás que me miraban atentamente. - Siento que no te lo hayamos agradecido antes, pero mi madre se empeñó en que estuviéramos todos reunidos para hacerlo como te mereces.
- Yo no... yo no merezco tantas atenciones. Fue... un impulso. Yo...no - las palabras no querían salir de mi boca, y me estaba retorciendo los dedos tratando de parecer normal. Estaba tan ruborizada que me sentía arder el cuello.
- Bueno, basta ya que la pobre niña está muy colorada. - Margaret me rescató de entre los tres hermanos. Me cogió de la mano y me condujo hasta la mesa. - Ven ¿quieres tomar algo? - me hizo sentar en un lateral. Ella se sentó a mi izquierda, en un extremo. Rick lo hizo en el otro extremo. Frente a mí se sentó Chris y junto a él lo hizo Tony. Aquello parecía la celebración del día de Nochebuena. Una colección de rica comida recorría la mesa: judías verdes con zanahorias, patatas asadas en salsa, y un asado que olía como debía oler en un hogar todos los días.
- Que sorpresa cuando supe que vivías en casa de Carol Lambert - inició la conversación Margaret.
- Sí, es estupenda.
- Claro, pero yo te he visto muchas veces en el supermercado, y también sabía que Carol había alquilado su media casita. Lo que no sabía es que habías sido tú.
Ella hablaba y los demás comían, lejos de sentirme cómoda, estaba empezando a sentirme como un pavo acorralado que sabe que va a ser la cena.
- Fue una suerte dar con ella y con su casa. Ella necesitaba a alguien que le echase una mano de vez en cuando. Pero créame, yo salgo ganando en el trato, porque su comida es deliciosa. - Probé un poco de asado y me supo a gloria. - Usted también tiene buena mano para la cocina.
Todos sonrieron, se ve que tenían un chiste particular al respecto. El caso es que me sentí algo más cómoda y empecé a relajarme un poco.
- ¿A qué te dedicas? - me preguntó Rick, yo pienso que fue más por hablar de algo que por interés real. Me esmeré en mis modales en la mesa, porque no había sido educada en la aristocracia, precisamente. De donde yo procedía, la hora de la comida era como un comedor escolar: había bolitas de pan volando de una punta a la otra, un filete que de pronto te desaparecía del plato, y cosas así. Eché un vistazo a los comensales y comprobé que Chris tenía serias dificultades para llevarse la comida a la boca con la mano izquierda. Observé que Tony se reía por lo bajo debido a este hecho. Ello me hizo sonreír, aunque no quise ser irrespetuosa y respondí enseguida a la pregunta de Rick.
- Vine a la ciudad hace casi... dos años - respondí después de pensarlo un momento, claro, este era mi segundo año en la escuela y aún faltaba un semestre para terminar el curso. - Me matriculé en Bellas Artes. Pinto, moldeo y esculpo. Aún no he encontrado mi camino.
- Mm... interesante - intervino Tony. - Podrías hacer un busto de Rick, pero procura sacarlo más guapo. El pobre fue el primero en nacer, y el molde de los Clayton no estaba perfeccionado. - Y automáticamente todos comenzamos a reír, hasta Chris, que había estado serio desde el inicio de la cena.

La velada fue muy agradable y se prolongó por un par de horas. De postre me sorprendí con un rico sorbete de fresa. Poco a poco fui perdiendo el miedo inicial. Y no es que nos hiciéramos íntimos, pero al menos llegamos a conocernos algo mejor. Terminamos en el salón, junto a la chimenea, donde Margaret me mostró algunos álbumes familiares.
- ¿Este eres tú? - le pregunté a Chris. Había una fotografía de un niño rubio con los ojos claros vestido de comunión. No estaba acostumbrada a esas tradiciones, puesto que yo siempre había pasado de religiones y cosas así.
- No sé porqué mi madre no quemó esa foto. Estoy horroroso.
- Anda ya, estás guapísimo - dijo su madre que le besó en la frente, pero él no se molestó. Otros en su lugar le habrían rehuido. Yo me sentí celosa, ojalá tuviese una madre que me tratase con ese amor, aunque la rehuyera por darme muestras de cariño en público.

Amor CaprichosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora