Por la mañana, antes de salir para clase, recibí la siempre inquietante visita del mayor de los Clayton, Rick. Esto se estaba convirtiendo en una sorpresa continuada, como: DETRÁS DE LA PUERTA NUMERO UNO...
- Buenos días - me saludó, estaba recostado en la barandilla de mi pequeño porche.
- Buenos días - correspondí.
Pasé delante de él y bajé la escalera, me siguió hasta llegar junto a mi coche. Quería saber qué significaba tanto silencio y qué quería de mí, pero volvía a apoderarse de mí esa extraña timidez que me impedía preguntarle, así que callé y esperé a que él hablara primero.
- ¿Me llevas? - preguntó por fin.
- ¿A dónde?
- Por ahí, al centro.
- ¿Y tu coche? - hablé sin pensar.
- ¿No quieres llevarme? - se puso serio de pronto.
- No, no es eso... solo, yo solo... - no había querido ser brusca.
- Tranquila, estoy de broma, lo que pasa es que hoy no tengo coche.
Le iba a dejar conducir, pero él se negó, alegando cansancio. Así que me encogí de hombros y subí al coche, Rick lo hizo al otro lado. Salí de la calle y me incorporé al tráfico. Ésta era una experiencia nueva, yo conducía con atención mientras él me miraba todo el rato, recostado parcialmente sobre la puerta, parece que para tener una mejor perspectiva. Ojalá dejara de escudriñarme de ese modo porque me estaba poniendo nerviosa, y además, me daba mucho reparo decirle que no lo hiciera. Tal vez Rick esperaba que se lo dijera.
- ¿Dónde quieres que te deje?
- Ya te lo diré cuando lleguemos. No tendrás que desviarte de tu camino.
- No me importa desviarme, tengo tiempo de sobra.
- Lo sé - respondió Rick - He observado que eres tan puntual que llegas siempre antes de tu hora a cualquier sitio que vayas.
Me ruboricé por su observación, no sabía que se había dado cuenta. A veces me sorprendía con detalles de esos, como cuando me dijo lo de mi gusto por las comidas.
Casi no hablamos en todo el trayecto, finalmente llegamos a un cruce y él puso su mano sobre la mía, que estaba en la palanca de cambios.
- Me va bien quedarme por aquí.
Me detuve en un semáforo y Rick salió del coche, se asomó por mi ventanilla.
- Luego pasaré a recogerte - ¿Que pasaría a recogerme? ¿Pero cómo? El coche lo tenía yo. Quise preguntarle pero él ya se alejaba, supuse que quería ser enigmático, y lo había conseguido. Le observé atentamente mientras se alejaba, parecía muy seguro de sí mismo. Finalmente volví a incorporarme al tráfico matutino.
En el aparcamiento de la escuela me encontré con Adrian. Esperó junto a su coche aparcado hasta que llegué a su altura.
- Veo que hoy has rescatado tu viejo Ford de debajo de toda esa nieve.
- Sí, me levanté antes de la hora y le di un buen repaso. Mi coche es como los ancianos, si no le das un paseo con frecuencia se ponen achacosos y no se mueven más.
Entramos juntos en clase. La señora Liberty aún no había llegado y nos reunimos en un pequeño grupo: Angie y Tania. El resto de la clase, formado por cuatro alumnos más, tenía formado su propio grupo. Me quité el anorak y lo dejé en el perchero de la entrada, volví a mi sitio. Desde que había hecho tan buenas migas con Adrian, prestaba menos atención a la materia y eso repercutía en mi rendimiento. Aunque me lo pasaba muy bien escuchando al chico y sus ocurrencias.
- ¿Tienes algo planeado para el sábado?
Miré a Angie con vacilación, a estas alturas me podía esperar cualquier cosa, desde una fiesta a una acampada. Ya estaba acoplada al grupo y contaban conmigo para todo. Sin duda mi suerte cambió el día del tiroteo: a partir de entonces había sido incluida en una familia, y ahora en un grupo de amigos ya consolidado.
- ¿Qué hay el sábado?
- Una exposición en el centro, reproducciones de algunas obras de Salvador Dalí. ¿Te apuntas?
¿Dalí? Estaba claro que me interesaba, porque los cuadros de Dalí eran tan vistosos y estaban llenos de tantos detalles que podía pasarme horas observando minuciosamente cada centímetro cuadrado.
- Bueno, lo apunto - respondí a la vez que en mi agenda tomaba nota de la hora y el lugar de la exposición. Desde que decidí usar agenda, mi vida había cambiado para mejor, dejaba la memoria para otros menesteres que no fueran recordar un examen o una cita con el ginecólogo.Cuando se acabó la jornada escolar, fui hasta el aparcamiento cargada con un lienzo terminado. Era un bodegón al óleo. No era de mi gusto pintar bodegones y no veía qué había de atractivo en ello, pero no podía negar que me había quedado estupendo. Adrian iba a mi lado, y detrás de nosotros las otras dos chicas del grupo.
- Tienes visita - señaló Adrian, levanté la mirada.
Y allí estaba recostado, en la parte trasera de mi Ford. Este chico parecía no tener nada que hacer porque siempre estaba a la vista.
- En fin, hasta mañana - me despedí de los chicos. No me pasó desapercibida la mirada crítica de Adrian, pero supo comportarse, me dijo adiós con una breve sonrisa.
- Hola, ¿Qué tal?
- Bastante bien - dije mientras metía el cuadro en el maletero, fui a sentarme en el sitio del conductor pero me lo impidió.
- Ahora me toca a mí.
Agradecí el detalle porque no me apetecía ser observada de nuevo. Subí al coche por el lado del copiloto y me ajusté el cinturón de seguridad.
- ¿A dónde te gustaría ir?
Bueno, me había pillado desprevenida. Pensaba regresar a casa, darme una ducha y hacer la colada, pero la idea de salir por ahí con Rick era mucho, mucho más atractiva.
- Yo no... - titubeé un instante - No se me ocurre nada ahora mismo.
Rick siguió conduciendo y me dedicó una breve mirada seguida de una enigmática sonrisa.
- He tenido una gran idea ¿Qué tal se te da nadar?
- ¿Qué? - este chico, de veras que me sorprendía a cada momento. ¿Dónde me pensaba llevar?
- Tengo un colega que dirige una de las piscinas cubiertas de la ciudad, he pensado que tal vez te gustaría darte un buen chapuzón.
Francamente, sería una experiencia bastante estimulante, pero había un inconveniente.
- No tengo bañador.
- Eso no supone ningún problema.
Guardó silencio y siguió atento a la carretera. Empecé a sospechar que tal vez me plantease bañarnos en pelotas, pero no acababa de concederle mucha credibilidad a esa idea. Rick no parecía ser el tipo de hombre que proponía algo así, al menos, al poco de conocer a una mujer, al menos a mí... ¿o sí?
Estacionó el coche en un aparcamiento público, esta era una zona que no había frecuentado. La ciudad no era muy grande, pero prácticamente no había salido de mi ruta diaria y del barrio en sí. Me tomó de la mano, gesto que también me pilló con la guardia baja, y nos encaminamos hasta un centro comercial. Empezó a contarme batallitas juveniles, de cuando los hermanos Clayton y sus amigos iban a pasar la tarde en la piscina, incluso a veces, en plena noche.
- ¿Y bien? - pregunté cuando subíamos por las escaleras mecánicas hasta el siguiente nivel.
- Espera y ya verás.
En cuestión de minutos, nos detuvimos ante el escaparate de una enorme tienda de deportes.
- Entremos - me invitó tirando de mí para que le siguiese.
Aquel sitio debía ser el paraíso del deportista, pues podía encontrar de todo para la práctica de cualquier disciplina. Llegamos a la sección de baño donde había una enorme colección de bañadores y bikinis. Empecé a ojear los modelos, ahora la duda era si elegía un bikini o un bañador. Con las dos piezas estaba más cómoda, pero quizás me veía más vulnerable. No era una mojigata, pero era la primera vez que enseñaba mi pálida piel después de tanto tiempo forrada como un oso polar. Al final elegí un bañador de corte olímpico, con tirantes cruzados a la espalda y que me quedaba genial, aunque esté mal que lo diga.
Me negué, pero al final pagó él la compra, me cogió de la mano de nuevo y salimos de allí. Parecía emocionado por la idea de pasar la tarde juntos nadando en una piscina climatizada.
- ¿Y dónde está la piscina?
- Calma, ya llegamos. Solo unos minutos.
Efectivamente, en unos minutos llegamos al sitio en cuestión. El tipo de la puerta nos dejó pasar en cuanto Rick le entregó una tarjeta garabateada al dorso. Rick me indicó dónde estaba el vestuario de las chicas.
Me miré en el espejo, el bañador me sentaba muy bien, pero mi cuerpo estaba un tanto pálido después del largo invierno. Cuando salí a la zona de la piscina, las personas que allí estaban ya se dirigían hacia los vestuarios. Entonces me fijé en Rick y en su increíble cuerpo semidesnudo, lucía un bañador tipo bermuda en color azul oscuro.
- Ven aquí, no tengas miedo - me animó mientras con la mano me hacía un gesto para que me acercase. Lentamente recorrí la distancia que nos separaba, dedicándole rápidas miradas a él y al recinto. Rick no dejaba de mirarme, y curiosamente no apartaba sus ojos de los míos, por lo que no pareció prestar atención al aspecto que yo presentaba.
La piscina era enorme, con varios trampolines a distintas alturas, y había otras piscinas más pequeñas y una serie de gradas para el público.
- ¿Cómo está el agua?
- Está estupenda.
- Ah - me acordé de decir - Debo avisarte que no me gustan las ahogadillas ni todas esas cosas a las que juegan los chicos, no se me da muy bien lo de aguantar la respiración bajo el agua.
- Vale - hizo él un gesto solemne - Prometo portarme como un caballero.
Teniendo su palabra como fianza, me metí en la ducha para prepararme, fui hasta el borde de la piscina y me senté a su lado. El agua estaba deliciosamente tibia. Era consciente de que Rick estaba muy cerca, piel con piel, y eso me ponía la carne de gallina, sin saber porqué.
- No sabes cuánto tiempo hace que no estoy en una piscina, creo que la última vez tenía catorce años.
Caí en la cuenta, como tantas veces, en todo lo que me había perdido al no crecer en el seno de una familia. Tal vez me habría ido peor, pero eso nunca lo sabría, porque jamás nadie se interesó por acogerme para probar a ver qué tal. Me habían dejado en un centro siendo una recién nacida. Me sentía furiosa cuando pensaba en ello ¿tan desesperada estaba mi madre como para abandonarme? Porque estaba claro que había un padre y una madre, porque yo no nací de un huevo. Pero fueron tan cobardes que no se atrevieron a cargar conmigo, ni a intentar recuperarme.
- ¿Hola? - dijo Rick a mi lado, sacándome del trance - ¿Estás aquí?
- Sí, perdona. Viejos fantasmas.
- Pues a los viejos fantasmas... - sugirió Rick zambulléndose en el agua -...hay que enterrarlos con sus huesos ¿No crees?
Se sumergió y le vi alejarse bajo el agua. De pronto miré alrededor y me sentí inquieta, incómoda y como si estuviese sola. Me dio repelús, pero en cuanto le vi emerger al otro lado de la piscina me sentí diferente.
- ¿Qué? ¿No te atreves? - me retó en voz alta.
Bajé con cuidado y quedé sumergida hasta el cuello. La profundidad mínima era de dos metros y medio por la zona donde yo estaba, así que supuse que en la parte de los trampolines, habría más profundidad. Saber que había tanta agua debajo de mis pies me inquietó, pero me armé de valor y nadé con calma hasta donde estaba Rick.
- Vaya, te has tomado tu tiempo - se reía mientras me veía llegar casi sin aliento - Vamos, mójate el pelo ¿O lo hago yo?
- No, no - me apresuré a decir, ya sabía de la brusquedad de los chicos - Ya me lo mojo yo.
Cogí aire y me sumergí un segundo.
- Eso está mejor.
Salió de la piscina y me miró desde el trampolín más bajo, sonreía, debía de estar pasándoselo bien con mi escasa maña en el agua. Entonces se tiró al agua de cabeza, noté un cosquilleo de burbujas y a continuación emergió muy cerca de mí.
- Qué envidia, ojalá yo supiera hacer algo parecido. ¿Hay algo que se te de mal?
- Yo no sé pintar ni un monigote - respondió, perdiéndose de nuevo en las profundidades.
Nadé hasta el otro extremo y me dejé llevar por los chorros que salían del lateral de la piscina. Estuvimos disfrutando del agua durante una hora, en la que hablamos largo y tendido allí junto al bordillo, con los pies en el estrecho escalón de la pared.
- ¿Te ha gustado venir a la piscina?
- Me ha encantado y ha sido toda una sorpresa. Te agradezco que hayas tenido este detalle conmigo. Al menos déjame tener un detalle contigo, deja que te invite a cenar.
- No puedo permitir... - no le dejé terminar, sin duda pensaba que yo no me atrevería a pagar la cena, o era de la vieja escuela, de la antigua estirpe de caballeros que no permitían que las mujeres pagasen... o tal vez creía que no disponía de dinero suficiente.
- Tú eliges y yo pago. No admito discusión.
Se lo pensó un instante mientras salíamos del agua hacia los vestuarios.
- Está bien. Conozco un lugar que te va a encantar.
Rick siempre parecía conocer sitios interesantes, sin duda aquella era su ciudad. Me di una buena ducha para eliminar todo el cloro y salí de allí con olor a jabón de avena. Rick me esperaba junto al tipo de recepción, con el que estaba hablando amigablemente. Olía a jabón y a colonia, pero un aroma de perfume corriente que al contacto con su piel olía estupendo.
Fuimos a cenar a un bar donde preparaban unos bocadillos fabulosos de mortadela siciliana a la plancha, con tomate, cebolla y lechuga, acompañado de una salsa riquísima y todo ello en un súper bocata compacto y prensado hasta adquirir el grosor de una pizza.
Olía de maravilla, di el primer bocado y saboreé la mezcla con los ojos cerrados, para deleitarme. Cuando los volví a abrir, Rick me miraba con tanta intensidad que me sobresalté.
- Es fácil impresionarte, eres tan...
-... simple ¿Verdad?
- Sencilla y natural - remató Rick.
- Eso me suena a leche, o a yogurt.
Y él se rió de buena gana.
- También eres espontánea.
Me sonrojé, como era habitual, pero también me sentí bien, siempre es agradable escuchar cosas buenas. Rematamos el bocata y de postre un flan casero, delicioso, como todo. Cuando llegamos al coche, ya había oscurecido. Condujo en dirección a casa, aparcó delante de mi fachada y apagó el motor.
- Fin del trayecto - anuncié. Nos quedamos en silencio un instante.
- Algún día me tienes que mostrar lo que haces.
- Venga, sube ahora - le dije sin pensarlo, tampoco había nada que pensar, éramos amigos.
Subió detrás de mí la escalinata y le dejé pasar antes que yo. Enseguida encontré el interruptor de la luz. Ante él se mostró mi guarida en todo su esplendor. Afortunadamente, recogí un poco todo lo que tenía fuera de lugar antes de ir a la calle. Mi choza era pequeña y por ello resultaba acogedora.
Sobre el sofá había colocado una manta hecha de lana, que la abuela Carol había tejido para mí. Junto al ventanal tenía colocado el caballete y en una mesa cercana había improvisado un estante donde dejar mis útiles de pintura.
- Es una casa estupenda - reconoció Rick mirando alrededor, luego se fijó en el caballete y fue a echarle un vistazo al lienzo, pero estaba en blanco. - Oh, vaya, que chasco - murmuró.
Ahogué una risa, hice como que no me había dado cuenta y le llamé desde el otro lado del salón.
- Si quieres ver algo de lo que hago, ven por aquí.
Enseguida estaba a mi lado, sentí su olor antes de verle, yo estaba inclinada hacia delante cogiendo los lienzos de un rincón.
- A parte de los trabajos de clase, hago algunas cosillas por mi cuenta.
Todos eran marcos de no más de sesenta por cuarenta. Las grandes obras aún me venían holgueras, pero pronto tendría que atreverme con algo mayor.
- ¿Qué te parece? - le miré con atención, parecía examinarlos con detalle.
Había algunos paisajes, un autorretrato, unos bodegones, algún retrato más, y cosillas cubistas. En la carpeta le mostré bocetos de casi todos los cuadros.
- Este es mi favorito - y le mostré un retrato que había hecho de la abuela Carol, donde las sombras daban mucho juego.
- Yo no entiendo mucho de esto, pero eso que llaman arte moderno no me acaba de convencer. Me gusta ver cosas que entiendo. No sé qué significado puede tener este para ti... pero yo al menos puedo ver una mujer sentada delante de una ventana.
Me sonrió y cogió el lienzo de mi autorretrato, lo examinó de un extremo a otro y me miró.
- Regálame éste.
Levanté las cejas, incrédula ¿para qué iba a querer un cuadro mío, y además con mi careto? ¿Para ponerlo en el cuarto de baño tapando un agujero?
- Vale, es tuyo. Quizás dentro de algunos años tenga un gran valor.
- Sin duda ya lo tiene.
Dejó el cuadro sobre el sofá y volvió a echar un vistazo en torno suyo. Parecía buscar algo.
- ¿Buscas algo?
- Sí, mi chaquetón. No sé donde lo he dejado.
- En la entrada, me lo diste para que lo colgara en el perchero.
Fue hasta la percha y regresó con un paquete pequeño y rectangular que se apresuró a dejar fuera de mi vista. Me intrigué por el contenido del dichoso paquete, pero hice como que no le había visto coger nada.
- ¿Te apetece tomar algo? - pregunté conforme avanzaba hasta la cocina, situada en la parte trasera de la casa, desde donde podía salir al patio trasero. - ¿Cerveza o algún licor?
- ¿Café? - sugirió Rick, que de pronto estaba detrás de mí, podía sentir su aliento en mi cuello. Me puso la carne de gallina y no sé porqué, ya que su aliento era cálido.
- ¿Café a esta hora?
- Tolero bastante bien la cafeína.
Se recostó, como solía hacer, en la encimera y se cruzó de brazos. El paquetito que tenía en la mano había desaparecido, pensé que había sido una ilusión óptica.
El café casi estaba a punto. Había comprado una cafetera de segunda mano, de esas que preparaban el café al instante y además calentaban la leche y hacía espumita.
- Tiene buena pinta - cogió la taza de mi mano y se la llevó al salón, yo fui detrás con el platillo correspondiente y una bandeja con un tazón de leche y cacao para mi, así como unas galletas.
- Ey, el azúcar.
Me disponía a levantarme, cuando él me tomó por la muñeca y me hizo sentar de nuevo.
- No te molestes, me gusta sin leche y sin azúcar.
Eché un vistazo a la jarrita de leche espumosa y me dije que era una lástima desaprovecharla. La vertí a mi tazón y seguí removiendo sabiendo que Rick no me quitaba ojo. Él empezó a soplar para tomarse el primer sorbo y yo ataqué un par de galletas de canela con azúcar espolvoreada.
- Estas son las galletas de las ocasiones especiales.
- Así pues, yo soy una ocasión especial.
- Bueno - dije para quitar seriedad al tema. - Eres mi primera visita.
Seguimos con lo nuestro hasta que apuramos nuestras tazas, él comió algunas galletas.
- Me he fijado en que no sueles llevar pulseras, ni colgantes... salvo esos pequeños pendientes.
- Me he acostumbrado a tener pocas pertenencias... y de poco valor, por si las pierdo en algún momento.
No me había dado cuenta de cuánto me había marcado crecer en un centro de acogida. Seguramente, la mayoría de los chicos no solía esconder sus cosas o cargaba con ellas a diario. Yo acudía al instituto con mis objetos más preciados por si desaparecían mientras yo estaba fuera. Perdida en mis recuerdos como estaba, no vi que Rick había puesto la cajita junto a mis manos.
- Dime si te gusta.
- ¿Qué es? - pregunta tonta, si hubiese querido que se viera a la primera, no vendría envuelto en papel.
- Ábrelo.
Parecía tan emocionado como yo, y eso que él conocía el contenido del misterioso paquete. Tiré del lacito y rasgué el bonito papel de regalo: era un estuche de metal, alargado y con una bisagra a un lado. Me temblaron ligeramente las manos al buscar el reborde para abrirla, y sonreí nerviosa. Nunca me habían hecho un regalo. Cuando abrí la caja, me sorprendí al encontrar un colgante plateado con forma de trébol de cuatro hojas, en un cordón negro.
- Oh - exclamé deslumbrada.
- Un amuleto de la buena suerte para una chica con buena suerte.
- ¿Me lo pones?
Rick sacó el colgante del soporte y yo me di la vuelta recogiéndome el pelo para que pudiera cerrar el colgante en mi cuello.
- Es precioso - me levanté y me miré en el espejo de la entrada, desde allí comprobé que Rick estaba observándome. - Gracias - respondí cuando de nuevo me senté en el sofá, a medio metro de él. - Entonces ya estamos en paz, tú llevas mi cuadro y yo tu colgante.Ya era tarde cuando Rick salió de casa con el cuadro bajo el brazo. Cuando cerré la puerta estaba exhausta. Había sido un día particularmente largo y movidito, y no me había dado cuenta de lo cansada que me sentía hasta después de tomar otra taza de leche con cacao.
Me lavé los dientes y fui a la cama sin pararme a recoger las tazas sucias. Junto a la cama me quité la ropa y me metí entre las frías sabanas, me aovillé hacia el lado de la ventana y sostuve el colgante entre los dedos. Se había tornado tibio al contacto con mi piel. Nunca nadie me había regalado nada antes.
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Amor Caprichoso
RomanceLa vida de Fanny cambia radicalmente el dia que interviene para intentar salvar la vida de su vecino. ¿Quién le iba a decir que aprendería a abrirse al mundo, que encontraría una familia y también el amor?