3 EL DESAYUNO

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Después de un rato más, me despedí de ellos y me dispuse a marcharme, sin embargo Rick se ofreció a acompañarme. Habría preferido que la idea hubiera sido de Chris, pero... no es que se le adelantase, es que el otro no pareció interesado. Me ayudó con el abrigo y salimos al exterior.
- Te hemos avergonzado ¿Verdad?
- No importa, lo entiendo.
Iba tan próximo a mí que olía su embriagador aroma a colonia, una colonia corriente pero que en su piel olía salvaje.
- Bueno, lo que ocurre es que nunca te sabremos agradecer lo que has hecho por Chris. Siento repetirme, pero piensa que hubiese sido al revés. ¿Cómo te sentirías?
Le miré, allí parados junto a mi coche, aunque para mirarle tenía que elevar bastante la mirada. Nunca me había sentido tan pequeña.
- No sé que cómo me sentiría porque nunca he tenido familia. Siempre he vivido en un centro de acogida - no me molestó contarle cosas sobre mí, porque no me avergonzaba decir que era huérfana de padres desconocidos. - Puedo imaginar cómo os ha afectado. Me he sentido eufórica solo de pensar en lo que había hecho, pero luego me ha dado el bajón al caer en la cuenta de la locura que hice y en que puse mi vida en juego.
Rick me acompañó hasta los escalones de casa. Casa... era la primera vez en mi vida que a un lugar podía llamarlo "casa" u "hogar". Y en casa de los Clayton me había sentido parte de una familia.
- ¿Mañana domingo, tú vas a... la iglesia? - no era la clase de pregunta que esperaría de alguien como Rick, en realidad, de nadie de menos de cincuenta años.
- No. Yo no... yo no creo mucho en Dios y esas cosas ¿Por qué lo preguntas?
- Mi madre asiste a la iglesia todos los domingos. Nos preguntábamos si mañana querrías venir a desayunar con nosotros. Solo vamos a estar los chicos... espero que no te asuste enfrentarte a nosotros.
Me imaginé a solas con ellos, el sueño de cualquier chica de mi edad, sería tonta si me negaba. Quizás fuese la única oportunidad de tener a tres tíos a mi disposición.
- Vale, ¿A qué hora?
- ¿A qué hora te va bien?
- Me da igual. A la hora que os vaya bien a vosotros, yo suelo madrugar sin querer los fines de semana.
- Entonces a las ocho.
Una vez llegué a casa, cerré la puerta y le vi entrar en la suya. Me recosté en la pared, estuve tan nerviosa, y ahora el relax me dejó las piernas débiles. Me dejé caer hasta el suelo sin dejar de sonreír. Había pasado una velada genial.
Cogí las llaves de la abuela Carol y la encontré en la cama leyendo un grueso libro... le miré la portada, CRIMEN Y CASTIGO... bueno, sobre gustos no había nada escrito.
- ¿Qué tal la cena? Me quedé esperando un buen rato, pero al final he preferido venirme a la cama a estirar las piernas.
- Ha sido la mejor noche de mi vida. Muy atentos todos. Aunque casi me muero de la vergüenza porque... me estuvieron agradeciendo que acudiera en ayuda del chico.
Me senté junto a ella en la butaca y estuve haciéndole un resumen de la velada, finalmente llegué a la parte del desayuno. La abuela me miró por encima de sus gafas de lectura (tenía un gran parecido con la reina Isabel de Inglaterra).
- Será interesante, niña. Ojalá yo tuviese tu edad.
Me reí, habría sido un peligro si sus veinte años hubieran sido en este siglo.
Me levanté temprano y me di una ducha rápida, había usado un jabón de lavandaporque sabía que su olor me acompañaría todo el día, más eficaz que cualquier perfume.
Los perfumes morían enseguida al contacto con mi piel. La suerte es que yo no solía oler a nada, y los perfumes me duraban alrededor de cinco minutos... Aunque me aplicase una cantidad generosa.
En mi afán por no llegar tarde (y eso que la distancia a recorrer eran apenas veinte metros o poco más), cuando estuve delante de la puerta dentro del porche cubierto y llamé al timbre, comprobé horrorizada que faltaban quince minutos para la hora acordada. Pero ya no podía dar marcha atrás, aparte de que llevaba todo el rato sintiendo el estomago con mariposas y unas ganas imperiosas de encerrarme en el cuarto de baño. También me sucedía en los exámenes orales y en los acontecimientos
importantes, por lo que sabía que lo del baño no era necesario.
Estuve parada delante de la puerta casi un minuto desde que había llamado al timbre. Rick abrió la puerta, iba vestido de manera informal, con un pantalón vaquero y una sudadera gris. Olía a recién afeitado y parecía llevar horas levantado.
- Buenos días - dijo y me puso la mano en la cintura para hacerme pasar, lo que fue como un latigazo de electricidad que me recorrió la columna vertebral.
- Hola, ¿qué hay?
Dejé el anorak en el perchero y me dejé guiar a dónde él quisiera llevarme.
- Vamos, sube. Voy a curar la herida de Chris.
- No, da igual. Esperaré aquí abajo - le respondí abrumada, no esperaba una invitación de ese tipo, me dio mucho apuro.
- Vamos, no te dé vergüenza.
Se colocó detrás de mí y me indicó el camino escaleras arriba, él iba a un peldaño de distancia. Cuando llegamos al piso superior puso de nuevo la mano en mi cintura para guiarme a la habitación del fondo, la que quedaba encima del porche
cubierto y frente a mi casa.
Gracias a Dios entró primero en la habitación. Por el camino había dejado cuatro puertas más y comprobé que era una casa enorme. Quería aparentar naturalidad y admirar la decoración, para que la situación no me superara, pero el corazón se me
aceleró cuando encontré a Chris sentado en la cama. Tenía el torso desnudo con una gasa adherida donde se suponía que debía estar la herida. No sabía si me encontraba con ánimo de ver una herida, sobre todo porque siempre había sido muy aprensiva con esas cosas. Ya me ponía enferma entrar en un hospital de visita.
- Hola.
- Hola, ¿cómo estás?
- Mejor - respondió y sonrió. En esta familia todos sonreían siempre.
Miré a mí alrededor mientras Rick salió en busca del botiquín. La habitación estaba decorada como la habría dejado al marcharse: posters de coches y motos, algunos libros de texto y juguetes en los estantes. En mi vistazo le miré de reojo y comprobé, inquieta, que él me estaba observando. Exhibía un atisbo de sonrisa en sus labios y se le marcaron unos leves hoyuelos cerca de las comisuras.
- Parece una encerrona, ¿verdad?
Sonreí y fijé la vista en algún lugar detrás de él.
- Si.
- No temas, no estaba planeado.
Entró Rick con un botiquín y se sentó junto a Chris, que se recostó en la cama.
Le quitó el apósito y quedó al descubierto una herida suturada de unos tres centímetros.
Destacaba en su piel clara igual que el centro de una diana.
No me di cuenta de lo embobada que estaba mirando hasta que oí a Tony carraspear detrás de mí. Me vi transportada a aquella mañana nevada, cuando bajo mis manos había una herida sangrante. La sangre salía sin parar y me quité la chaqueta para
sellarla, le miraba la cara pero él no me veía, apretaba con fuerza para que la sangre dejase de salir.
Se me taponaron los oídos y comencé a sudar copiosamente, estaba viendo sin ver porque no era capaz de enfocar y entonces las piernas ya no me sostuvieron. El suelo se acercó a una velocidad de vértigo.
Lo siguiente que recuerdo es que abrí los ojos y encontré a los tres chicos Clayton a mí alrededor. Rick estaba inclinado sobre mí y me daba golpecitos en la mejilla. Estaba acostada en la cama de Chris y con las piernas en alto, hice intento de incorporarme y Rick me ayudó.
- ¿Te encuentras mejor? - me preguntó Chris, que se había acuclillado delante de mí, todavía sin camisa, la herida a la vista. Acerqué mis dedos a la herida pero solo toqué su piel unos centímetros más abajo. Pensé en aquella mañana... él podría haber muerto si yo no hubiese intervenido.
Respiré hondo y me despejé.
- Ya me siento mejor, gracias - mentí, pero me puse en pié y recé para que mis piernas me sostuvieran. Junto a mí, Rick le puso a Chris un apósito nuevo y le ayudó a ponerse la camisa azul oscuro, con toda clase de precauciones, para no forzar los movimientos del hombro.
- Bueno, vamos a comer ¿no?... Porque yo estoy hambriento y el desayuno está en su punto - exclamó Tony iniciando la marcha.
Rick volvió a poner la mano en mi cintura cuando nos dirigíamos a la escalera en fila india. No podía ver el significado de esta acción, y más, teniendo en cuenta que donde yo me crié este tipo de contacto físico tan familiar no era común.
Fuimos a la cocina, donde Tony había servido el desayuno. Huevos, tostadas, zumo, leche, cereales y mermelada. Me serví una taza de leche caliente y un poco de café con azúcar. Chris era muy goloso pues su leche llevaba extra de azúcar. Rick tomaba café solo y Tony se sirvió café con leche y crema.
Cogí una tostada y me quedé parada, pues la mermelada no me gustaba y no veía por allí nada parecido a la mantequilla. Me dio vergüenza pedirla.
- ¿Tenéis...?
Tres pares de ojos se posaron en mí. Me puse colorada, pero miré a Rick, con el que me sentía algo más cómoda (por los minutos que había pasado en su compañía), era mi balsa de salvación.
- ¿... mantequilla?
- La mantequilla - dijo Tony levantándose y yendo al frigorífico - ya sabía que olvidaba algo.
- Es que a Tony no le gusta la mantequilla y por eso siempre la olvida, yo diría que a propósito - intervino Rick con una sonrisa.
Me serví dos tostadas y luego apuré mi café con leche, repleta.
- ¿Es muy duro vivir en un centro de acogida? - se interesó Rick. No me molestó el tema, ni la pregunta, pero sí vi que sus hermanos le dedicaron sendas miradas reprobatorias.
- Para mí no lo ha sido porque no he conocido otra cosa.
Vieron que me sentía cómoda hablando de ese asunto y se relajaron.
- Entonces no llegaste a conocer a ninguno de tus padres... - quien había hablado esta vez era Chris, que me miraba como si quisiera memorizar mi rostro.
Recordé que yo también llevaba un pequeño apósito en el lado derecho de la frente.
Supe que lo estaba mirando.
- Desde que tengo uso de razón y en mis recuerdos, no veo otra cosa que no sea un centro de estos. He pasado por algunos y bueno, supongo que no era una niña agradable, ni bonita, porque nunca he estado con una familia de acogida, ni nadie se
interesó por mí para la adopción.
- ¿Tú? Pero si eres preciosa... - sentenció Rick, y me sentí ruborizar el rostro, y el cuello, y la nuca, y el corazón se me desbocó en el pecho.
Los miré a los tres, que no sonreían, por lo que no había sido una broma. Respiré hondo un par de veces hasta que me serené. Ellos debían saber cómo me hacían sentir cuando decían esas cosas. Tanta amabilidad, tanta calidez... no estaba acostumbrada a
todo eso. La primera persona cariñosa que encontré en mi camino fue la abuela Carol.
Antes, ya encontré gente amable, que hacía su trabajo; y gente desagradable, que parecía odiar su trabajo.
- Bien - dijo Tony rompiendo el silencio. - Vas a tener que acostumbrarte a nosotros porque de lo contrario te va a explotar la cabeza de tanto sonrojarte - sonreía abiertamente, Chris y Rick también sonrieron.
- Te conviene saber unas cosillas para sobrevivir en esta familia - continuó hablando Tony. - Rick es el que tiene el carácter más fuerte, hace como de padre. Pero como verás, siempre tiene una palabra de esas que te descoloca. - Rick se llevó la
mano al pecho e hizo una especie de reverencia asintiendo. - Chris es algo más independiente y más dócil... pero también más débil...
- ¡Oye! - Le espetó el aludido. - Deja que me recupere y verás lo que es bueno.
- Vale, no es débil, solo más "blandito"... - y al decir esto último, recibió un servilletazo en plena cara.
- Pero Tony es el guaperas - intervino Chris, me sonrió - aquí mi hermanito, se cree que va a desfilar por la pasarela, con ese estilo suyo "casual y despreocupado, pero elegante".
- En realidad soy el mejor de todos - aclaró Tony haciéndose oír entre las carcajadas de sus dos hermanos, y mi sonrisa, al verlos comportarse como yo les había visto tantas veces desde mi ventana. - Señores, no seremos una familia normal, pero nos lo pasamos bien, y... señorita Fanny Wayland - me sostuvo la mano y me invitó a levantarme. - Será un honor para nosotros que a partir de ahora mismo te sientas como parte de la familia, porque para nosotros ya eres una Clayton por derecho.
Me quedé con la boca abierta, sin saber qué decir. Lo que había parecido una broma se había transformado en algo bien distinto.
- Todo esto es demasiado, no me merezco... - no pude terminar de hablar, las lágrimas amenazaban con desbordarse, como efectivamente hicieron. Sin darme cuenta de lo que había sucedido, de pronto sentí unas manos a ambos lados de mi cara,
limpiando las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas. Era Rick.
- Esto no puede ser, Fanny. Hablo en nombre de los tres cuando te digo que tienes que ser más fuerte o te cansarás de llorar. Somos muy dados a las muestras de cariño, vamos, muy sobones - Tony habló en tono de humor pero me constaba que sus
palabras eran ciertas.
- Te queremos dar confianza para que te sientas cómoda con nosotros. Porque a partir de ya eres un miembro más de la familia. Cumpleaños, bodas, Navidades y toda esa parafernalia - continuó Tony.
- Claro, y también aguantar nuestras gansadas... - intervino Chris.
- O hacer tus propias gansadas, estamos abiertos a nuevos disparates, aprendemos rápido. - apuntó Rick, que había estado muy callado todo el rato. - Trae una bobada que tengas y verás que pronto se transforma en una chorrada familiar que haremos en todos los eventos. Mira si no a Tony, es un payaso y lleva así toda la vida.
Fue mi primera carcajada, no ya por las palabras de Rick, sino por la cara de Tony, que no se lo esperaba.
Cuando salí de esa casa pude pensar con claridad, había tantos estímulos allí que no podía procesar toda la información. ¿Funcionarían así las sectas? Sé que se habían llevado una impresión equivocada sobre mí.
Yo no era como ellos creían. No era tan cándida y desvalida, aunque en su compañía me veía desbordada.
Era testaruda, desconfiada, celosa, egoísta y todas esas cualidades del ser humano vulgar y corriente. ¿Qué nadie me había tratado con cariño en dieciocho años de internamiento? Pues sí, la gente a mí alrededor se limitaba a hacer su trabajo. Hubo amistades infantiles y adolescentes, más colegas de correrías que amigos.
En dieciocho años, me había escapado varias veces, había sido castigada en infinidad de ocasiones (era un tanto traviesa), me había llevado alguna que otra bofetada, tirones de orejas y de pelo. Había envidiado a las niñas del instituto con sus
deportivas caras, también había tenido relaciones sexuales (no más de diez veces).
Una vez robé un CD a una chica del centro, pero fui castigada con severidad y me entró en la cabeza que no podía ser amiga de lo ajeno. Había fumado cigarrillos a escondidas, con otras dos chicas, pero después de probarlos me parecieron repulsivos.
Además, en alguna ocasión fumé un porro, me lo pasé muy bien, pero luego se me fue la cabeza y no pude pensar con claridad en las horas siguientes. Llegué a la conclusión de que una sustancia que me aletargaba no iba conmigo.
Otra vez me emborraché y acabé tumbada en los servicios vomitando toda la noche. Un día después, cogí un pincel y pinté en la pared de mi habitación, descubrí que me producía un subidón como el de los porros o el alcohol, pero sin secuelas.
Tenía que ponerles al corriente de mis defectos, y que estaba falta de cariño, y que no se dejasen llevar por mi aparente candidez. Era el síndrome de todo niño que quiere ser adoptado "compórtate como un animalillo asustado para que les gustes y no te devuelvan".
Lo primero que hice fue llegar a casa de la abuela, que estaba leyendo la prensa del día por internet (estaba muy actualizada en lo que se refiere a la tecnología). Lo
mejor de todo era el conjunto: portátil de última generación sobre mantel de ganchillo.
- ¿Qué tal el desayuno?
- Muy rico - dije sabiendo que no era lo que ella me estaba preguntando.
- Ven y siéntate a mi lado, y no te guardes nada.
Allí sentada le puse al corriente de todo lo sucedido en el desayuno con los chicos Clayton, incluido mi vahído. También le conté lo emocionada que estaba por todo lo que me habían dicho.
- Mi niña, te mereces eso y más, porque tú eres un ángel.
- Abuela, no soy un ángel, más bien siempre he sido un poco diablo.
- Fanny, todos hemos sido en una medida u otra más diablo que ángel en algún momento de nuestra vida. Pero tú, básicamente, eres una buena persona.
- ¿Abuela, tú también? - Le reproché secándome las lagrimas con el puño de la camiseta - No soy nada excepcional. Tampoco voy pensando en asesinar gente, pero soy el tipo de persona corriente que no merece tanta atención.
- Acudiste en su ayuda sin dudarlo, pocas personas lo habrían hecho.
- Pocas personas están tan taradas como yo - me reí y ella hizo lo mismo. Mis lágrimas empezaron a secarse y yo dejé de sorber por la nariz.

Amor CaprichosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora