7 ¿UNA CENA DE AMIGOS?

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Me desperté antes de que sonase el despertador, no había dormido mucho por la noche, estuve todo el tiempo dando vueltas en la cama, pero demasiado cansada para levantarme y hacerme una leche con cacao calentita. Así que me duché para ver si me despejaba un poco, y sin haberlo conseguido fui a la cocina a tomar una taza de leche con café instantáneo. Cogí las llaves del recibidor y fui a ver a la abuela.

— Buenos días — la abuela estaba sentada en la cocina desayunando.

— ¿Qué tal el día de ayer? Te fuiste a clase en buena compañía.

— Joder, todo el mundo se ha dado cuenta de que subí a un coche que no era el mío.

— ¿Quién más se ha dado cuenta?

— Chris,... y Rick, y ahora tú — la abuela sonreía, como si se estuviese contando un chiste propio. Me levanté airada y fui a por un bizcochito relleno de crema.

— ¿Por qué estás molesta?

— Abuela, no me entero de nada.

— Ay, niña. Es que si te lo digo, jamás vas a madurar en los temas del corazón.

Volví a casa a ponerme el anorak y a coger mis cosas de la escuela. Me miré en el espejo de la entrada para comprobar que no tenía legañas y que tenía buen aspecto. Por la noche prometí tomarme un tiempo para aclarar mis ideas, pero con todo, al final me fui a la cama bastante desganada y me dormí rápidamente, aunque desperté multitud de veces y no descansé casi nada.

Cerré la puerta con llave y al volverme vi a Adrian, que había estacionado su cochazo junto al mío, el cristal de la ventanilla bajado y él ofreciéndome una gran sonrisa.

— Buenos días compañera.

— ¿Buenos? — Miré al cielo, estaba despejado — Sí, puede considerarse un buen día — subí al coche y me ajusté el cinturón de seguridad.

— ¿Pasaste mala noche?

— ¿Por? — pregunté inquieta, no tenía ojeras ni nada parecido.

— Estás pálida. O pasaste mala noche o estás a punto de pillar un catarro.

— Mala noche — respondí, descartando de un plumazo el presunto catarro, el cual no me interesaba pillar para nada.

La jornada en la escuela se pasó más bien rápido. Habíamos dedicado algunas horas a la escultura y le estaba cogiendo el gustillo a tener las manos embadurnadas de arcilla y deslizarlas por la pieza. También tocaríamos el tema del mármol, pero no en la escuela, el señor Bonnetti dijo que nos llevaría al taller de un escultor para que le viésemos trabajar el mármol. Cuando sonó el timbre de final de la jornada, yo ya tenía la mente en otra parte: Italia, la capilla Sixtina, el museo del Louvre, el museo Picasso, Dalí. Salí en compañía de Adrian, pero no recordé que tenía una cita con él hasta que lo mencionó. No iba muy apropiada para salir por ahí con mi camiseta Mickey Mouse y los pantalones vaqueros gastados por las perneras.

— ¿Qué importa cómo vayas? Nadie te va a decir nada.

— ¿Dónde me vas a llevar?

— Vamos a mi casa.

— ¿A tu casa? No creo que sea buena idea.

— Tranquila, no te voy a comer. He quedado allí con algunos amigos. Son buena gente.

Miré al frente, un poco contrariada, no quería discutir con Adrian porque todavía no le tenía confianza, pero no me apetecía la fiestecita.

— Estás muy callada. Creo que no te gusta conocer a gente nueva, ¿verdad?

Amor CaprichosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora