21. UNA VIDA NUEVA

50 5 0
                                    

Era un niño precioso, quizás el más bonito que había visto en mi vida. Sería el orgullo de cualquier madre y esta vez era yo la bienaventurada por tenerlo ante mis ojos.

Afortunadamente, el retrato le hacía justicia. Había conseguido darle tanta vida a sus ojos que la madre se emocionó.

—¿Qué le debo?

—Treinta y cinco —referí mientras aplicaba un poco de espray para fijar los colores.

Los retratos en carboncillo los cobraba a veinticinco. La gente solía gastarse un poco más y llevarse el de color, que era más vistoso.

No podía subir los precios, ya que éramos muchos ganándonos la vida, y bien se pensarían la opción de hacerse un tatuaje de henna o posar para una caricatura… o quizás hacerse unas trencitas de esas coloridas.

—Cariño, págale —dijo la mujer al tipo con el que iba, mientras ella devolvía el niño a su cochecito.

El esposo abrió su cartera y me tendió un billete de cincuenta, mis favoritos. Busqué en mi bolso los quince pavos, cuando el tipo puso su mano sobre la mía.

—Quédate con el cambio. Eres una gran artista.

—Gracias, señor. —Le dediqué mi mejor sonrisa y escondí el billete en el rinconcito de los ahorros.

La familia se alejó y el asiento de nuevo quedó ocupado.

Había días en los que podía hacer cuatro o cinco retratos, lo que me reportaba más de cien pavos. Otras veces, me quedaba sentada durante todo el día, mientras los transeúntes pasaban por mi lado, y solo se detenían para ojear algunos bocetos que tenía allí expuestos.

Había hecho un retrato de Penélope Cruz y de los actores protagonistas de Crepúsculo, sacados a partir de unas fotos de revista, y que eran excelentes reclamos.

—¿Qué va a ser, a color o en carboncillo? Siempre recomiendo el color porque queda genial, pero todo depende de su bolsillo.

Coloqué una lámina violácea en el caballete y la sujeté con cuidado con unas pinzas engomadas, que no dejaban marca.

Varié la luz del flexo, que tenía enchufado en el mini generador silencioso, para iluminar al nuevo modelo.

Por las mañanas solo necesitaba la sombrilla, pero me había acostumbrado a cargar con el carrito donde colocaba todos mis bártulos.

—¿Entonces, qué me dice?

Me quedé petrificada cuando levanté la vista de mis preparativos y me encontré con los siempre cálidos e inquietantes ojos de Rick Clayton.

—Lo quiero a color, ¿puede ser?

—Lo que prefieras —respondí, a continuación revolví en mi caja de pasteles hasta que apareció la cera que iba a usar para delinear los ojos.

Aunque me reventara, no le daría el placer de ponerme nerviosa. Pero lo estaba. Era injusto que estuviese frente a mí.

¿A qué había venido? ¿No tenía suficiente con lo que sucedió? ¿Por qué tenía que venir a martirizarme?

Había conseguido mantenerme alejada de la ciudad, para no correr el riesgo de cruzarme en su camino. De modo que, después de una gran semana, hice caja y subí un poco más al norte en la costa. Ahora vivía en un mini estudio muy coqueto y bastante modesto, en lo que antes fue un motel cutre.

Quise centrarme en mi trabajo, porque no era profesional dejarse llevar por las emociones y hacer un retrato chapucero.

El corazón me latía con tanta fuerza que estaba segura de que él podía escucharlo.

Amor CaprichosoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora