Capítulo 5

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   Las calles estaban llenas de mujeres, hombres y niños. Pero Chantal no se fijaba en eso, sino que intentaba recordar los colores de tela que tenía que comprar, le faltaban unas cuantas calles. Cuando escuchó algo que hizo que se le apriete un nudo en la garganta.

  -¡Te quiero mamá! Estaré contigo siempre, no lo dudes nunca más.

   Chantal giró la cabeza y vio al hijo dar un gran abrazo a su madre, luego depositó un beso en la cima de su cabeza y sonrió.

   La chica apresuró el paso. ¿La razón? Nunca viviría algo así, en el país ellos tenían que entregar a sus hijos a los ocho años, bueno, sólo los C. Y ella era una C. Resumiendo, los A eran los que tenían un cargo político, los más ricos, los B tenían oficios como doctores o escritores, etcétera. Los C eran los sirvientes.

   Llegando a la tienda de telas entró y pronto la atendieron, ella pidió los colores y se los dieron.

   Al salir de la tienda, vio a Alexander, en la licorería, ella rezó para que él no la viera, sujetó más fuerte su bolsa de compras y caminó con distinguida indiferencia, llegó a una pequeña tienda de flores al aire libre y miraba las preciosas flores mientras agradecía porque él no la había seguido, eran preciosas las rosas rojas, los claveles, los...

   -¿Bellas flores?

   "Demasiado rápido, no debería agradecer tan rápido" Pensó Chantal.

   -Demasiado.

   -Bueno, le...

   -Las flores están tan bellas que preferiría verlas con más tranquilidad, si me permite.

   -¿Le molesto?

   -Tal vez.

   -¿Me está echando?

   -Usted está suponiendo las cosas.

  -Bien, como no me está echando me quedaré aquí y la deleitaré con mi agradable compañía.

  -Bueno, en ese caso, sí, lo estoy echando.

  -¡No pensé que fuera tan maleducada! -dijo él alzando un poco la voz y haciéndola un poco más aguda.

   -¡Baje la voz!

   -¡Pero...!

   -Ya, ya, puede quedarse, no lo echaré.

   Alexander sonrió, mostrando sus blancos dientes y haciendo que los bordes de sus ojos se arruguen de modo que parezca un poco tierno, pero Chantal lo pasó por alto y siguió admirando las flores.

   -¿Por qué compra flores?

   -No voy a comprarlas.

   -¿Y para que las miras?

   -Sólo me recuerdan lo bello de la vida.

   -¿Lo bello de la vida?

   -Sí.

   Alexander la miró sin comprender, frunciendo el ceño, y cuando ella vio este gesto, suspiró.

   -Las personas generalmente ven la vida de colores, un claro ejemplo está en que creen que el rojo significa pasión o el blanco pureza, pero yo tengo un punto de vista distinto, veo la vida en blanco y negro, así diferencio lo bueno de lo malo, pero siempre habrán algunos detalles de colores, algo que decorará nuestro paseo por este mundo antes de irnos, y a ésos detalles de colores se los llaman felicidad.

   -¿Yo soy un color?

   Chantal evadió esa pregunta.

   -Debo irme.

   -La acompaño a casa.

   -No.

   -¿Puedo hacer algo por usted?

   -No, y si me disculpa debo decirle que me iré.

   -Está bien -emitió Alexander con un resoplido.

   -Adiós.

   -Adiós.

   Chantal se giró y comenzó a andar por las calles, algunos autos la adornaban, pero eran muy pocos. La mente de Chantal empezó a imaginar su vida si fuera de una o dos calañas más altas, se hubiera casado, pensó, tendría hijos, una casa siempre limpia, cantaría, porque era eso lo que le gustaría hacer; tal vez no rechazaría a Alexander...

   Pero no, definitivamente su mente no debería ir por ese lado, se deprimiría y se la pasaría llorando, como siempre.

   -¡Chantal!

   La aludida se giró asustada y vio a Alexander venir hacia ella con las manos escondidas.

   -¿Qué ocurre?

   -Tengo algo para usted.

   Chantal intentó mirar lo que éste joven escondía tras sus espaldas.

   -Sin mirar -le dijo, y luego sacó sus manos y Chantal pudo ver; claveles, sus favoritos. Abrió los ojos y miró del ramo al hombre y viceversa.

  -Para que su día no sea sólo blanco y negro -dijo el muchacho tendiéndole el ramo.

  -Ya no lo será -dijo ella aceptando el ramo.

   Su sonrisa tal vez hacía que el sol se intimidara.



   Chantal está entrando a hurtadillas para que Ania no note sus flores, o le debería unas explicaciones. Cuando por fin entró a su cuarto puso los claveles en una vasija con agua dónde ya solo había una rosa casi sin pétalos.

   -Listo -dijo Chantal para sí misma- las podré mirar antes de dormir; rayos -se reprendió un momento después- estoy quedándome tan sola que hablo sin que nadie esté presente.

   Sujetó con fuerza la bolsa de las telas y abrió la puerta de su habitación, pero antes de salir miró una vez más las flores, con anhelo, y luego finalmente salió.

   Ella no sabía que cada noche antes de dormir no sólo vería los claveles, unas simples flores, sino que éstos le recordarían cada noche a él, con su manía de intentar reparar todo.


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