Capítulo 10

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   -¿Se supone que yo tengo la culpa?

   -¡Si! No te hagas el imbécil.

   -Tú eres el rey.

   -Pues la gente del Segundo Departamento está descontenta, ¡Nuestro departamento!, y es completamente tu culpa.

   -No me culpes -dijo Alexander entre dientes.

   -Están manifestándose peor de lo que crees, esto ni siquiera cabe en mi cabeza, soldados muertos, vidrios rotos, edificios quemados, ¡No lo entiendo!

   -¡Y piensas que yo sí!

   -Espero que lo entiendas, en menos de un año heredarás ese distrito con la gente y los problemas juntos y es ahí cuando yo me reiré de ti.

   -¿No puedes acaso ayudarme?

   -No.

   Cerrando la puerta detrás de él el padre de Alexander bajó a la cocina en busca de su amada, siempre ella.

   -¿Dedos de manteca?

   La cocinera se da la vuelta y sus ojos brillan, corre y lo abraza, no habían tenido tiempo de encontrarse.

   -Pensé que jamás te vería.

   -Pues aquí estoy.

   Ella ríe.

   -¿Es que nunca te olvidas de ese apodo? -dice acariciándole los brazos, esos brazos que la abrazaron, la abrazan y la abrazarán.

   -Jamás -suspira- aún recuerdo ese día como si fuera ayer.

   Una vaga gota de agua cae de los ojos cafés de la cocinera.



   Muchos años atrás.

   -Te amo.

   -Te amo más.

   Ríen y ríen, solo hay amor, ese que transporta, porque a pesar de todo ellos saben ser felices, ellos aman sin barreras, ellos aman con el alma y no con la mente.

   William y Sophie.

   Sophie y William.

   Todos lo sabían, y a ellos no les importaba.

   -Sophie, mira arriba.

   Ella de la mano de él, ahí tumbados en la colina con el sol tocando vagamente su piel, miró arriba, colocó su brazo vacío un poco sobre sus ojos y miró, pero el sol alumbraba tanto que no le permitía ver, miró a su amante nuevamente.

   -No veo nada.

   -Sophie, así de cegado estoy por tu amor.

   William sonrió y Sophie le pegó en el hombro coqueta. Se levantaron y pareciendo unos niños se corrieron por la colina, ellos reían, como siempre. Sophie se tropezó, cayó y William la ayudó a levantarse.

   -¿Me desprendes el saco Sophie?

   Ella obedeció, pero por alguna razón sus dedos se resbalaban por los botones y ella no lograba desabotonarlos.

   -Tienes dedos de manteca, cariño.

   -Dedos de manteca -dijo ella entre risas.

   Con tan solo mirarla William se enamoraba más.

   Ese día volvieron a sus casas felices, sin saber que el padre de William había arreglado un matrimonio, él no quería eso, pero no podía decir que no a la futura reina.

   Esa fue la última vez que Sophie y William fueron total y completamente felices aun siendo jóvenes.

   La última vez que sus pieles fueren bañadas por el sol, la juventud y el amor.

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