Cap. 2 El jardín de la Hechicera

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2 capitulo
El jardín de la hechicera

Pero, ¿qué hacía Colett, al ver que Camus no regresaba? ¿Dónde estaría el niño? Nadie lo sabía, nadie pudo darle noticias. Los chicos de la calle contaban que lo habían visto atar su trineo a otro muy grande y hermoso que entró en la calle, y salió por la puerta de la ciudad. Todos ignoraban su paradero corrieron muchas lágrimas, y también Colett lloró copiosa y largamente. Después la gente dijo que había muerto, que se habría ahogado en el río que pasaba por las afueras de la ciudad.

¡Ah, qué días de invierno más largos y tristes! Y llegó la primavera, con su sol confortador. –Camus murió ya no lo tengo, dijo la pequeña Colett.

–No lo creo -respondió un joven de cabello rojizo entre los rallos del sol Apolo le respondió.

–Está muerto y ha desaparecido. Dijo la niña a las golondrinas.

– ¡No lo creemos! replicaron éstas y al fin la propia Colett llegó a no creerlo tampoco.

–Me pondré los zapatos colorados nuevos. Dijo un día.

–Los que Camus no ha visto aún, y bajaré al río a preguntar por él.

Era aún muy temprano. Dio un beso a su abuelita, que dormía, y, calzándose los zapatos rojos, salió sola de la ciudad, en dirección al río.

-¿Es cierto que me robaste a mi compañero de juego? Te daré mis zapatos nuevos si me lo devuelves.

Y le pareció como si las ondas le hiciesen unas señas raras. Se quitó los zapatos rojos, que le gustaban con delirio, y los arrojó al río, pero cayeron junto a la orilla, y las leves ondas los devolvieron a tierra. Se habría dicho que el río no aceptaba la prenda que ella más quería, porque Camus no estaba en él. Pero Colett, pensando que no había echado los zapatos lo bastante lejos, se subió a un bote que flotaba entre los juncos y, avanzando hasta su extremo, arrojó nuevamente los zapatos al agua.

Pero resultó que el bote no estaba amarrado y, con el movimiento producido por la niña, se alejó de la orilla. Al darse cuenta la niña, quiso saltar a tierra, pero antes que pudiera llegar a popa, la embarcación se había separado ya cosa de una vara de la ribera y seguía alejándose a velocidad creciente.

Colett, en extremo asustada, rompió a llorar, pero nadie la oyó aparte los gorriones, los cuales, no pudiendo llevarla a tierra, se echaron a volar a lo largo de la orilla, piando como para consolarla.

De pronto fue interrumpidos por tres deidades Perséfone la Abuela de aurora y los mellizos junto con Hécate y Apolo en silencio hicieron la seña que el continuara contando el cuento mientras ellos se sentaban en unas sillas que hicieron aparecer. Apolo al ver que ya no había más bebida y pan tostado con mermelada solo chasqueo los dedos y surgió otra cantidad como la inicial.

Aurora emocionada al ver que su abuela y tíos habían ido escuchar a su padre se coloco mejor para no quedar dormida en cualquier momento.

– ¡Estamos aquí, estamos aquí!. El bote avanzaba, arrastrado por la corriente, y Colett permanecía descalza y silenciosa, los zapatitos rojos flotaban en pos de la barca, sin poder alcanzarla, pues ésta navegaba a mayor velocidad.

Las dos orillas eran muy hermosas, con lindas flores, viejos árboles y laderas en las que pacían ovejas y vacas; pero no se veía ni un ser humano.

Acaso el río me conduzca hasta Camus, pensó Colett, y aquella idea le devolvió la alegría. Se puso en pie y estuvo muchas horas contemplando la hermosa ribera verde, hasta que llegó frente a un gran jardín plantado de cerezos, en el que se alzaba una casita con extrañas ventanas de color rojo y azul. Por lo demás, tenía el tejado de paja, y fuera había dos soldados de madera, con el fusil al hombro.

Camus, Cuenta CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora