Cap. 6 Del palacio de la Reina de las Nieves

70 6 0
                                    

6 capitulo
Del palacio de la Reina de las Nieves y de lo que luego sucedió

Los muros del castillo eran de nieve compacta, y sus puertas y ventanas estaban hechas de cortantes vientos había más de cien salones, dispuestos al albur de las ventiscas, y el mayor tenía varias millas de longitud. Los iluminaba la refulgente aurora boreal, y eran todos ellos espaciosos, vacíos, helados y brillantes. Nunca se celebraban fiestas en ellos, ni siquiera un pequeño baile de osos, en que la tempestad hubiera podido actuar de orquesta y los osos polares, andando sobre sus patas traseras, exhibir su porte elegante. Nunca una reunión social, con sus manotazos a la boca y golpes de zarpa nunca un té de blancas raposas, todo era desierto, inmenso y gélido en los salones de la Reina de las Nieves.

Las auroras boreales flameaban tan nítidamente, que podía calcularse con exactitud cuándo estaban en su máximo y en su mínimo. En el centro de aquella interminable sala desierta había un lago helado, roto en mil pedazos, tan iguales entre sí que el conjunto resultaba una verdadera obra de arte. En medio se sentaba la Reina de las Nieves cuando residía en su palacio, decía entonces que estaba sentada en el espejo de la razón, y que éste era el único y el mejor espejo del mundo.

Camus estaba amoratado de frío, casi negro, pero no se daba cuenta, pues ella lo había hecho besar por la helada, y su corazón era como un témpano de hielo.

Se entretenía arrastrando cortantes pedazos de hielo llanos y yuxtaponiéndolos de todas las maneras posibles para formar con ellos algo determinado, como cuando nosotros combinamos piezas de madera y reconstituimos figuras lo que llamamos un rompecabezas.

El muchacho obtenía diseños extremadamente ingeniosos era el gran rompecabezas helado de la inteligencia. Para él, aquellas figuras eran perfectas y tenían grandísima importancia y todo por el granito de hielo que tenía en el ojo.

Combinaba figuras que eran una palabra escrita, pero de ningún modo lograba componer el único vocablo que le interesaba ETERNIDAD.

Sin embargo, la Reina de las Nieves le había dicho

-Si consigues componer esta figura, serás señor de ti mismo y te regalaré el mundo entero y un par de patines por añadidura. Pero no había modo.

-Tengo que marcharme a las tierras cálidas Dijo la Reina de las Nieves. Quiero echar un vistazo a los pucheros de hierro. Se refería a los volcanes que nosotros llamamos Etna y Vesubio. Les pondré un poquitín de blanco, como corresponde y además les irá bien a los limones y a las uvas.

Y levantó el vuelo, dejando a Camus solo en aquella sala helada y enorme, tan lejana, entregado a sus combinaciones con los pedazos de hielo, pensando y cavilando hasta sorberse los sesos. Permanecía inmóvil y envarado; se le hubiera tomado por una estatua de hielo.

Y he aquí que Colett franqueó la puerta del palacio. Soplaban en él vientos cortantes, pero cuando la niña rezó su oración vespertina, se calmaron como si les entrara sueño, y ella avanzó por las enormes salas frías y desiertas ¡allí estaba Camus! Lo reconoció enseguida, se le arrojó al cuello y, abrazándolo fuertemente, exclamó

- ¡Camus! ¡Mi Camus querido! ¡Al fin te encontré!

Pero él seguía inmóvil, tieso y frío y entonces Colett lloró lágrimas ardientes, que cayeron sobre su pecho y penetraron en su corazón, derritiendo el témpano de hielo y destruyendo el trocito de espejo. Él la miró, y la niña se puso a cantar:

Florecen en el valle las rosas.

¡Bendito seas, Jesús, que las haces tan hermosas!

Entonces Camus rompió en lágrimas lloraba de tal modo, que el granito de espejo le salió flotando del ojo. Reconoció a la niña y gritó alborozado:

Camus, Cuenta CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora