XII y XIII

12 0 0
                                    




XII.- El reino de las muñecas

Skdy al contar el cuantoveía que cada quien comía galletas de jengibre otros panecillos otros algún dulce,no se encontraba triste por no acudir como cada año con Camus esta vez se sintióbien al saber que su hija lo disfrutaría. Por lo que se esforzó contando elcuento.    

Me parece a mí, queridos lectores, que ninguno de vosotros habría vacilado en seguir al buen Cascanueces, que no era fácil tuviese propósitos de causaros mal alguno. María lo hizo así, con tanto mayor ganas cuanto que sabía podía contar con el agradecimiento de Cascanueces y estaba convencida de que cumpliría su palabra haciéndole ver multitud de cosas bellas. Por lo tanto, dijo.

–Iré con usted, señor Drosselmeier, pero no muy lejos ni por mucho tiempo, pues no he dormido nada.

– Entonces tomaremos el camino más corto, aunque sea el más difícil. Respondió Cascanueces. Y echó a andar delante, le siguió María, hasta que se detuvieron frente al gran armario del recibimiento. María se quedó asombrada al ver que las puertas del armario, habitualmente cerradas, estaban abiertas de par en par, dejando al descubierto el abrigo de piel de zorra que el padre usaba en los viajes y que colgaba en primer término. Cascanueces trepó con mucha agilidad por los adornos y molduras, hasta que pudo alcanzar el hermoso hopo que, sujeto por un grueso cordón, colgaba de la parte de atrás del abrigo de piel.

En cuanto Cascanueces se apoderó del mechón, echó abajo una escala monísima de madera de cedro a través de la manga de piel.

–Haga el favor de subir, señorita. Exclamó Cascanueces María lo hizo así, pero apenas había comenzado a subir por la manga, casi en el mismo momento en que empezaba a mirar por encima del cuello, quedó deslumbrada por una luz cegadora y se encontró de repente en una pradera perfumada, de la que brotaban millones de chispas como piedras preciosas.

–Estamos en la pradera de Cande. Dijo

–Cascanueces y tenemos que pasar por aquella puerta. Entonces advirtió María la hermosa puerta que no viera hasta aquel momento, y que se elevaba a pocos pasos de la pradera. Parecía edificada de mármol blanco, pardo y color Corinto, pero mirándola despacio descubrió que los materiales de construcción eran almendras garapiñadas y pasas, por cuya razón, según le dijo Cascanueces.

– aquella puerta por la que iban a penetrar se llamaba la puerta de las Almendras y de las Pasas. La gente vulgar la llamaba la "puerta de los Mendigos", con muy poca propiedad. En una galería exterior de esta puerta, al parecer de azúcar de naranja, seis monitos, vestidos con casaquitas rojas, tocaban una música turca de lo más bonito que se puede oír, y María apenas si advirtió que seguían avanzando por un pavimento de lajas de mármol que, sin embargo, no eran otra cosa que pastillas muy bien hechas.

A poco se oyeron unos acordes dulcísimos, procedentes de un bosque maravilloso que se extendía a ambos lados. Entre el follaje verde había tal claridad que se veían perfectamente los frutos dorados y plateados colgando de las ramas, de colores vivos, y éstas y los troncos aparecían adornados con cintas y ramos de flores, que semejaban novios alegres y recién casados llenos de felicidad.

Y de vez en cuando el aroma de los naranjos era esparcido por el blando céfiro, que resonaba en las ramas y en las hojas, las cuales, al entrechocarse, producían un ruido semejante a la más melodiosa música, a cuyos acordes bailaban y danzaban las brillantes lucecillas.

–¡Qué bonito es todo esto! Exclamó María, encantada y loca de contento.

–Estamos en el bosque de Navidad, querida señorita. Dijo Cascanueces.

Camus, Cuenta CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora