Cap. 5 La lapona y la finesa

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5 capitulo
La lapona y la finesa

Hicieron alto frente a una casita de aspecto muy pobre. El tejado llegaba hasta el suelo, y la puerta era tan baja que, para entrar y salir, la familia tenía que arrastrarse. Nadie había en la casa, aparte una vieja lapona que cocía pescado en una lámpara de aceite. El reno contó toda la historia de Colett, aunque después de haber relatado la propia, que estimaba mucho más importante. La niña estaba tan aterida de frío, que no podía hablar.

- ¡Pobres! Dijo la mujer. ¡Lo que les queda aún por andar! Tienen que correr centenares de millas antes de llegar a Finlandia, y después noruega, que es donde vive la Reina de las Nieves, y todas las noches enciende un castillo de fuegos artificiales. Escribiré unas líneas sobre un bacalao seco, pues papel no tengo, y lo entregaréis a la finesa de allá arriba. Ella podrá informaros mejor que yo.

Y cuando Colett se hubo calentado y saciado el hambre y la sed, la mujer escribió unas palabras en un bacalao seco y, recomendando a la niña que cuidase de no perderlo, lo ató al reno, el cual reemprendió la carrera.

¡Puff! ¡Puff!, seguía rechinando en el cielo y durante toda la noche lucieron magníficas auroras boreales azules. Luego llegaron a Finlandia, y llamaron a la chimenea de la mujer finesa, ya que puerta no había.

La temperatura del interior era tan elevada, que la misma finesa iba casi desnuda era menuda y en extremo sucia. Se apresuró a quitar los vestidos a Colett, así como los mitones y botas, ya que de otro modo el calor se le habría hecho insoportable puso un pedazo de hielo sobre la cabeza del reno y luego leyó las líneas escritas en el bacalao.

Las leyó por tres veces, hasta que se las hubo aprendido de memoria, y a continuación echó el pescado en el caldero de la sopa, pues era perfectamente comestible, y aquella mujer a todo le hallaba su aplicación.

Entonces el reno empezó a contar su historia y después la de Colett. La mujer finesa se limitaba a pestañear, sin decir una palabra.

-Eres muy lista. Dijo el reno. Sé que puedes atar todos los vientos del mundo con una hebra. Cuando el marino suelta uno de los cabos, tiene viento favorable, si suelta otro, el viento arrecia, y si deja el tercero y el cuarto, entonces se levanta una tempestad que derriba los árboles. ¿No querrías procurar a esta niña un elixir que le dé la fuerza de doce hombres y le permita dominar a la Reina de las Nieves?

- ¡La fuerza de doce hombres! Dijo la finesa. No creo que sirviera de gran cosa.

Y, dirigiéndose a un anaquel, cogió una piel arrollada y la desenrolló. Había escritas en ella unas letras misteriosas, y la mujer se puso a leer con tanto esfuerzo, que el sudor le manaba de la frente.

Pero el reno rogó con tanta insistencia en pero de Colett, y ésta miró a la mujer con ojos tan suplicantes y llenos de lágrimas, que la finesa volvió a pestañear y se llevó al animal a un rincón, donde le dijo al oído, mientras le ponía sobre la cabeza un nuevo pedazo de hielo.

-En efecto, es verdad Camus está aún junto a la Reina de las Nieves, a pleno gusto y satisfacción, persuadido de que es el mejor lugar del mundo. Pero ello se debe a que le entró en el corazón una astilla de cristal, y en el ojo, un granito de hielo.

Hay que empezar por extraérselos de lo contrario, jamás volverá a ser como una persona, y la Reina de las Nieves conservará su poder sobre él.

- ¿Y no puedes tú dar algún menjunje a Colett, para que tenga poder sobre todas esas cosas?

- ¡Alto allí! Grito el pequeño Cam asustando a los presentes.

-Esa finlandesa no era Tía Morrigan menjunje, Finlandia. Yo voto que es ella.

-Camus antes de seguir con el relato. Observo a Al cid que tenía una pregunta pero no se atrevía preguntar. -Cid tienes algo que comentar o preguntar.

-si como lo supo tío.

-Ya ves soy todo un genio, dilo.

- ¿A que se refiere el poder de los doce hombres? -Si se refiere a que los doce son ellos, los guardianes de las doce constelaciones. Por ser una diosa de un nivel alto puede llamarnos a nosotros los dorados si claro esta es para proteger la tierra y lo Haya analizado Atena.

-Mmmp... creo y poder entender puedes seguir. Camus solo asintió y vio a sus amigos y hermanos esperando que continuara.

-No puede darle más poder que el que ya posee. ¿No ves lo grande que es? ¿No ves cómo la sirven hombres y animales, y lo lejos que ha llegado, a pesar de ir descalza? Su fuerza no puede recibirla de nosotros, está en su corazón, por ser una niña cariñosa e inocente.

Si ella no es capaz de llegar hasta la Reina de las Nieves y extraer el cristal del corazón de Camus, nosotros nada podemos hacer.

A dos millas de aquí empieza el jardín de la Reina, tú puedes llevarla hasta allí déjala cerca de un gran arbusto que crece en medio de la nieve y está lleno de bayas rojas, y no te entretengas contándole chismes, vuélvete aquí enseguida.

Dicho esto, la finesa montó a Colett sobre el reno, el cual echó a correr a toda velocidad. - ¡Oh, me dejé los zapatitos! ¡Y los guantes! Exclamó Colett al sentir el frío cortante, pero el reno no se atrevió a detenerse y siguió corriendo hasta llegar al arbusto de las bayas rojas.

Una vez en él, hizo que la niña se apease y la besó en la boca, mientras por sus mejillas resbalaban grandes y relucientes lágrimas luego emprendió el regreso a galope tendido. La pobre Colett se quedó allí descalza y sin guantes, en medio de aquella gélida tierra y cordillera de Noruega, Finlandia y Rusia

Echó a correr de frente, tan deprisa como le era posible. Vino entonces todo un ejército de copos de nieve, pero no caían del cielo, el cual aparecía completamente sereno y brillante por la aurora boreal.

Los copos de nieve corrían por el suelo, y cuanto más se acercaban, más grandes eran. Colett se acordó de lo grandes y bonitos que le habían parecido cuando los contempló a través de una lente sólo que ahora eran todavía mucho mayores y más pavorosos, tenían vida, eran los emisarios de la Reina de las Nieves.

Presentaban las formas más extrañas unos parecían enormes y feos erizos, otros, arañas apelotonadas que sacaban las cabezas otros eran como gordos ositos de pelo enmarañado pero todos tenían un brillo blanco y todos eran vivos.

Colett rezó un Padrenuestro, y el frío era tan intenso, que podía ver su propia respiración, que le salía de la boca en forma de vapor. Y el vapor se hacía cada vez más denso, hasta adoptar la figura de angelitos radiantes, que iban creciendo a medida que se acercaban a la tierra, todos llevaban casco en la cabeza, y lanza y escudo en las manos. Su número crecía constantemente, y cuando Colett hubo terminado su padrenuestro, la rodeaba todo un ejército. Con sus lanzas picaban los horribles copos, haciéndolos estallar en cien pedazos, y Colett avanzaba segura y contenta.

Los ángeles le acariciaban manos y pies, con lo que ella sentía menos el frío, y se dirigió rápidamente al palacio de la Reina de las Nieves.

Pero veamos ahora cómo lo pasaba Camus, el acuariano se acomodo de otra forma y prosiguió.

-Quien no pensaba, ni mucho menos, en Colett, ni sospechaba siquiera que estuviese frente al palacio.

-Quien no pensaba, ni mucho menos, en Colett, ni sospechaba siquiera que estuviese frente al palacio

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Feliz Día del Niño

Camus, Cuenta CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora