Capítulo 1

30.4K 751 16
                                    

Abrí los ojos lentamente cuando la alarma de mi móvil empezó a sonar. Lo alcancé como pude y la apagué, eran las siete, dios...apenas había dormido cuatro o cinco horas. Me puse las gafas y giré mi cabeza y ahí estaba la razón de mi desvelo: una preciosa rubia tetona con un culo que quitaba el hipo, su nombre era...mmmm no sé, rubia, la había conocido la noche anterior en un bar, pero lo que sí recordaba era lo bien que lo habíamos pasado horas antes. La tenía a mi lado completamente desnuda, había quedado tan cansada que no había escuchado mi móvil sonar, sí, definitivamente había sido una noche digna de repetir, probablemente le daría mi número. Estaba intentando levantarme lentamente de la cama sin que se diese cuenta cuando mi móvil volvió a sonar. Lo cogí rápidamente pero no pude evitar que la rubia abriese los ojos.
-¿Si?
-¿Se puede saber dónde coño estás?-esa voz era inconfundible para mí. Santi, mi mejor amigo, estaba bastante alterado- He venido a recogerte al piso y, como siempre, no estás, ¿acaso se te ha olvidado qué día es hoy?
-Buenos días a ti también Santi- le dije en voz baja, aunque ya no servía para nada ya que la chica estaba despierta. Estaba acariciándome el brazo mientras me miraba lascivamente... oooh si, esta chica va a tener mi teléfono- No me he olvidado de qué día es hoy sólo que creía que habíamos quedado más tarde, estaré ahí en menos de diez minutos.
-Más te vale Abi, el rector estará allí y nos exigieron puntualidad.
-Descuida, voy para allá, hasta ahora-Colgué y miré a la potente rubia de mi lado- Hola preciosa, siento haberte despertado- le lancé mi mejor sonrisa seductora que fue respondida enseguida.
-No te preocupes- se movió hasta quedar encima de mí. Podía notar perfectamente cómo se excitaba, Abi concéntrate, tienes que salir de aquí- ¿Te he metido en algún problema? El chico que te ha llamado no parecía muy contento, ¿era tu novio?- con la punta de sus dedos acariciaba uno de mis pechos haciendo círculos alrededor de mi pezón con una expresión de pena en su rostro. Como siga así no voy a llegar muy lejos...
-No, es uno de mis compañeros de trabajo. Está un poco enfadado porque deberíamos estar ya de camino al trabajo... Siento decirte que me tengo que ir ya, aunque no me apetece ni lo más mínimo.
-¿No te puedes quedar un rato más? Nos podemos dar una ducha juntas- rozó su coño rasurado contra el mío. Esa sensación de piel con piel podía enloquecer a cualquiera, pero desgraciadamente me tenía que ir sí o sí. En un hábil movimiento me coloqué encima suya, besé lentamente sus labios y me separé- ¿Eso es un no?- Me bajé de la cama y comencé a vestirme- Es un no- dijo suspirando.
-Es un: lo dejamos para esta noche- hice que me volviese a mirar con deseo. Cuando estaba ya vestida me acerqué, besé sus labios una vez más antes de irme y le di una de mis tarjetas- Espero terminar para las...ocho o así, llámame- obtuve una sonrisa pícara como respuesta.
Me despedí y bajé rápidamente por las escaleras del bloque, era un segundo y no tenía tiempo ni para esperar el ascensor. Nada mas salir a la calle paré un taxi y en unos cinco minutos ya estaba subiendo a mi piso. Al entrar me esperaba Santi con el ceño fruncido.
-Ni se te ocurra decirme nada, tardo diez minutos- me fui para la ducha sin dejar que me dijese nada.
Santi era un hombre alto, moreno, delgado, simpático, listo, agradable... un encanto, normal que me gustase cuando lo conocí en la universidad, porque, sí, cuando estaba en la universidad aún no había descubierto que mi gran devoción eran las mujeres.
Entré al baño y comencé a desnudarme a toda velocidad. Justo antes de entrar a la ducha me miré al espejo y sonreí. Cada vez que lo hago no puedo evitar llevar mi mente al pasado, a ese pasado tan lejano ya. Me veía a mí de pequeña, cuando estaba en la escuela. Para mí, siempre he sido una chica simpática, alegre, extrovertida y muy segura de si misma pero en aquellos tiempos...era todo lo contrario, estaba terriblemente condicionada por unas compañeras de clase que no paraban de amargarme la vida. Yo no les hacía nada, no les hablaba, ni siquiera las miraba cuando pasaban por mi lado. Pero a ellas parecía que les molestaba mi existencia. Los insultos y vejaciones eran diarios. Se metían conmigo por mi aspecto, en aquellos tiempos era muy bajita y estaba regordeta, pero nunca he creído que fuera para tanto incluso una de ellas estaba un poco mas gordita que yo. Me insultaban por mis gafas de pasta, las típicas ray-ban Wayfarer que ahora todo el mundo lleva por moda, dios, ¡si incluso se metían con mi nombre! ¿Qué tiene de raro Abigail? Yo nunca le he visto nada malo a mi nombre, mi querida abuela, la madre de mi padre, se llamaba así y a mí me encanta llevar su nombre, ella fue la mujer a la que más he querido y querré.
Las cosas en casa tampoco eran muy motivadoras. Mi madre siempre quiso tener una barbie, como decía que era ella de joven, quería que fuera como todas esas hijas de puta que se metían conmigo y cuando le decía que me insultaban lo único que hacía era echarme la culpa a mí. Ella decía que era yo la que no me integraba y que por eso las chicas me hacían el vacío a parte de meterse conmigo, y mi padre...mi padre era el único que me quería pero estaba absorto en su trabajo, él decía que era para mantener el tren de vida que le prometió a mi madre, pero yo siempre supe que aprovechaba todos los viajes que tenían que hacer y las largas horas en el despacho para no estar en casa con ella.
Cuando llegué al instituto, nada cambió. Al vivir en un pequeño pueblo lejos de la capital, las clases eran muy pequeñas y tuve que soportarlas otros cinco años más. Mi cuerpo se fue trasformando con los años, los kilos que me sobraban fueron desapareciendo a medida que crecía en estatura y mis pechos comenzaron a crecer hasta obtener un buen tamaño, pero las vejaciones nunca cesaron. Ellas se convirtieron en las típicas barbies: todos los días iban muy arregladas a clase y maquilladas a más no poder, con minifaldas muy cortas y blusas muy ajustadas. A mi no es que no me gustara esa ropa, pero mi seguridad y el amor hacia mi misma estaban devastados. Cada día odiaba más a mis compañeras, ya que cada día sus vejaciones se excedían un paso más. Ellas eran las más populares, las que iban a todas las fiestas y las que ligaban con los chicos más guapos del instituto, para mí, su vida era de lo más sencilla, la única preocupación que tenían era pensar que putada me iban a hacer el siguiente día de clase.

Las lecciones del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora