Capítulo 9

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ALEJANDRA
Estaba preparando una mochila con todo lo necesario para pasar el día fuera. Mi peque le había dicho a Abi que nunca había ido a un zoo y, como ella tampoco, decidieron que el domingo iríamos a uno. Así que ahí estaba yo, preparando las cosas antes de irnos y pensando en el dineral por el que me iba a salir la idea. No sé cuánto vale el parque donde nos iba a llevar pero van a ser tres entradas, la de mi madre, mi hijo y la mía y esos sitios no son muy baratos que digamos, por no decir que apenas quedaban dos semanas para el cumpleaños de Víctor y tenía que prepararle una fiesta y comprarle un regalo, ¿podía tener mas gastos este mes? Víctor estaba dando saltos alrededor mía contándome todos los animales que quería ver, se había despertado a las siete de la mañana y además de a mi y a mi madre yo creo que despertó a todo el bloque. Terminé de preparar las cosas y cinco minutos después tocaron al timbre, era ella.
Los tres bajamos y allí estaba ella esperándonos apoyada en un coche con una gran sonrisa. Hoy llevaba un atuendo casual. Llevaba unos vaqueros rotos pitillo muy pegados, una camisa de cuadros por fuera del pantalón y unas deportivas a conjunto con la camisa, le daba una apariencia mucho mas joven y desenfadada que la que normalmente estaba acostumbrada a ver, al lado de ella parecía que yo iba hecha un asco: llevaba unos vaqueros claros y una sudadera con capucha burdeos y mis convers, pero, no sé, al lado de ella parecía una pordiosera. Nos saludó a todos y nos montamos en el coche, era un coche familiar, bastante grande y de gama alta. Yo me monté atrás con Víctor y mi madre se puso de copiloto.
—No sabía que tenías coche, Abi- le dijo mi madre- además permíteme decirte que te debe de haber costado un dineral- ella se rió.
—Y no lo tengo Victoria, este es de mi amigo Santi. Yo veo una tontería tener coche viviendo en el centro, pero la verdad es que para estas cosas o para alguna urgencia, siempre viene bien.
—La verdad es que sí. Nosotras teníamos uno pequeño allí en el pueblo. Pero lo tuvimos que vender para venirnos aquí.
La conversación siguió fluyendo entre ellas. Abigail dijo que a lo mejor se compraba un coche, que su padre y su amigo le insistían en que lo hiciese y que al final cedería. Ellas siguieron hablando mientras que yo miraba el paisaje por la ventana, el zoo a donde nos dirigíamos estaba a dos horas de camino, por lo que aún nos quedaba por llegar. Miré a mi peque y ya se había dormido, normal si se acostó super tarde y se ha levantado antes que nadie. A mi se me empezaron a cerrar los ojos también hasta que no me pude resistir mas y caí rendida.



ABIGAIL
Llegué a la hora acordada al bloque de las chicas, toqué y esperé a que bajasen y, minutos después, ya estábamos de camino a nuestro destino.
El miércoles de esa semana, mientras jugaba con el renacuajo a los videojuegos, me dijo que nunca había visto animales salvajes en la vida real, salvo los típicos que hay en los pueblos y la verdad era que yo tampoco por lo que decidí invitarlos al zoo. Busqué por Internet el parque que fuera más grande y el que tuviera la mayor variedad de animales y de espectáculos, hasta que al final encontré uno que me gustó, compré las entradas por Internet para todos y llamé a Santi para que me prestar el coche. Él obviamente aceptó, no sin antes darme la charla de que me debería de comprar uno y blablablá.
Iba hablando con Victoria y pude ver por el retrovisor como Víctor y su madre se habían quedado dormidos. Ella tenía una expresión de tranquilidad en su rostro que me parecía muy tierna, había algo en esa expresión que me hacia no poder apartar la mirada aunque me obligué en fijar mi mirada en la carretera.
Casi dos horas después llegamos al aparcamiento del zoo. Estacioné el coche y nos bajamos todos. Víctor, que hacía menos de un cuarto de hora que se había despertado, no paraba de pegar saltitos y de meternos prisa para entrar lo antes posible. Nos fuimos para la entrada y cuando vi que Alejandra estaba buscando en la mochila su cartera yo saqué de mi bolso de cuero marrón las entradas.
—Hoy invito yo-Me acerqué a la taquilla y se las mostré a la chica dejándonos entrar a los cuatro. Alejandra me miró con cara interrogativa pero no me dijo nada.
—No tenías porqué, Abi- me dijo Victoria.
—No es nada, Victoria, hoy el día corre por mi cuenta y no permito objeciones- ella me sonrió y yo se la devolví.
Comenzamos la ruta por el parque. El sitio era inmenso, había grandes fosas donde se encontraban los animales ajenos a la gente que pasaba por allí. Los primeros que nos encontramos fueron los cocodrilos. Esos bichos eran gigantescos. Nos acercamos hasta donde se podía y los contemplamos por unos minutos. Yo saqué mi cámara Reflex de mi bolso, le puse uno de los objetivos y los fotografié. Había sido un acierto traerme ese bolso bandolera tan grande, no sabía que podía tener tantos bártulos. Seguimos paseando, Víctor y yo íbamos delante bromeando y riendo y Alejandra y su madre detrás nuestra hablando entre ellas. Cuando llegábamos a las zonas de los animales los veíamos y comentábamos y nos hacíamos fotos, casi todas eran mías y de Víctor haciendo el tonto, pero al final su madre y su abuela se animaron y se pusieron para alguna foto. A la hora de comer fuimos a un restaurante dentro del parque donde podías ver desde arriba la zona de los leones, el renacuajo estaba encantado y yo me lo estaba pasando en grande.



ALEJANDRA
El día estaba pasando relativamente rápido. Abigail y mi peque se lo estaban pasando en grande, no paraban de ir de un lado a otro corriendo buscando animales que poder ver. Abi iba con su cámara colgada todo el tiempo, le hacía fotos a los animales, a Víctor e incluso a nosotras, la verdad es que hoy nos estábamos llevando bien, aunque alguna pullita nunca faltaba, me gustaba verla así con mi hijo, los dos tenían una gran sonrisa en todo momento y un brillo en los ojos difícil de explicar, había momentos en los que no podía despegar mi mirada de ellos.
A mediodía fuimos a un restaurante precioso con vistas a los animales. Disfrutamos de una agradable comida que por cierto estaba riquísima.  Cuando estábamos terminando de comer Abi se disculpó para ir al baño.
—Te lo estas pasando bien cariño- le dijo mi madre a Víctor.
—Sí, abu, los animales son chulísimos, no sabía que las jirafas eran tan enormes y cuando le hemos dado ese trozo de zanahoria, me ha lamido la mano- puso cara de asco y mi madre y yo reímos- aunque los leones son un poco aburridos, míralos se pasan todo el rato tumbados.
Seguimos hablando de los animales que le habían gustado hasta que Abigail volvió.
—¿Seguimos?
—¡¡Sí!!- dijo mi hijo poniéndose en pie.
—Vamos renacuajo- no quise preguntar por qué nos había vuelto a invitar ya que nos había dicho al principio del día que invitaba ella, pero me sabía mal que se gastara tanto dinero en nosotros.
Recordando el tema del dinero no pude evitar recordar la preocupación que tenía esa mañana: el regalo de Víctor. No sabía como iba a conseguir comprárselo, él sabía perfectamente lo que quería, una de esas videoconsolas tan carísimas, pero no podía ver la tristeza en sus ojos al no ver ese regalo…
—¿Qué te ocurre cariño? Estás ida- me dijo mi madre al ver mi cara de preocupación.
—No es nada…es solo que estoy preocupada por el cumpleaños de Víctor, no se si podré reunir el dinero suficiente para fiesta y para su regalo, este año quiere invitar a un montón de compañeros de clase y…no sé que hacer- suspiré dejando salir un poco de toda la tensión acumulada.
—No te preocupes cariño, hallaremos la forma y si no se puede, pues… mas a delante- miré a mi madre con tristeza, esa solución no me servía.



ABIGAIL
Víctor y yo nos quedamos rezagados por un momento así que íbamos detrás de ellas. Sin poder evitarlo escuché la conversación que madre e hija llevaban, parecía que Alejandra estaba pasando apuros económicos y no le podría comprar la consola a Víctor. El renacuajo llevaba diciéndome casi un mes que le había pedido a su madre ese regalo y me sabía mal que no lo pudiera tener.
—Peque, ¿por qué no llevas a tu mama a ver a los monos que hay  allí? Antes no se ha acercado a verlos.
—Sii- me obedeció enseguida y sin mediar palabra la agarró del brazo y la llevó hasta la barandilla enseñándole todos los monos capuchino que había.
—Victoria…-aproveché el momento para hablar con su abuela. Yo le comenté lo que había pensado y ella después de dudarlo por unos minutos aceptó, cosa que me alegró muchísimo.
Cuando terminamos de hablar nos acercamos hasta donde estaban, aprovechando antes de la distancia para hacerle un par de fotos a madre e hijo.
Seguimos con nuestra ruta y, casi al final del día, fuimos a ver un espectáculo de focas y de delfines que le encantó al pequeño. Me lo pasé en grande y el renacuajo también, había correteado tanto que estaba tan cansado que lo monté en mi espalda y de camino al coche se durmió. Lo montamos en el coche y Victoria decidió montarse detrás para abrazar a su nieto y que así siguiera durmiendo tranquilamente. Alejandra, claro está, se montó conmigo delante y emprendimos el camino de regreso. Íbamos en silencio, apenas se escucha un leve susurro de la radio. Yo iba concentrada en mi conducción y ella mirando el paisaje hasta que se rompió el silencio.
—Gracias…por todo, Víctor se lo ha pasado genial.
—No es nada, yo me lo he pasado incluso mejor que él- seguimos hablando pacíficamente de todo lo vivido aquel día hasta que, al cambiar de marcha, mi mano rozó su muslo. Automáticamente, mi mano se movió para no tener ese contacto y ella movió. Una pequeña corriente fue desde mis dedos hasta pasar por todo mi cuerpo,  me extrañé y culpé a mi subconsciente, llevaba ya varias semanas sin tener sexo con ninguna mujer y ya me estaba haciendo estragos, sí, debe ser eso…- eh, tranquila que el lesbianismo no se pega tan fácilmente- me miró con desdén, y allá vamos…
—No es eso, es simplemente que no quiero que me pegues ninguna ETS, después de estar con mil mujeres al año es normal que deba de tener precauciones.
—Nah descuida, si Antonio no te pegó todas las enfermedades del mundo, habidas y por haber, yo no creo que te pegue nada- me miró con cierto odio y fijó su mirada en la ventana, ¡si, gané! Se quedó callada unos minutos, pero me volvió a contestar.
—Tú y él sois iguales, os aprovecháis de las mujeres para acostaros con ellas y luego dejarlas para buscar a la siguiente- parecía dolida. A mí me molestó bastante, no me podía meter en el mismo saco que el payaso ese, yo no hacía eso. Miré por el espejo retrovisor y pude ver que Victoria también iba dormida por lo que no me corté ni un pelo en mi respuesta.
—Mira Alejandra, no sé por qué me dices eso, a ti mi vida personal no te debería de importar, pero ya que lo dices, te diré que yo no soy igual que ese gilipollas, yo no trato a las mujeres como él lo hace, si yo me acuesto con una mujer antes le dejo bien claro que no quiero ningún tipo de relación, así de simple. Mientras yo cumpla mi promesa de no relacionar a tu hijo con todas esas mujeres a ti te debería de importar un bledo si me follo a una como si me follo a diez- me volvió a mirar con desdén pero esta vez no me contestó. Ella fijó su mirada en la ventana y un silencio incomodo inundó el coche, por suerte nos quedaban apenas cinco minutos para llegar.
Cuando llegamos a su bloque, Alejandra despertó a su madre y yo cogí al pequeño como si de un bebé se tratase y lo subí al piso. Después de dejarlo en su cama me despedí de Alejandra con un simple adiós y después de Victoria más cordialmente.
Llegué a casa pero, a pesar de haber sido un día agotador, no me quería dormir, ese pequeño roce con Alejandra y la reacción de mi cuerpo me habían generado una extraña ansiedad en el pecho. Seguro que era la falta de sexo…
Después de pensarlo unos minutos ya sabía que hacer. A casa de Carlota no podía ir, ella le estaba guardando fidelidad a su compañero y Claudia llevaba unas semanas muy rara, las veces que hablábamos sacaba el tema de que no le gustaba la decisión de Carlota, puros celos, era muy probable que a ella le gustara Carlota mas allá del tema sexual y pensé que era mejor darle su espacio, así que tuve que recurrir a una buena y vieja amiga.
Me puse ropa deportiva y me fui en el coche de Santi hasta el gimnasio al que solía ir cuando tenía tiempo, normalmente iba corriendo, pero ya no eran horas, eran casi las once, y dentro de una hora cerraría así que no me daría tiempo. Llegué y entré. Era un gimnasio de los más caros de la ciudad y el horario se extendía hasta las doce, todos los días de la semana. Tenía unas maquinas muy buenas aparte de otras instalaciones como el spa y la piscina.
Me fui para las maquinas y me subí en una de las cintas. Había muy poca gente y la mayoría parecía que ya estaban por terminar sus sesiones de entrenamiento. Minutos después de comenzar a correr divisé mi objetivo: Nadia. Nadia era una de las propietarias del gimnasio, mi entrenadora personal durante un año y medio y mi amiga con derecho a roce durante casi todo ese tiempo. Nos alejamos un poco porque ella empezó una relación pero cuando la terminó nos empezamos a ver esporádicamente. Siempre que alguna de las dos le apetecía buscaba a la otra y ese era mi caso. Era una mujer un par de años mayor que yo, más alta, mulata y con un cuerpo muy definido gracias a tantas horas de ejercicio.
Al verme en el gimnasio a esas horas sonrió con malicia.
—¿No es demasiado tarde para ti?-yo sonreí.
—Nunca es demasiado tarde para entrenar- le contesté sin parar.
—Si tú lo dices…-rodeó la cinta hasta ponerse enfrente de mí y apoyarse en el panel de control de la cinta mostrándome sus enormes atributos. Llevaba tan solo un sujetador deportivo rosa que dejaba a la luz su precioso vientre definido y remarcaba más aun sus pechos- aunque si quieres… dentro de media hora cierro… y apenas quedan clientes…así que…
—Te espero aquí- las dos sabíamos a qué había venido así que no era necesario divagar.
—Genial- se fue a seguir con su trabajo y mientras tanto yo seguí haciendo un poco de ejercicio.
Unos minutos después el gimnasio quedó desierto, la música se apagó y algunas luces también.
Yo estaba en una banca levantando unas pesas cuando ella vino y sin mediar palabra se sentó a horcajadas encima de mí y me besó agarrándome la chaqueta para pegarme más a ella.
—El otro día, cuando viniste por la mañana… si no fuera por toda la gente que había te hubiera follado en ese momento- me volvió a besar con desesperación. Sus manos fueron hábiles y me desabrocharon la sudadera. Mis manos fueron directamente hasta uno de sus pechos y los apreté con fuerza obteniendo un gemido- me encanta que aún recuerdes lo que me gusta-  al besarme, su lengua recorría toda mi boca buscando la mía para emprender esa deliciosa danza que tanto me excitaba- no aguanto mas- se levantó y me cogió de la mano para llevarme hacia la sala de spa donde estaban las camas para masajes y algunos sofás para que la gente descansara.
Cuando ya estuvimos allí, me tiró en uno de los sofás y se volvió a montar encima de mí quitándose a la vez el sujetador deportivo liberando sus pechos que votaron cuando la tela se separó de ellos provocando una gran excitación en mi. Yo los agarré con fuerza y la volví a besar. Mientras nos besábamos y nos acariciábamos, de repente y sin venir a cuento, una imagen de Alejandra, de aquel día en el zoo sonriéndole a su hijo, vino a mi cabeza, ¿pero qué cojones? No, Abi ¡concéntrate joder! Sin darme cuenta me había quedado parada y Nadia se dio cuenta.
—¿Te encuentras bien?- me dijo con la voz muy ronca y extrañada.  Yo no contesté, eliminé como pude esa imagen de mi cabeza y me concentré en lo que había venido a hacer.
Seguimos con nuestras caricias y besos hasta estar, pocos minutos después, reconociendo nuestras intimidades que ya eran bien conocidas. Sabíamos perfectamente lo que le gustaba a la otra por lo que el orgasmo no se hizo esperar quedando las dos sin aire. Yo me quedé más confundida de lo que había venido, esa sensación extraña no se había ido de mi interior, es más, resurgía con más fuerza.
—¿Quieres que sigamos en mi casa? La noche solo acaba de empezar- me sacó de mis pensamientos con un ronroneo muy seductor. Normalmente pasábamos toda la noche juntas o incluso varios días, pero esa noche no sería como todas, no, mi cabeza no dejaba de dar vueltas llena de pensamientos e ideas…
—Emm…no, lo siento, pero me tengo que ir- me levanté del sofá y me comencé a vestir.
—¿En serio? ¿Qué te pasa? He notado que no estabas en lo que tenías que estar y no he sido yo quien te ha buscado.
—Nadia-me froté la cara. Estaba frustrada, ni yo sabía que coño me pasaba- lo siento, pero hoy he tenido un día agotador y me apetecía verte, pero no estoy al cien por cien y….es mejor que me vaya- ella me hizo una mueca de descontento.
—Está bien…como prefieras- dios, cada día soy más gilipollas…
Nos vestimos y hablamos un poco, lo que hizo que, gracias a dios, ella se le pasase el pequeño enfado. Me despedí de ella en el aparcamiento y volví a mi piso. Me di una ducha mientras repasaba todo lo que había pasado. Estaba descolocada. Nunca había sentido nada de eso, no sabía que era y no me gustaba. Me metí en la cama, eran cerca de las dos de la mañana y mañana estaría muy cansada, pero mi cabeza no quería dormir y le daba vueltas a todo una y otra vez. ¡Joder! ¿Pero qué cojones me pasa?

Las lecciones del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora