capítulo 3

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La mujer esperaba impaciente frente a las puertas del ascensor. Realizaba un constante golpeteo con la punta de su zapato, clara señal de frustración. Lo intentó una vez más, presionó insistente el botón llamando el ascensor.

Llevaba todo el día trabajando, hasta se había quedado tres horas más que el resto de los empleados. Revisó su celular para ver la hora. Debería cambiarlo, pensó. Era una versión muy vieja y tenía mala recepción adónde sea que fuere.

La luz del número uno se encendió y fue subiendo de piso hasta llegar al número diez que era en el que se encontraba la mujer. Las puertas se abrieron con el típico sonido de campanilla.

El celular calló de sus manos en el momento que soltaba un grito desgarrador. El pánico corría en su cuerpo nublado sus sentidos, prohibiéndole pensar con claridad.

La sangre comenzó a desbordar del ascensor y los ojos del cadáver que yacía en el suelo, parecían haberse clavado en su persona.

Lágrimas corrían en el rostro de la mujer, no era un conocido, así que no tenía mucho sentido estar sufriendo por aquel. Tal vez era el miedo que sentía por la situación, la situación, Pensó. En un movimiento desesperado se tiró al suelo intentando tomar las partes del celular.

Sin darse cuenta seguía soltando gemidos ahogados por el llanto, sus manos temblaban de forma autónoma dificultando la tarea.

Podemos culpar al shock de ver a una persona muerta, desangrándose en el ascensor que utilizaba todos los días, como el motivo por el cual dejar pasar la presencia de un tercero.

Frente a ella se posaron los pies de un hombre, ¿En qué momento había dejado de llorar? Alzó la vista fijándose en el rostro de su acompañante, luego desvió la mirada a sus manos donde sostenía un arma. Ya se había detenido el llanto y ya no caían lágrimas de sus ojos avellanas. Las puertas amenazaron con cerrarse, pero aquel hombre las detuvo con su brazo derecho.

Su cabeza se empeñaba en buscar una escapatoria, mientras una décima de ella ya daba por hecho su destino estando frente a un asesino.

Ilya sonrió al comparar a aquella mujer con un chihuahua, y es que temblaba de pies a cabeza. Una mujer hermosa de cabellera rubia, llevaba un traje de oficina y pintalabios rojo.

En otra situación hubiera coqueteado con ella pensó, pero había visto su pequeño desastre y también lo había visto a la cara. Toda una lástima.

Le apuntó la cabeza y disparó a sangre fría. El cuerpo calló provocando un estruendoso sonido al mismo tiempo que manchaba tanto el suelo como el rostro de Ilya.

Éste se retiró de la escena caminando por el desolado pasillo hacia los baños.

La sangre de sus manos y rostro se mezclaban con el agua del grifo de lavatorio. Miró su reflejo en el espejo y se sorprendió al notarse más joven -a sus ojos claro está. -Treinta y dos años cumpliría y ya era considerado todo un vejestorio dentro de La Bratva.

En una época ser viejo era considerado una jerarquía de alto orden, Pero a Ilya no le causaba recibir peyorativos como: vejestorio, ancianito, carcamán. También era símbolo de inteligencia, de alguien difícil de matar y los demás le debían respeto.

Tonterías. Pensó, lo único que significa es que nadie escapa del tiempo y pronto tendrá que preocuparse por cómo ocultar las canas. Una llamada interrumpió sus pensamientos.

- Diga.

- Ilya, dime como van las cosas. -Preguntó Vladímir.

- heee hee. Bien, van bien. -Respondió mirando el lavabo manchado en sangre.

Se escuchó un suspiro del otro lado de la línea. -¿Lo mataste?- Tardó un poco en responder en lo que salía de los baños y esquivaba la escena.

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