Capítulo 33 - Torre Tenpenny (Hans Myers)

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Estaba anocheciendo y acababa de llegar a las instalaciones de RobCo. Desde allí ya podía ver de cerca la Torre Tenpenny con todas sus ventanas iluminadas. Ahora que había adosado a la bomba de Megatón la carga de impulsos de fusión le deberían de dejar pasar para ver como vuela por los aires el segundo asentamiento más seguro de Yermo Capital. Luego, hablaría con Allistair Tenpenny y obtendría la tercera llave de cuatro para acceder al Fuerte Constantine. Una vez muerto el dueño de la torre, esclavizaría a Susan Lancaster y su trabajo allí habría concluido.

Hans rodeó la muralla de piedra hasta llegar a la entrada. Se trataba de una cancela de hierro elegante de unos tres metros de altura, con tablas de madera en la parte de abajo para impedir ver el interior. Pero esa entrada no llevaba directamente a la torre, sino a un patio. Al lado de la puerta había un necrófago hablando por el interruptor. Llevaba puesta una armadura de combate negra en buen estado, y tenía colgado a la espalda un rifle de asalto chino. La poca piel que le quedaba en la cara era azul, y su escaso pelo era bermellón. Parecía discutir con el hombre que le hablaba por el altavoz. Se acercó a él.

─¡Dile a Tenpenny de mi parte que me la suda! ─protestó el necrófago─. ¡Nos sobran las chapas! ¡Déjame pasar de una puta vez!

─¿Cuántas veces voy a tener que decírtelo? ─sonó aburrida la voz de un hombre─. ¡Que no pasas!

─¡Si hace falta me quedaré aquí todo el día gritándote por el altavoz!

─¡Ya te he dicho que Tenpenny no está dispuesto a permitir que se instalen aquí zombis como tú!

─¿A quién coño llamas tú zombi? ─inquirió el necrófago con agresividad.

─Sí, coño, vas a decirme ahora que eres humano... Por última vez: ¡No se admiten zombis!

─¿Es que no sabes distinguir entre un salvaje y yo? ¡Pues ya te enseñaré yo la diferencia! ¡Ya verás! ¡Os vais a acordar de quién soy yo! ─les amenazó el necrófago.

El necrófago se marchó de allí hacia una estación que había al sur de allí. Probablemente se hospedaba en aquel lugar. Hans se acercó al intercomunicador y pulsó el botón.

─¿Es que no hablo claro? ¡Te dije que te largaras! ─gritó el hombre por el intercomunicador─. Ni Tenpenny quiere tus putas chapas ni yo que me pongas la cabeza como un bombo. No voy a repetírtelo... ¡Pírate ahora mismo! ¡Das asco y no quiero volver a ver tu jeta de necrófago en la propiedad del señor Tenpenny!

─No creo que estés hablando con la persona que crees ─replicó Hans.

─¡Ah! Creí que eras ese maldito necrófago de Roy Phillips..., pero por tu voz, notó que tú también eres un necrófago. Esto es propiedad privada de Allistair Tenpenny. Solo se admiten inquilinos y visitas de carácter oficial, y no se admiten zombis.

─He venido a ver al señor Burke ─gruñó Hans Mi nombre es Hans Myers.

El guardia masculló algo inentendible.

─¿Por qué no me lo has dicho desde el principio? Un momento... ─la puerta comenzó a abrirse, dividiendo cada mitad hacia un lado─. Muy bien, pasa. Pero te lo advierto: estaremos vigilándote.

Que miedo, pensó Hans.

El guardia estaba justo al otro lado de la puerta a la izquierda, tras un parapeto de sacos. En el centro del patio había una gran fuente sin agua y varios guardias. El patio rodeaba el edificio y debía de haber prácticas de tiro por los laterales ya que se escuchaban disparos y nadie reaccionaba. La armadura de combate de los guardias era amarilla y parecía muy resistente. Hans leyó la chapa del guardia de la puerta. Se llamaba Gustavo. Se lo quedó mirando.

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