Capítulo 22 - Rivet City (Byron)

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Durante todo el trayecto por los túneles, Byron había estado escuchando las holocintas del androide. Ya casi se había olvidado de ellas, pero recordó que en ellas se decía algo sobre un tal Pinkerton que podía realizarle la cirugía facial y borrarle la memoria, y Pinkerton se encontraba en Rivet City, según las holocintas. Ahora Charon también estaba al tanto de la historia del hombre sintético, aunque no le interesaba mucho. Jericho seguía pensando que era una patraña, pero Byron creía que era cierto. Durante el trayecto Byron se quitó la escayola por fin, aunque la mano le seguía doliendo un poco.

Salieron por la estación Farragut West, cerca de las tiendas Superguay. Estaban en la vera del río Potomac. Una larga carretera lo acompañaba, con árboles secos entre ambos y ruinas de edificios al otro lado. Un grupo de saqueadores disparaba no muy lejos a unos supermutantes que se encontraban al otro lado del río. Pasaron por detrás sin hacer ruido para no llamar la atención y prosiguieron por la carretera. A lo lejos podía verse el monumento de Washington sobre todo lo demás.

La carretera se acababa y tuvieron que continuar por un camino de tierra que bajaba hasta un arcén que continuaba junto al río. En el otro lado varios coches y camiones se acumulaban destrozados. Les pareció escuchar algo al otro lado de ellos.

─¡Qué alguien me ayude! ─consiguieron escuchar.

Byron tomó su rifle de asalto y se coló entre dos coches. Tras un camión se encontró con una tienda de campaña. Les pidió sigilo a sus dos acompañantes y se acercaron a ella. Dentro se escuchaban carcajadas y a alguien sollozar. Byron se asomó y vio a un hombre de rodillas maniatado y a un supermutante con pesada armadura que sujetaba un gran martillo con una sola mano. La bestia los advirtió y rugió. Byron se apartó y dejó espacio. Cuando el supermutante salió de la tienda los tres dispararon y lo mataron rápidamente.

Entraron en la tienda y desataron al hombre, que llevaba puesta una camiseta blanca y unos pantalones gastados.

─¡No he muerto! ¡No puedo creer que siga con vida! ─vociferó, abrazando a Byron─. Conseguí esconder estas cosas antes de que me atasen ─sacó de su bolsillo varios estimulantes─ Cógelos, es la mejor forma que tengo de pagarte por tu ayuda...

─No, a ti te hará más servicio que a mí.

─Bueno, si tú lo dices ─replicó el hombre, volviéndose a guardar los estimulantes─. No sé cómo agradecértelo, forastero.

El hombre salió corriendo de la tienda y fue por la dirección por la que habían venido. Ellos continuaron hacia el sureste siguiendo el río. A unos cien metros podían ver un edificio cuadrado de varias plantas junto al río. En el exterior había varias mutarachas, pero no fueron hostiles.

─La casa de Dukov ─comentó Jericho.

─¿Lo conoces? ─le preguntó Byron, acercándose a la valla de madera que había para acceder a la parte trasera del edificio.

─Sí, lo visitaba de vez en cuando en mis tiempos de saqueador. Echemos un vistazo.

En la valla había una inscripción: depón tus armas o recibe un disparo. Cruzaron un hueco de la valla a modo de puerta y llegaron hasta la puerta de metal de la mansión de Dukov. Otro letrero colgaba de la puerta con la misma inscripción y Byron advirtió una cámara de seguridad sobre ella. Aun con esas medidas, la puerta estaba entornada. Los tres sacaron sus armas en lugar de depositarlas en la caja que había junto a la puerta y la abrieron.

Se encontraron en un gran vestíbulo, con una escalera a un costado que conducía al piso superior. Había una cama grande en mitad del vestíbulo, con varias botellas de alcohol sobre las sabanas y el cadáver de una mujer pelirroja desnuda y con la vagina destrozada. Al lado de la cama había un sofá verde, y frente a él una mesa con varias botellas de whisky vacías. En el otro costado se veía un villar, también repleto de botellas vacías. Pero la mujer no era el único cadáver de la sala. Un hombre con la cara destrozada estaba en el suelo detrás de la cama con un gran charco de sangre seca.

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