Capítulo 4 - Megatón (Byron)

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La luz le cegó los ojos, pero a cada segundo que pasaba, Byron podía ver con más nitidez hasta que pudo ver por primera vez en su vida el mundo exterior, más conocido como Yermo Capital.

Cerró la puerta de madera que conducía al Refugio 101 y avanzó un poco por el terreno de tierra mirando a su alrededor. Se encontraba en una pequeña colina. Desde allí, lo único que veía eran rocas, arena, vegetación marchita y, a lo lejos, lo último que podía divisar, era lo que él conocía gracias a sus libros como el monumento Washington.

Descendió de la colina con cuidado hasta llegar a una carretera. El asfalto estaba destrozado en dirección sur, donde se podía ver no muy lejos los pilares de hormigón que tiempo atrás fuera un puente. Así que fue en la otra dirección a la que conducía la carretera. Trazaba una ligera curva de norte a este hacía una pequeña bajada que le encaraba a las ruinas de un pueblo. Había árboles sin vida a ambos lados de la carretera y un gran letrero en el que ponía: "Bienvenidos a Springvale".

La primera casa aparecía a su izquierda, en ruinas, y de la casa contigua solo quedaba el marco de la puerta y alguna fachada. La casa de su derecha estaba en mejor estado, pero aún así, su suelo era de roca y el piso superior no existía.

Las ruinas acababan si continuaba recto por la carretera, pero si giraba a la izquierda, todavía quedaban unas pocas ruinas más. Frente a él había una gasolinera con un coche quemado sin ruedas. En ella había un cartel grande en el que ponía: Megatón, con una flecha indicando la dirección que llevaba.

Empezó a andar en esa dirección cuando escuchó una voz lejana.

─Hola de nuevo, mi queridísima América, soy el presidente John Henry Edén. ¿Hablamos?

Byron se giró con brusquedad, apuntando con su pistola. Vio un robot esférico que se movía por el aire, ligeramente más grande que su cabeza, con un altavoz y varias antenas en su parte superior y posterior. Parecía una radio flotante.

─Es hora de que discutamos cuestiones más importantes: mi presidencia. Se ha planteado la cuestión, lo sé, de saber cómo fui elegido para este ilustre cargo; o el que haya sido o no elegido. A eso debo responder que por supuesto, por supuesto que he sido elegido, querida América. ¿No es el derecho a voto la raíz de una democracia? Por desgracia, en aras de la seguridad nacional, no me está permitido hablar de los detalles de la elección como comprenderéis, pero tened la seguridad de que soy vuestro presidente porque así lo ha decido la gente apropiada de esta gran nación. He sido legítimamente elegido. Por supuesto, llegado el momento, cuando finalice mi mandato, América será libre para elegir a un nuevo presidente, y sobre esa persona depositaremos nuestra total confianza y fe para que con ella avancen hacia el futuro nuestros valores colectivos. Democracia, amada América. Democracia ahora y para siempre. Reflexiona sobre lo que te he dicho, América, reflexiona y espera, pues pronto, esta gran nación renacerá; y el enclave será su salvación. Hasta la próxima, se despide el presidente Edén.

El PipBoy de Byron vibró para avisarle de una notificación. Había sintonizado dos radios: Radio Enclave y Radio Galaxia. La primera era la que acababa de escuchar, en la que el supuesto presidente era el locutor, pero a Byron le costaba creer que siguiera habiendo un presidente en un lugar así. La otra radio no se escuchaba apenas, y entonces Byron recordó la holocinta que había cogido del bolsillo de Jonas, la nota de su padre. La insertó con prisa en el PipBoy y le dio al play.

─Espera, Jonas, primero tengo que grabar esto. No sé muy bien cómo decirte esto. Espero que lo entiendas, pero quizá te enfades. Me lo pensé mucho, pero al final decidí que lo mejor era que no lo supieras. Las cosas podrían haberse torcido de lo lindo, y nadie sabe cómo reaccionará el supervisor cuando se entere. Lo mejor es que me eche a mí toda la culpa. Bueno, es evidente que ya sabes que me he ido. Era algo que tenía que hacer. Pero ya eres mayor y no me necesitas. Quizá algún día las cosas cambien y podamos volver a vernos. No puedo decirte por qué me he ido, ni adónde he ido. No quiero que me sigas. Dios sabe que la vida en el refugio no es perfecta, pero al menos es seguro. Me basta saber eso para irme. Adiós. Te quiero.

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