Capítulo 9 - La Familia (Byron)

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Byron y Jericho se despertaron y decidieron salir del escondite de los Hamilton. Se trataba de una cueva profunda con subidas y bajadas. Dentro solo había basura, unas cuantas mutarachas y los esqueletos de los que debieron de ser los Hamilton. Subieron las escaleras metálicas que llevaban a la verja de la entrada y salieron.

Fuera, las tres ratas topo que habían matado por la noche, se habían convertido en huesos. Tal y como decía Jericho, en el Yermo se cazaba de noche, ya fueras una bestia mutante o un superviviente hambriento.

Se encaminaron hacia el noroeste. A lo lejos se podían ver unos pequeños edificios. Allí se encontraba la estación de Séneca, donde deberían de encontrar a La Familia y al hermano de Lucy, Ian West. Siguieron los restos de una vieja carretera que los conducía al lugar.

Mientras caminaban, un perro fiero los atacó de frente, pero Byron lo mató con varios disparos antes de que llegara a morderle.

─Vendrán más, estos bichos siempre van en manada ─avisó Jericho─. Será mejor que nos demos prisa.

Ambos apresuraron la marcha por la carretera mientras esquivaban algunos coches destrozados. A la izquierda, sobre el río, se podía ver el puente en el que se encontraba Arefu, el cual acababa en las alturas al cruzar el río.

Había dos edificios en la estación, uno a cada lado de las escaleras que llevaban a los túneles. Uno de ellos era una tienda y el otro estaba derruido. Entraron en la tienda con cautela y dentro encontraron algunas latas de carne. Las guardaron en sus mochilas y volvieron a salir.

─Bajemos a los túneles ─indicó Byron─. Espero que estén aquí.

─Vamos, y si no están, que les den ─bufó Jericho, levantando el rifle cargado.

Comenzaron a bajar los escalones poco a poco hasta llegar abajo. Abrieron la reja con cuidado para no hacer ruido y entraron dentro. Se veía una luz cerca. Pronto el túnel les obligaba a girar a la izquierda, y más adelante no tenía salida, pero había una puerta con dos bidones en llamas, uno a cada lado de la puerta. Byron le pidió a Jericho con un ademán que estuviese preparado por si tenía que disparar. Se acercaron a la puerta lentamente y cuando les faltaba unos metros para llegar, se abrió de golpe. Jericho apuntó con el arma, pero no disparó. Era un necrófago civilizado.

─¿No habréis venido para... robarme mis secretos, no?

El necrófago tenía gafas en su cara desfigurada y vestía con una camiseta blanca manchada de sangre y unos pantalones de camuflaje. Jericho soltó una risita y Byron se sorprendió.

─¿Qué secretos? ─preguntó Byron conteniendo la risa por lo inesperado que estaba siendo todo. Tras la puerta, dentro de su escondite, había otro necrófago sentado tras un escritorio, ataviado con una armadura de combate verde y armado con un rifle de caza.

─La receta secreta del ultrajet, ¿Qué iba a ser si no? ─respondió el necrófago─. Mierda, ¿por qué no podré mantener la boca cerrada? Siempre me pasa lo mismo ─masculló.

─¿Ultrajet? ¿Es una droga súper potente o qué? ─le preguntó Jericho sin bajar el arma.

─Digamos que sí. El ultrajet es casi el doble de potente que el jet. Es perfecto para necrófagos, porque el jet apenas nos hace nada ─afirmó el necrófago─. El único problema es que es casi imposible reunir los ingredientes. ¡Mira, quizá podáis ayudarme con eso!

Jericho iba a hablar pero Byron fue más rápido.

─Ni hablar, no pienso ayudarte a hacer drogas ─Byron también tenía su arma cargada y no le quitaba ojo al otro necrófago, que permanecía inmóvil.

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