La confesión

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—Malfoy, ¡espera!

El rubio caminaba a grandes pasos furiosos por delante de mí, ignorando mis quejidos por alcanzarlo.

Tuve que correr para meterme a la biblioteca antes de que me cerrara la puerta en la cara.

Tomé un poco de aire para recuperarme de aquella caminata extrema desde los invernaderos hasta la biblioteca. Uf, aquello no podía ser bueno para mi corazón, ¡maldita falta de actividad física!

Él tomó todas las listas de la mesa y volvió a dejarme atrás, sin decir nada. Se puso a revisar estantes por sí solo, como si yo no estuviera presente.

Ya recuperando mi ritmo cardiaco normal, lo seguí indignada. ¿Qué rayos le pasaba ahora?

—¡La enojada debería ser yo! —exclamé, plantándome frente a él.

Bufó, saliendo de su silencio mortal.

—¿Por qué, por arruinar tu momento romántico con Longbottom? —me señaló con un movimiento de cabeza.

Me lleve rápidamente una mano por encima de la oreja, donde se encontraba la preciosa flor roja que Neville había creado para mí. La guarde en uno de los bolsillos de mi abrigo para asegurarme de que estuviera a salvo.

—No era un momento romántico, señor listillo —me crucé de brazos, algo ruborizada—. Estaba mostrándome... Algo importante.

—¿Mostrando algo importante, en un lugar oscuro y alejado del resto de la gente? —inquirió él, trabajando en los libros de manera tosca—. La misma excusa estúpida le he puesto a cientos de chicas y han caído siempre, tal como tú caíste con ese miedoso.

Empezaba a sulfurarme. Respiré profundo... No iba a retroceder en este juego de estira y afloja que siempre tenía con Malfoy. La montaña rusa de nunca acabar. Era otra pelea tonta en la que no me iba a hacer perder la paciencia... Porque probablemente a la mañana siguiente estaría como si nada, haciéndome pasar un mal rato ante su cinismo.

—Siéntete libre de pensar lo que se te de la gana —bramé—. Sólo no te metas con Neville, que no te ha hecho nada malo. No es ningún miedoso.

Rió entre dientes, con sarcasmo.

—Oh, claro, se me olvidaba que tú lo ves como el valiente caballero del corcel blanco —hizo una ridícula imitación de una persona embelesada—. Un poco más y tu valeroso héroe moja los pantalones.

Le arrebaté las listas de la mano.

—Ya basta, Draco, ¿qué es lo que realmente te molesta?

Bajó la guardia al escucharme pronunciar su nombre. A pesar de que él me llamaba Emma (al menos cuando estaba de buenas), yo siempre me refería a él por su apellido. Era como la barrera que uno simplemente no podía ignorar. Llamarle por su nombre era demasiado... Íntimo.

—¿Acaso estabas preocupado por mi otra vez? —pregunté, con suavidad. Intentando mantenerlo en aquel estado contrariado.

Cruzó los brazos sobre su pecho.

—Nadie sabía dónde estabas. Ni siquiera la chica Weasley...

Lo detuve.

—¡¿Le preguntaste a Ginny?! —me sobresalté. ¿Qué era eso, la dimensión desconocida?—. ¡Por Merlin, Malfoy, no es como si me encontrara en peligro de muerte!

Another WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora