Amigos

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Me despertó la sensación de alguien tocándome el cabello.

La luz del sol saliendo al amanecer y colándose por la ventana me deslumbró, haciéndome gruñir un poco.

A mi lado, ese alguien rió.

Tardé un poco en procesar en donde estaba, y lo que había ocurrido el día anterior. Me giré con brusquedad para encontrarme con el rostro sonriente de Malfoy. El corazón me martilleaba en el pecho.

—Eh... Tengo una explicación lógica para justificar esto... —enrojecí.

Alzó las cejas.

—¿El qué? ¿Que hayas pasado la noche en mi cama, abusando de la confianza de tu pobre madre, y por si fuera poco, pasando por encima de mi derecho de privacidad como huésped en este pub? —bufó con sorna—. Pues más te vale que sea una buena justificación, o voy a tener que meter una seria queja en tu contra.

Lo miré con cara de pocos amigos.

—Pues no te veías tan disgustado con tu brazo alrededor de mí toda la noche.

—No es mi culpa que estemos en pleno invierno y el calor corporal sea un requisito de supervivencia.

No pude evitar reírme. Él hizo lo mismo, y se pegó aún más a mi. Buscó mi mano más cercana por debajo de las sábanas para jugar con mis dedos, ahora fríos.

Con la luz del sol elevándose poco a poco, el cabello de Draco era casi traslúcido, brillaba con un color plata casi blanco. Ahora me recordaba al de su madre, aquella bellísima mujer que lo había acompañado en King's Cross.

—Voy a pasar esta completa falta de profesionalismo en el mundo del hospedaje —se acercó para besarme la mejilla con suavidad—, sólo porque tenemos al menos una hora antes de que todos estén despiertos, y tengas que marcharte.

Me acurruqué contra su cuerpo, sintiendo su calor. Su corazón también había aumentado el ritmo, lo que quería decir que a pesar de su aparente socarronería, también estaba nervioso por aquel momento tan íntimo que habíamos compartido.

Era cierto, ya antes había dormido en su presencia, pero recordemos que eso no salió muy bien. Además, por lo que pude suponer, en esa ocasión él no pegó ojo en toda la noche. Había sido mi turno de verlo dormir... Y era algo que nunca olvidaría. Se veía tan... Joven, como debía ser, sin el peso de su historia por encima de los hombros. Tan vulnerable, tan apacible.

Para pasar el resto del tiempo, me pidió que le hablara del pueblo y de mis años en Beauxbatons. Le dije que no había gran cosa que contar, pero me sorprendí a mí misma hablando por un buen rato sobre mis superficiales e irritantes compañeras francesas (si había conocido a Fleur Delacour, nuestra pequeña estrella del año pasado que había ido a Hogwarts, prácticamente ya conocía al 80% de la población de ese colegio); sobre la gente del pueblo (la señora Regnault que durante muchos años había querido hacerme compromiso con su hijo, Damien Regnault, un pobre individuo que creía que el mundo giraba en torno a él y por el que mis compañeras hubieran pagado para comprometerse; Davina y Dimitri Toussaint, los gemelos hijos del dueño de la dulcería, con quienes solía jugar todas las tardes en el parque y comer de los dulces que podían tomar de la tienda hasta que nos dolía la panza; Jean Beaumont y Camille Donaire, unas excéntricas chicas que vivían unas cuadras más abajo y que eran las únicas con las que hablaba en el colegio; y Adrien Wickham, el menor de los siete hermanos que vivían en el bar por el que seguramente se había aparecido, y quien me había dado mi primer beso cuando teníamos cuatro años -lo que hizo a Draco poner los ojos en blanco-); y sobre todo, historias sobre mis atolondrados abuelos y mi madre, más de las que creía recordar.

Another WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora