La historia del traidor

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¿Quién era Bilius Weasley, ahora mismo?

¿Era el padre que había condenado durante gran parte de mi existencia? ¿El mortífago cruel, el enemigo del Mundo Mágico que yo misma había vetado de mi vida?

¿O era un simple hombre que había actuado por amor, tomando decisiones equivocadas, aceptando ofertas desesperadas, tirándose a un vacío del que nunca pudo salir?

¿Quién era él? ¿Y debía creerle?

Quería creerle. Peor aún, necesitaba creerle. Era como si de repente todo tuviera sentido. Como si aquellas piezas sueltas del rompecabezas de repente calzaran en un solo movimiento de la mano. Si esta era la verdad, era una verdad que, si bien, aún dolía, también liberaba. Significaba que la pequeña niña que vivía dentro de mí podía dejar de llorar. Me parecía cruel y despiadado que pudiera verme envuelta en una mentira más, parte del plan de Lord Voldemort para mí. Pero ¿qué demonios? Sus ojos azules como el océano, llenos de redención, no podían ser capaces de inventar algo así. Era la misma sensación que al mirar los ojos de Arthur Weasley. Los de Ron, los de Ginny. Los de Fred y George. ¿Qué maldad podría caber en ellos? Me pregunté lo que mi madre habría pensado... Y no dudé.

Volví a ver las luces brillantes al salir de aquella celda oculta detrás de la chimenea, sin querer dar un paso en falso más. Me detuve ahí, obnubilada por el flash constante de mis propios pensamientos, que se arremolinaban como la marea e insistían en arrastrarme hasta el fondo. Y no, no podía permitir ser arrastrada en este momento. Era tiempo de actuar, no de pensar. Ya había pensado lo suficiente toda mi vida.

Sin darme cuenta en qué momento había tocado el piso con ambas manos, derrotada sobre mis rodillas, escuché la familiar voz de mi acompañante.

—Tengo que asegurarme de que regreses a tu habitación —dijo Draco en voz llana, observándome a una distancia prudente. No se acercó para ayudarme a levantar, aunque trastabillé un poco, dándome cuenta de lo cansada que me sentía después de enfrentarme a Bellatrix y Nott—. Mi madre quiere que estés presente durante la cena.

Caminé unos pasos detrás de él, con el sonido de sus zapatos sobre el mármol frío.

—¿Podré volver? —le pregunté.

No se giró para contestarme.

—Si puedes encontrar el camino, supongo.

Comencé a fijarme más en las puertas y los corredores que dejábamos atrás.

—¿No van a descubrirme fácilmente?

—Dudo mucho que al Señor Tenebroso le interese si ves a tu padre o no —agregó—. De ser así no lo mantendría aquí la Mansión, con tu presencia. Probablemente crea que eso te dará más motivos para mantenerte aquí, para hacerte rabiar aún más.

Fruncí el ceño, aunque no pudo verlo.

—¿A qué te refieres?

Se detuvo con un suspiro, casi haciendo que choque contra él. Me miró algo serio, y tragué saliva ante sus gélidos ojos.

—Si dejaras de odiar a tu padre de la manera en que solías hacerlo, entonces comenzarías a sentir la necesidad de protegerlo —dijo, muy seguro—. Y eso podría usarlo en tu contra, igual que lo hizo con tu cercanía a Longbottom. Podría amenazarte con hacerle daño a cualquiera, y entonces, estarías a su disposición, enardecida, como él espera que lo hagas.

Retomó su ruta sin más, y yo lo seguí, mirándolo de reojo.

—¿También podría hacerte daño a ti?

Esta vez no se detuvo, aunque pude percibir como comenzaba a apretar ligeramente las manos en forma de puños. Tardó unos cuantos segundos de más en responder.

Another WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora