Una visita inesperada

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Viajar con polvos flu era una maravilla. De Londres a Francia en un santiamén.

Mamá nos había aparecido en un callejón oscuro cercano a aquel popular bar de magos londinense, El Caldero Chorreante. Habíamos estado ahí varias veces cuando vivíamos en la ciudad, la última había sido cuando visitamos el Callejón Diagon para comprar los útiles escolares.

Vi algunas caras conocidas de gente que siempre atendía ahí. Creo que vi también a algunos chicos del colegio con sus familias. No podía recordar los nombres de todos, pero uno de ellos era Dean Thomas (de Gryffindor) y otro, Ernie Macmillan (de Hufflepuff). Dean me saludó con un cordial movimiento de cabeza, pero Ernie intentó fingir que no me había visto. Lo normal. Así sucedía la mayoría del tiempo desde que me dejaba ver más en compañía de Theodore y Malfoy.

Malfoy... Merlín, ya empezaba a echarlo de menos.

Mamá se puso a charlar con el dueño, Tom, para decirle que sólo necesitábamos usar su chimenea. Nos cobró cinco galeones como si eso supusiera un servicio (mamá refunfuñó un poco, pero no había otra opción), y con su propia dotación de polvos flu nos trasladamos a con los abuelos.

Monsieur y Madame Bourdeu, dos regordetas figuras de cabello gris tormenta, ya nos esperaban frente a la chimenea situada en su habitación del pub.

Mon amour! —exclamó la abuela apenas me vio salir, seguida por su única y muy querida hija. Me envolvió en un cálido abrazo de bienvenida, igual que el abuelo, quien sonreía de oreja.

Para mi sorpresa, iba a ser el primer año en todas las vacaciones pasadas en Francia, en que tendría una habitación para mi sola. Siempre tenía que compartirla con mi madre, pero al parecer ya era lo suficientemente mayor como para tener el beneficio de la privacidad.

Apenas me encontré sola, le eché el pestillo a la puerta de madera y le permití a mis emociones hacer cambios en mí. Mi cabello se oscureció igual que la noche. Se parecía mucho a los descontrolados mechones negro azabache de Harry.

No era porque estuviera deprimida, o algo parecido, por mucho que mi silencio en las últimas semanas dijera lo contrario. Más bien me sofocaban mis propios pensamientos y el cúmulo de emociones amenazaba con hacerme estallar. Me sentía demasiado turbada ante la repentina responsabilidad que llevaba sobre los hombros, con los sueños reveladores y la información tan dolorosa sobre las atrocidades que Lord Voldemort era capaz de cometer con su innegable regreso. Aún me costaba asegurarme a mí misma antes de dormir que no vería de nuevo el rostro de Arthur Weasley al ser atacado por aquella monstruosa serpiente.

No se me ocurría quien querría mostrarme todo eso, y tampoco entendía por qué había sido yo la elegida para verlo. No tenía sentido, yo no era como Harry Potter.

No desempaqué más que algunas cosas indispensables, puesto que no serían más que dos semanas las que pasaría ahí. Eran unas vacaciones cortas, pero necesarias para despejar la mente. No me hacía tan feliz estar en un lugar que me traía tan malos recuerdos, pero sabía que estaría bien mientras me mantuviera en la habitación.

Alguien llamó a la puerta.

Linda, lamento molestagte —era mi madre, con su característico acento francés—, pego necesito ayuda ahí abajo. Hoy el pub está de locos.

Suspiré. El plan de quedarme en la habitación estaba empezando mal.

—De acuerdo, mamá, en seguida bajo.

Era cierto, el pub estaba lleno, pero no era nada que no se pudiera manejar. Un montón de rostros sonrientes me observaron apenas entré en sus campos visuales.

Another WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora