Capítulo 2: Eva & Lilith

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El bar estaba repleto esa noche y Orpheo estaba ansioso por salir al escenario. Allí era el único lugar donde se sentía libre y a gusto. Nadie se le acercaba, sino  que solo se limitaban a deleitarse con la vista y los oídos. Siempre lejos, deliciosamente lejos de él. Se sentía como un ser de otro mundo, un ser adorado como un dios. 

Sus shows eran muy concurridos: su voz de barítono tan seductora y una excelente campaña de marketing eran la fórmula perfecta para el éxito. Su esposa, Monique Mont Blanc, había hecho una gran inversión en él y las ganancias las levantaba con pala.

Las mujeres se volvían locas al verlo impecable en su traje. Y ni hablar cuando se lo quitaba, quedando con una camisa con un par de botones abiertos dejando ver un poco de piel. Ese juego le gustaba mucho, cuando la mínima revelación bastaba para que el público lo vitoreara. Así, de lejos, le parecía algo mucho más divertido que tenerlas pegadas a su piel en la soledad de una habitación. Ojalá su esposa no lo forzara a humillarse cada noche con la que tuviera el dinero suficiente.

Orpheo odiaba a Monique. Sabía que lo había adquirido con la intención de adornar su bar por las noches. Lo del canto era un plus. No era el único hombre allí, pero sí su único esposo.

Como estaba en vigencia la ley de monogamia, Monique había comprado hombres a nombre de sus socias y empleadas. Esta era una práctica común en lugares como ese, ya que no había leyes que limitaran el trabajo masculino, mientras estuvieran legalmente casados.

Los demás hombres trabajaban mucho más que él, ya que rotaban tareas: un día tocaba servir las mesas; otro, ocuparse de la limpieza; otro era día de show; y así. Las jornadas se extendían, en ocasiones, hasta casi doce horas diarias. Ser el juguete personal de la dueña, tenía sus ventajas, al principio: se limitaba a hacer los shows y satisfacer sus deseos. Pero eso no duró.

Monique descubrió que había un negocio mucho más lucrativo que servir bebidas y organizar cenas show. Su "chico florero" era el objetivo de muchas miradas interesadas, bastante lujuriosas. Recibió muchas propuestas. Al principio, las rechazaba, pues no le agradaba la idea de compartir a su bomboncito. Lamentablemente, su amor por los billetes era más fuerte que su lujuria, de modo que empezó a poner precios hipotéticos para compartir minutos a solas con su estrella. Se sorprendió al ver que las interesadas estaban dispuestas a pagar precios exorbitantes. Estaba todo dicho.

Al principio, Orpheo no opuso resistencia. Las charlas agradables a solas con otras mujeres no eran nada despreciables. Realmente, llegó a disfrutar algunas. Poder hablar con otras mujeres sin tener miedo de ser tirado al Basurero era refrescante. Sin embargo, la apuesta había comenzado a subir hasta acabar en un sistema de escalas de tarifas que iban desde unos minutos de compañía hasta un par de horas de trabajo pesado. Y eso, ya no era divertido. No pasó mucho más hasta que todos los empleados de Eva & Lilith estuvieron trabajando como hombres de compañía, todos los días.

Se quejó varias veces con su esposa, conforme empezaron a agregarse tareas nada dignas, con mujeres que no hacían más que hacerlo sentir miserable. La única respuesta tajante que recibía era que era parte del contrato y que él le pertenecía, por lo que no tenía voz ni voto sobre su cuerpo. Aquello lo hizo odiarla aún más. 

Le enfurecía el saberse totalmente desamparado y sin armas para defenderse. Podía ser el dios de la bella voz, ¿pero, de qué le servía? No era como si alguien lo fuera a secuestrar y a llevar un refugio de esclavos sexuales, ¿verdad? Quería rebelarse pero se hablaba tan mal del Basurero que su infierno personal le parecía preferible a ir a ese lugar desconocido para nunca más volver. Quizás allí le esperaban cosas peores.

In other words, hold my hand... —cantó esa noche, acercándose a la mesa 4, donde estaba la que había solicitado sus atenciones, mientras entonaba "Fly me to The Moon".

Contrabando De Gigolós (#HES 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora