Capítulo 4: Inesperada

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Karen bebió de su cerveza y deleitó su paladar con las exquisiteces que ofrecía el bar. Debía admitir que, al comenzar el show, ya no quedaba rastro del malhumor y la vergüenza que había sentido al principio.

Todos los hombres que cantaron tenían voces hermosas. Si bien la técnica no era la mejor, según su criterio, le pareció que transmitían muy bien los sentimientos. Después de verlos, entendió por qué los buscaban luego del show, o por qué pagaban por unos segundos de atención durante el mismo. Esos chicos enamoraban, ¿para qué negarlo?

Sus amigas, a diferencia de ella, escuchaban la primera canción de cada uno, y luego perdían el interés, charlando de cualquier cosa. A Karen, aquello le parecía una falta de respeto para el artista, pero eran hombres. ¿Qué podía decir? A ellas, no les parecían dignos de mayor atención. Era como escuchar una radio. Ya los estudiarían más en detalle luego, según lo que dijo Katia.

Loretta había elegido a tres diferentes, cual paquete de degustación. Lili solo a uno, pero le había costado decidirse. Karen, por su parte, estaba tan asqueada con el debate alrededor de la carta especial, que hizo todo su esfuerzo por ignorarlo. No podía acostumbrarse a que se hablara de ellos como objetos.

—¿Ya has elegido alguno, Kari? —le preguntó su jefa, dándole un trago a su vino—. Recuerda que la casa invita.

Sabía que a Katia no se le escaparía el hecho de que no estaba participando de la conversación. Se mordió el labio para reprimir un comentario mordaz y miró fijamente a Elijah, el cantante de turno. Tenía cara de ser seductor nato, con sus rizos negros y ojos grandes, del mismo color. Le pareció atractivo, con su camisa blanca y los tirantes negros. Sin embargo, había algo en su mirada que no le terminaba de gustar. Contó hasta cinco y miró a su jefa, intentando sonreír.

—Aún no. No te preocupes si no me gusta ninguno —le dijo—. Igualmente, estoy teniendo una hermosa noche.

—Si no eliges tú, lo haremos nosotras. No te vas a escapar... —se burló—. Tienes que vivir la vida, no mirarla desde la ventana.

—Pues, yo tengo mi propia forma de vivir la vida, Katia. Entiéndelo —se defendió.

—Tómalo como un regalo —opinó Lili, tratando de calmar las aguas.

—Exactamente —concordó Katia—. Y si no te agrada, por lo menos ganarás la experiencia.

—Pero...

—No se desprecian los regalos —me cortó, severa—. Me ofendería mucho... Tanto como para no volver a dejarte entrar a mi escuela.

Karen la miró atónita y sintió palidecer. No podía hablar en serio, ¿o sí? No lograba entender por qué esa obsesión con hacerla debutar sexualmente. No era asunto suyo y esa presión que quería ejercer sobre ella la irritaba. Sin embargo, no podía hacerle frente.

Entonces, pasó algo que la hizo olvidarse por completo del comentario de su jefa. Sus hormonas, que parecían haber estado ausentes las primeras tres décadas de su vida, estallaron en su sistema en el instante que lo escuchó cantar. Sin detenerse a pensar, volteó a verlo, con el corazón acelerado. Pasada la primera impresión, volvió su atención a su grupo, para guardar las apariencias. Sin embargo, su reacción frente al cantante que estaba arriba del escenario no le pasó desapercibida a ninguna de sus compañeras.

Se moría de ganas de echarle un segundo vistazo, pero sabía que se pondría en evidencia aún más.

Orpheo cantó diez canciones, muchas más que el resto de los intérpretes. Llevó a su público por un camino que combinaba humor, ternura y mucha sensualidad. Karen maldijo su pobreza, porque se privaría de volver a deleitarse con su voz.

Contrabando De Gigolós (#HES 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora