Capítulo 24.1: Hound Dog

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Luego de ver a Karen, Orpheo no podía dejar de darle vueltas a lo que ella le había dicho. Lo enternecía que planeara ayudarlo, pero la verdad era que él no le veía escapatoria a su situación.

No era como si pudiera fugarse de casa una noche, hacer lo que le diera la gana y volver antes del amanecer. Prácticamente sin libertad y vigilado a tiempo completo. ¿Cómo podía salir? Además, sabía que la red de contactos de Monique lo encontraría enseguida, terminando en una tragedia para ambos.

Karen era una perfecta distracción para toda la mierda que era su vida, eso era cierto. Algo real, en medio de tanto fingir, un soplo de aire fresco. Sus labios le sabían a gloria y moría de ganas de ir más allá con ella. Tenía la certeza de que no sería nada parecido a compartir el lecho con su esposa. Muchos menos con sus clientes. Con ella sería diferente, nuevo y único. 

Le resultaba bastante patético desearla de esa manera, ya que, a menos que tuvieran ese acercamiento en el salón de clases, no había forma de que sucediera. Y ella no accedería, de ninguna manera. Él tampoco quería que fuera un encuentro fortuito sin más, a las apuradas y con el miedo de ser descubiertos en el fondo de sus pensamientos. Ella merecía algo mejor que eso.

Antes, nunca había puesto peros en cuanto al lugar para tener relaciones. Le daba igual porque ellas le daban igual. Hasta que ella llegó.

—Oye, Orpheo —le dijo Nuria, sacudiéndolo y trayéndolo a la realidad—. Ya llegamos. Baja de tu nube.

—Ah, gracias —murmuró.

La falta de energía que notó en él le hizo saltar las alarmas. Bajaron del auto y lo detuvo antes de entrar.

—¿Estás bien? Es raro pasar el viaje sin escucharte hablar sin parar —inquirió, preocupada.

—Estaba pensando —respondió, sin intenciones de desarrollar la respuesta.

—Debe costarte lo suyo, rubito —se burló, tratando de hacerlo esbozar una sonrisa mínima.

—Va en contra de mi naturaleza, lo sé —respondió, siguiéndole el juego.

Intentó levantar un poco las comisuras de los labios, pero no alcanzó para encubrir su tristeza. Ni siquiera pudo mirar a Nuria a los ojos.

—Ey, ¿seguro que estás bien? —insistió.

Nuria le levantó el mentón con un dedo, buscando su mirada. Orpheo se esforzó más por sonreír y establecer contacto visual. Ella no le compró esa máscara, ya que lo conocía muy bien, sin embargo no se lo hizo saber.

—Son tonterías. No te preocupes —le aseguró, antes de entrar.


Era noche de dúos con Vlad, la que se había convertido en su favorita. Se entendían a la perfección. Supieron encontrar un balance para que ambos tuvieran el mismo protagonismo, algo que solo a Vlad le permitía. Y debía admitir, además, que el moreno del momento se estaba encargando de bajarlo del pedestal, a base de carisma y buena performance.

Tiempo atrás eso le hubiera molestado, pero los aplausos ya no eran lo más importante para el ruiseñor de Eva & Lilith. De hecho, lo agradecía. Si las mujeres enfocaban la vista en otro, quizás no lo solicitaran tanto como antes. ¡Cuánto deseaba una noche menos agitada!

—Oye, esta canción está interesante —comentó Vlad—. Escucha. Es de esas viejas que te gustan a ti.

Pulsó el botón para reproducirla en nuestro equipo de audio. Una voz de mezzosoprano llenó el recinto. Era un rock n' roll antiquísimo. Hablaba de hombres en una cárcel. Era de un tiempo anterior a la imposición del Basurero y, aunque originalmente la interpretaba un hombre, las mujeres la amaban.

Contrabando De Gigolós (#HES 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora