—Tengo una buena noticia para ti, Karen —soltó Orpheo, cuando volvió a verla.
Ella lo miró por un instante y bajó la vista. Así venía siendo desde que había entrado al aula. El episodio de su última clase la llenaba de bochorno. Si tan solo ella supiera lo bien que le había hecho a él tenerla tan cerca. Ese abrazo lo había sentido más cercano que cualquier encuentro carnal con su esposa.
Para Karen, fue verlo y dar rienda suelta a sus inseguridades de nuevo. Esa camaradería que habían conquistado se había esfumado y lo sentía desconocido otra vez. Le era imposible sostenerle la mirada. Esos ojos parecían atravesarla y desarmarla. ¿No podía mostrarse frío y distante como el resto de los hombres que pasaban por su salón? Eso le habría facilitado las cosas desde el principio.
Habían pasado un par de semanas desde su último encuentro. Monique había llamado a la academia alegando que su esposo estaba enfermo y que por eso no podía asistir. De esa forma, él no perdería el cupo, ni el dinero que ya había pagado por adelantado.
—¿Ah, si?—murmuró.
Él se apoyó en el piano, luego de cerrar la tapa, justo a su lado. Sabía que le molestaba y él adoraba hacerlo. Se quedó en silencio esperando. Hasta que ella no levantara la vista no pensaba soltar sonido, ni dejarla evadirse con el instrumento.A esa altura, ya le conocía bien los vicios.
Pasaron los segundos y, en lugar de hacer lo que él quería, se fue a buscar unas partituras. No se iba a dejar vencer. Se corrió un palmo hacia la izquierda, para tapar el atril del piano. Karen resopló con fastidio, empujándolo con su brazo para que se apartara. Mover los ochenta y cinco kilos de masa masculina estaba fuera de su alcance y no le hizo ni cosquillas.
—Orpheo, ¿puedes...?—farfulló, clavando la mirada al frente.
—¿Sí?
—Apártate, por el amor de Diosa. ¿No ves que estás perdiendo tiempo de clase? —le espetó—. ¿Qué demonios te pasa?
—¿Poooor...? —Arrastró las palabras, inmóvil y con una sonrisa gigante.
Se lo estaba pasando en grande.
—¿Qué tengo que hacer para que me dejes trabajar? —le reclamó.
—Las palabras mágicas —canturreó.
—¿Qué? —exclamó indignada, mirándolo por fin.
¡Bingo! Nada más verle la expresión divertida la hizo enfadarse más. En los ojos de su alumno, no era más un pequeño gnomo adorable y enojón. Si ella creía que lo estaba intimidando, estaba muy equivocada. En ese modo, advirtió Orpheo, no le costaba nada sostenerle la mirada. Gracias a Diosa, había logrado seguir frecuentándola. Extrañaba sus encuentros.
—¿"Por favor"? ¿No te han enseñado las palabras mágicas en la escuela? "Por favor y gracias..." —citó una conocida canción infantil.
La observó luchar contra el impulso de esbozar una sonrisa con todas sus fuerzas y se rio, contagiándola. Cuando pasó el momento, Orpheo llevó su dedo al entrecejo de su profesora, nuevamente fruncido, como había hecho otras tantas veces. Consiguió que se relajara al instante y celebró la victoria para sus adentros. Karen bajó la vista, pero con una expresión totalmente diferente a la que tenía cuando él había entrado. Hasta estaba sonrojada.
—Soy irresistible —se jactó, apartándose.
—Eres insufrible —lo corrigió, sin dejar de sonreír—. ¿Comenzamos, por favor?
—¿No vas a preguntarme cuál es la buena noticia? —le preguntó.
—Me lo dirás de todas formas, ¿me equivoco? —lo desafió, escrutándolo.
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Contrabando De Gigolós (#HES 2)
RomanceUn negocio clandestino se ha vuelto muy lucrativo en la ciudad de Palas. En paralelo, los hombres están desapareciendo del Basurero, sin razón aparente. Orpheo está casado con una magnate del negocio nocturno de la capital. Él es el cantante princip...