Capítulo 22: Confesiones

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Karen se daba perfecta cuenta de que era una mujer débil. No había lugar a dudas. Su mente se debatía entre la culpa y la inocencia: ¿era tan incorrecto sentir lo que estaba sintiendo?

Si hubiera visto el conflicto desde afuera, de seguro hubiera sido la primera en señalar con el dedo acusador que aquello era un error moral y profesional. Porque no bastaba con enrollarse con un hombre casado, no. Tenía que ser también un alumno y su esposa había puesto su confianza en ella... ¡Un desastre!

La Karen de moral intachable la miraba mal desde el fondo de su ser, cada vez más eclipsada por una nueva Karen que ganaba fuerza. Un alter ego más inconformista, más sentimental, más comprensiva. Más blanda, si lo quería resumir, pero mucho más humana.

Toda su vida había estado atada a sus exigencias personales, a la presión de su madre, a la posterior de sus profesoras y, finalmente, la de su jefa. Siempre reprimida y, hasta cierto punto, autómata siguiendo lo que se suponía que tenía que hacer.

No se quejaba demasiado de su situación, de hecho, se sentía muy cómoda en ese lugar. Pero luego de conocer a cierta persona insufrible, todo eso se había derrumbado. De repente, ya no era tan cómodo, tan fácil. La vida se le presentaba más complicada, planteándole una situación que se le iba de las manos.

¿Lo peor? Que estaba tomándole el gustito a eso inexplicable que él despertaba en ella cada vez que se encontraban. Algo que lejos de calmarse, crecía cada vez más. Como si estuviera sedienta de algo que creía que no necesitaba y que, en lugar de satisfacerla, le exigía cada vez más.

Llegó a su casa esa noche con la adrenalina fluyendo por las venas. No durmió bien, puesto que se demoró reviviendo su último encuentro, medio despierta, medio soñando, hasta que salió el sol. Gracias a Diosa, aquel era el último día de la semana. El sábado podría dormir todo lo que quisiera y compensar la falta de sueño.

Se tomó un café bien cargado, que dejaría un agujero en su estómago, pero la mantendría despierta. Busqué sus cosas y se fue a trabajar en medio de bostezos. El aire matinal logró despabilarla un poco, pero no lo suficiente.

Entró como autómata al instituto y se dirigió a la sala de profesoras.

—Buen día, Lili —saludó, algo ronca.

La voz todavía no le respondía del todo bien, como era de esperarse. Sabía que quizás la primera clase sería un poco cuesta arriba, pero confiaba en que cambiaría después, cuando entrara en calor.

La pelirroja la miró con una mueca divertida. Karen parecía estar pasando por una resaca muy mal llevada. Sin embargo, sabía que esa carita no era por el alcohol.

—¿Mala noche? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

—Ajá —se limitó a responder.

—¿Quién te ha quitado el sueño? —inquirió con suspicacia.

Karen se la quedó mirando. Nada se le escapaba a Lili cuando le ponía ganas.

—Me quedé leyendo —mintió.

—Sí, claro —se burló.

Karen le echó una mirada significativa. No iba a sincerarse allí, ya que sabía que las paredes lo oían todo.

—Me debes una charla, querida —insistió Lili.

—Lo sé —respondió Karen sonriendo con resignación.

—Ven a casa cuando termines con tus alumnas —le pidió.

Ese día, Lili tenía poca gente, por lo que saldría mucho más temprano que Karen. Le vendría bien desconectar un poco con ella. Necesitaba reirse y desahogarse con alguien todo eso que traía guardado.

Contrabando De Gigolós (#HES 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora