Capítulo 24.2: Hound Dog

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En cuanto Beatriz se alejó de los Mont Blanc y se arregló el papeleo legal, Orpheo enfrentó a Monique. La agarró del brazo con fuerza y acercó el rostro al de ella, hasta tocar sus frentes. Estaba furioso y ya poco le importaba lo que dijera la gente a su alrededor sobre su comportamiento.

—¿Qué demonios te pasa? —preguntó, en voz baja y amenazante.

Monique enarcó una ceja con altivez. Ella sabía que si él le levantaba la mano, lo enviarían al Basurero de inmediato. Aunque, teniendo en cuenta el trato que acababa de hacer, quizás aquella opción era mejor que irse con la jueza.

—Esa no es forma de hablarle a tu esposa, cariño —le dijo con calma—. Ahora, suéltame. Me estás lastimando.

—Ni cariño, ni esposa, maldita bruja —masculló, sin hacerle caso a su petición—. ¿Tienes idea de lo que es capaz esa mujer? ¿Y aún así nos enviarás con ella? ¿Qué no era que no compartías sus inclinaciones y todo eso?

—Hago lo que hace falta para sobrevivir, Orpheo. Ya déjame en paz —le ordenó, enfadada.

Se zafó del agarre con brusquedad y se miraron con odio mutuo. La mujer comenzó a caminar, sabía Diosa a dónde. La siguió de cerca y continuó reclamando. Lo ignoraba olímpicamente. 

Orpheo se sentía asqueado con ella. Ya sabía que no era una buena persona, pero de verdad pensó que tendría un límite. Él siempre se había esfrozado por complacerla en absolutamente todo. ¿Acaso esa era su recompensa?

Llegaron hasta donde estaban Nuria y Vladimir. Estaban sentados con la espalda apoyada en la pared del edificio. Hablaban en voz baja, ajenos al resto del mundo. A Orpheo no se le pasó por alto el hecho de que estaban con las manos entrelazadas. Era una imagen muy bonita y trágica a la vez.

—Nuria —la llamó Monique.

La aludida levantó la cabeza y se puso de pie al instante, seguida por su esposo. Vlad interrogó a su compañero con la mirada. El rubio, por su parte, se limitó a apretar los labios y bajar la vista. Le daba muchísima rabia que lo metieran a Vlad en el paquete también. Ese chico se merecía todo lo bueno y por fin estaba mejor con su esposa. 

—Sí, ¿qué necesita? —le preguntó muy seria.

—Acompáñenme a mi oficina. Tenemos que hablar de un asunto importante.

Caminaron en silencio hasta llegar a destino. Orpheo y Vlad sintieron las miradas de todos sus compañeros puestas en ellos. No quisieron mirar a ninguno. Cada paso se sentía como uno más en el pasillo de la muerte. La tensión se respiraba en el aire. Se habían llevado un buen susto.

Orpheo fue el último en entrar. Tenía la respiración agitada y sentía un ligero temblor, evidencia de lo que estaba sintiendo en ese momento. Quería llevárselos lejos a ambos, para evitarles el problema. Ellos no merecían pagar las culpas de otra persona.

La pareja ocupó los dos asientos y él se quedó de pie detrás de ellos. Nuria estaba con la espalda recta, muy tensa y mortalmente seria. Orpheo sabía que era solo una fachada y que por dentro estaba asustada. Vlad, por otro lado, manifestaba su ansiedad rebotando su pierna y apretando la mandíbula.

—Nuria, como habrás visto, nos hemos visto involucradas en un aprieto con la policía —le dijo—. De hecho, estuvimos a punto de ser clausuradas. Sabes que aquí trabajan muchas personas y, bueno, habrían quedado en la calle. Pero ya lo he solucionado.

Nuria tomó la mano de su esposo, en un vano intento de calmarlo. Ambos sabían que nada bueno podría salir de aquella reunión privada.

—Me alegro, entonces —dijo ella, confundida.

Contrabando De Gigolós (#HES 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora