Capítulo 1

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Mordisqueé la galleta mientras pasaba las páginas del libro de historia, uno de mis tomos favoritos de la enorme colección de Miranda Knight, mi madre desde hacía ya quince años. Seguí comiendo galletas a medida que avanzaba leyendo, había llegado una colección nueva al museo de historia natural, donde trabajaba y tenía que informarme. Parecía mentira que hubieran hallado la tumba de uno de los faraones más poderosos del Antiguo Egipto.

-Hola, Helen –dije sin levantar la cabeza del libro y sin darme la vuelta, había notado su presencia dirigiéndose hacia la biblioteca desde el mismo momento en que se había dispuesto a buscarme -, ¿qué ocurre?

Helen Bloom, cuarenta años recién cumplidos y con una gran estela como doctora de cabecera de la familia Knight, la rara familia Knight. Se acercó con ese andar tan elegante de ella, se sentó a mi lado alzando una mano para meter los dedos entre mis ensortijados rizos oscuros. Miranda los adoraba y odiaría que me los cortase, así que me los dejaba largos. Me gustaba hacerla feliz.

-Creo que realmente es todo un detalle que esperes a que te responda y que no hurgues en mi cabeza –asentí ligeramente, me encantaba tanto que me acariciasen el pelo que había dejado de leer–, Miranda me ha dado la tarde libre y me gustaría ir a hacer unas compras a la ciudad, ¿te quieres venir?

Casi salté de la mullida silla como un resorte, me encantaba ir de compras, sobre todo si incluía la iniciativa de pasarnos por un par de librerías. Y supe exactamente un segundo después que esa iba a ser una de las muchas paradas, así que me levanté como un tronante "sí" mientras iba corriendo a por una chaqueta y por mi mochila. Porque yo no usaba ni uso bolsos, no me caben los libros en ellos y yo siempre llevaba uno encima.

Salí de mi cuarto repasando que lo llevaba todo encima y me acerqué al de Axel, mi hermano menor –ambos somos adoptados, como los mellizos Tom y Mark– y todos un tanto... diferentes. Toqué la puerta hasta que me abrió.

-Voy de compras, necesitas algo... no sé –revisé su habitación con los ojos–, ¿tal vez un equipo de limpieza?

-No, gracias, vivo feliz en mi pequeño orden lleno de caos –se apoyó con el hombro en la jamba y se cruzó de brazos, el pelo rubio le caía sobre los ojos oscuros de veinteañero. Era tres años menor que yo y era todo un fanfarrón –, pero quizás tú necesites, no sé, un buen polvo.

Le siseé como una serpiente, le empujé con el poder de mi mente y le cerré la puerta en sus narices con un portazo telepático. Había estado practicando la telequinesia y era un gustazo que al fin pudiera hacer algo más que levantar un lápiz; leer mentes era, por otro lado, como respirar y no necesitaba esforzarme tantísimo. Estúpido, le exclamé mentalmente, haciendo que soltase una maldición al otro lado de la puerta de madera maciza. Seguidamente fui a ver a Miranda, no notaba la onda psíquica que irradiaba los cerebros de los gemelos por ningún lado de la casa ni los alrededores, por lo que estaba segura de que se encontraban en la ciudad gamberreando como siempre. Quizás me los cruzase.

Toqué dos veces seguidas la puerta de Miranda antes de entrar, estaba sentada tras su espléndido escritorio de arce, tecleando en su portátil sin parar. Pocas veces me había metido dentro de su cabeza desde que comencé a controlar mi don y no era algo que me apeteciera hacer, sinceramente, su coco era un hervidero de ideas, planes y muchas cosas que me darían dolor de cabeza.

- ¿Sabes que trabajar tanto te puede causar una muerte prematura?

Miranda levantó los ojos de la pantalla, medio ocultos tras las gafas de pasta negra, clásica y sofisticada a la vez, como ella. Me ajusté un poco la mochila a la espalda y la miré sonriendo.

Ángeles de Cristal (Capitán América)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora