Capítulo 11

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Si tenía la mínima esperanza de que tener a Wilson como compañero en esta misión no estaría tan mal, estaba equivocada, terriblemente equivocada. Como Thor había terminado por recorrer Reino Unido en busca de la espada junto a Visión, no había posibilidad de cambio de turno y me había tocado aguantar sus largos silencios y su mente, porque al abrirme a la gente a mi alrededor en busca de algo interesante, el coco de Wilson no era una excepción. Lo mejor era que no parecía darse cuenta de eso.

Y descubrí muchas cosas sobre él. Por ejemplo, que era veterano de guerra y que tenía unas alas de metal de última tecnología, increíble. Un par de veces tuve que refrenar mis arduos deseos de hundirlo a preguntas, porque veía sendas batallas y luego el rostro de una mujer. Una guapa mujer de pelo oscuro y ojos negros, que le miraba entre avergonzada y sorprendida.

Me apoyé en el alfeizar de la ventana del gran salón, uno de muchos en realidad, esperando a que Wilson moviera su culo hacia allí. Normalmente era puntual, los días anteriores lo había sido por lo menos, pero esta vez se estaba retrasando. Suspiré y repasé con la mirada el paisaje gris de finales de diciembre, si seguíamos así íbamos a pasar Navidad y Fin de Año en Reino Unido. No es que me desagradase la idea, pero... era tan raro todo.

Escuché unas pisadas aceleradas bajando las escaleras y me di la vuelta con los brazos en jarras y el ceño fruncido.

-Llega tarde y... ¿Capitán?

Steve Rogers estaba delante de mí, con un largo abrigo oscuro que llevaba abrochado, estaba tremendamente arrebatador y mi corazón saltó durante un momento. Oh, por favor... ¿es lo que me estoy imaginando?

-Sam tiene un contratiempo y lo voy a sustituir –me comunicó y yo tragué saliva, asintiendo mientras soltaba un débil: vale.

Me hizo un gesto para que saliese antes que él, todo un caballero. Caminé más recta que el palo de una escoba, iba a estar toda una tarde con el Capitán Rogers en una cafetería. Apreté el libro que llevaba en la mano con fuerza, normalmente con Wilson lo usaba para ignorarnos mutuamente, pero ¿debía hacerlo también con él?

- ¿Cómo está? –me preguntó educado cuando nos subimos en el coche.

-Bien –titubeé un momento y luego hice una mueca a la nada–, puede tutearme, no hay problema.

- ¿Te molesta que te trate de usted?

-Al principio lo entendía porque, bueno, yo era... soy –sacudí la cabeza corrigiéndome–, una extraña, pero ahora ya no le veo sentido. Además, me hace sentir como... más mayor.

- ¿Y eso está mal? –me preguntó lanzándome una mirada de reojo.

-No, pero tengo veinticinco años, Capitán Rogers –le dije colocándome un mechón de pelo tras la oreja donde relucía una pequeña perla como pendiente–, creo que tendré suficiente tiempo durante lo que me queda de vida para que me traten de usted.

Se mantuvo en silencio durante unos cuantos minutos que se me hicieron larguísimos, miré por la ventana, había empezado a llover. Menos mal que había cogido un paraguas. A la lejanía ya se veía una pequeña ciudad, casi suspiré aliviada.

-Bien, entonces puedes llamarme Steve –me dijo de repente, mientras aparcábamos. Apagó el coche y me guiñó un ojo que hizo que se me acelerara el pulso cardíaco–, yo tampoco llevo bien eso de que me consideren un señor mayor. Encantado, soy Steve.

Me extendió la mano derecha y se la estreché en un apretón amistoso, le sonreí ampliamente.

-Ahriel, y el placer es mío.

Ángeles de Cristal (Capitán América)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora