Era noche cerrada, la luna era la única luz que entraba por la ventana y solo se respiraba tranquilidad en la habitación. ¿Cuánto había dormido? ¿Por qué nadie había venido a despertarme? Bostecé mientras giraba la cabeza en busca de los números luminiscentes del reloj de la mesilla de noche, eran las tres de la madrugada. Llevaba cerca de ocho horas durmiendo, por el amor de Dios, qué pasada.
Me estiré como un gato, me encantaba hacer eso después de un largo sueño, que bien se sentía. Y, uff, necesitaba una buena ducha, hirviendo. Oh, sí. Me puse en pie de un salto ante la expectativa y en menos de diez minutos ya estaba bajo el chorro, restregándome el pelo con champú con un leve olor afrutado.
Estaba preocupada, no habíamos avanzado nada con el asunto de la espada, no sabíamos si HYDRA ya la tenía y qué estaba haciendo con ella, era lo que más nos tenía en vela a todos. Sin embargo, tenía un pálpito, si la espada se encontraba encajada en la roca y si un hechizo de verdad la envolvía, no habían sido capaz de sacarla. ¿Pero la habrían encontrado? ¿Por qué no les sondeé las mentes cuando pude? Maldita inútil, maldita inútil.
¿De qué servía un don si luego no lo usaba cuando la ocasión lo necesitaba?
Salí de la ducha en vuelta en una nube de vapor, me envolví en una toalla y cogí el cepillo para desenredarme el pelo. Lo tenía exageradamente largo, quizás debiera cortármelo. Me lo cepillé y luego me puse espuma, para que los rizos tomaran algo de forma. Me puse lo primero que pillé, una sudadera y unas mallas de hacer gimnasia, que no, nunca había usado para hacer gimnasia.
Las deportivas amortiguaban mis pisadas y en silencio me encaminé hacia la cocina, tenía un hambre voraz. Serví un tazón de cereales de chocolate con leche y me lo comí tan rápido que se me hizo poco y tuve que repetir, me estaban sabiendo demasiado a gloria. Abrí el lavavajillas y coloqué los utensilios que había usado, dentro. ¿Qué debería hacer ahora? Me di leves toques con el dedo índice sobre el mentón, lo más sensato era ir a hacer algo útil, meterme en la biblioteca e intentar conseguir algo que nos sirviera a averiguar la localización de espada.
Tirándome levemente de un rizo húmedo me encaminé hacia allí, me gustaba la noche, me gustaba el silencio de las estrellas y la luminosidad de la luna llena. Me detuve para mirar por la ventana, en menos de dos semanas sería Navidad y no habría familia con quien celebrarla.
Entonces fue cuando escuché unos golpes amortiguados, rítmicos y algún que otro resuello de falta de aliento. Alguien estaba usando una de las áreas de entrenamiento, con curiosidad, caminé para ver quién se ponía a golpear un saco de boxeo a las tres de la mañana y no tardé mucho en averiguarlo.
Se me detuvo el corazón durante una fracción de segundo.
Me estaba dando la espalda, con la camiseta empapada en sudor y totalmente pegada al cuerpo. Tragué saliva. Daba rítmicos puñetazos al saco relleno de arena, con furia y con rabia, como si en realidad estuviera golpeando otra cosa. Me imaginé que tenía los ojos entrecerrados, para ver bien la imagen en su mente. Con un último golpe el saco se cayó del soporte y se estalló contra el suelo, molido y roto. Di, un respingo y ahogué un grito, haciendo que se diera la vuelta y me mirara.
Oh, oh.
-Lo siento –le dije con la voz un tanto quebrada, dando un leve paso hacia atrás–, no pretendía molestar.
-No lo haces –se acercó a otra tanda de sacos de boxeo, cogió uno y lo colocó en el lugar donde estaba el otro–, ¿qué tal la cabeza?
¿El doctor Banner se lo había contado? Metí las manos en los bolsillos, un tanto incómoda, pero me encogí de hombros para restarle importancia, miré hacia otro lado. Debería irme.
-Lo escuché cuando se lo comentaba a Nat –se excusó.
-No pasa nada –le sonreí un poco azorada–, no es que sea un secreto de estado. Estoy mucho mejor, el doctor Banner me dio un par de analgésicos y me dijo que hiciera deporte para expulsar, ya sabes, la energía de más que recojo de aquello que me rodea.
Steve Rogers me miró con esos ojos azules que hicieron que me empezaran a temblar los labios, asique los apreté con fuerza, pero sin bajar la mirada. Noté sus ansias de hacerme preguntas, pero se detuvo, igual que detuve mis ganas de meterme en su mente. ¿Pero qué me pasaba? Nunca antes había sentido esto, vale, sí que me había encaprichado con algún que otro chico, pero el factor de leerle la mente sin querer a veces y averiguar que me quería más para meterme en su cama que para una posible relación, les quitaba todo el posible encanto que hubiese tenido.
- ¿Y qué pesabas hacer? –se había acercado a una mesa para reforzarse las vendas de las manos.
- ¿Hacer?
-Sí, deporte... ¿cuál tienes en mente?
-Ah, claro –me rasqué el puente de la nariz, pensando–, ni idea. Supuse que el señor Stark tendría alguna que otra cinta para correr... y eso...
Me callé ¿estaba haciendo tanto el ridículo como creía? Porque noté el cosquilleo que me ascendía por las piernas por las ansias de tomar el camino por el que había venido y huir para siempre.
- ¿Sabe boxear?
-Sé algo de Kick Boxing, mis hermanos me enseñaron... -apreté los labios de nuevo, repentinamente insatisfecha conmigo misma por haber sacado el tema.
El Capitán Rogers asintió y señaló las mesas donde había vendas nuevas y polvos. Lo miré extrañada, primero a él y luego a las mesas.
-Venga, si la ayudo a liberar algo de esa energía habré hecho mi primera buena obra del día –se me ocurrieron de repente otras formas de perder energía con él, fue un pensamiento rápido y me sentí profundamente avergonzada después de eso.
Me quité la sudadera, menos mal que me había puesto una camiseta, me recogí el pelo en una coleta y me empecé a atar las vendas, tal y como le había visto hacer hace un momento. Seguí su ritual paso a paso y me volví hacia él, que me observaba un tanto ceñudo. Me hizo un ademán para que me acercara y eso hice.
-Bien, coloca las piernas un tanto separadas, la derecha adelántala un poco más sí, bien –se alejó un poco y se puso en posición, a mi lado para empezar a hacer una sucesión de movimientos que fui copiando poco a poco hasta que les cogí el tranquillo–, eso es. Ahora vamos a por el saco.
Se colocó detrás del saco para agarrarlo, me dio la señal y empecé a dar tortas. Imaginé que tenía a Tom delante y que le daba con fuerzas, por hacer daño a mamá, por hacer daño a Axel... por destruir a nuestra familia. Aumenté la fuerza y pronto dejé de sentirme observada por el Capitán, como si solo existiéramos el saco de boxeo y yo. Y me sentó bien. A lo lejos escuché los ánimos del Capitán que a ratos se quedaba en silencio, como si sintiera que no hacían faltas las palabras.
Seguí dándole con furia y rabia, pensando en mi madre, en cómo nos había criado a todos con igual cariño y seriedad. Sus lecciones sobre auto control, sus nanas por las noches, los días enteros que se pasaba encerrada en el despacho, luego el funeral, la visita del notario con el testamento... Me detuve un momento cuando sentí un pinchazo de intuición, me llevé las manos a la cabeza.
- ¿Señorita Knight? –preguntó el Capitán acercándose, temía que me hubiera vuelto el fuerte dolor de cabeza–. ¿Se encuentra mal?
Levanté el dedo índice demandándole silencio y cerré los ojos, intentando pensar. ¿Qué tenía que ver el testamento de mi madre con todo esto? Apreté los ojos buscando entre los recuerdos:
-Sí, señor Knight –repuso el señor Victoriano, el notario de mi madre–, su madre ha dejado a su hermana como heredera de la última cifra de capital que ha recibido...
- ¡LAS CUENTAS! –exclamé mirando al Capitán como si me hubiera tocado la lotería.
- ¿Qué cuentas, señorita Knight? –preguntó con cautela, acercándose un paso mientras yo caminaba de un lado a otro.
-Estoy segura que mi madre recibió dinero de... –me detengo y le miro–, necesito un ordenador. Es urgente.
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Ángeles de Cristal (Capitán América)
Fanfiction"Si vas a dudar de algo, que sea de tus límites" Luchar contra la adversidad, plantar cara al obstáculo, defenderse contra los ataques. Cuando me vi reflejada en los ojos de Steve, el futuro no me pareció ni tan horrible, ni tan perdido como par...