Capítulo 18

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Me sudaban las manos. Notaba el cuerpo el frío y entumecido. Estaba nerviosa, muerta del miedo y la ansiedad. Yo no estaba hecha para esas cosas, ¿vale? Ni para la guerra, ni para las discusiones a voz de grito, ni para... Para nada. Era una chica tranquila, con una familia extraña, pero era feliz en mi pequeña burbuja.

Una burbuja que hacía mucho se había estallado y con ella se habían esfumado mi vida, mis sueños y mi familia. Mi madre.

Los latidos del corazón me aumentaron y un dolor me recorrió entera.

Levanté la mirada, la enfoqué en el exterior. Nieve. Estaba nevando. Una nochebuena blanca, que belleza y que tristeza cuando se tiña de sangre. Roja, caliente y espesa.

Es lo que me había enseñado la vaina, ahora colocada en mi espalda sobre un traje de lucha que me habían obligado a poner. "Necesitas un traje y, cabe la casualidad, que tengo uno para ti", maldito Tony y su dinero. Las mallas, negras, de licra y gruesas, me envolvían las piernas hasta el ombligo. Unas botas altas, planas y livianas me envolvían los pies. Y una especie de suave, femenina y oscura coraza me protegía la parte superior. Según él inspirado en un traje de esgrima tan perfecto que sería muy difícil que el contrario me hiciera algún daño y, claro, ignífugo.

Aspiré con fuerza, llenando los pulmones de oxígeno e intentando infundir valor a mi corazón.

Iba a ser muy difícil y no estaba segura de que estuviera preparada.

De repente ocurrió, una terrible explosión de energía recorrió la ciudad desde donde se encontraba Central Park. Me hizo retroceder unos pasos y colocar un brazo delante de los ojos, sentí como la larga trenza que me había hecho se agitaba con brusquedad.

Habían comenzado, le estaban empezando a dar rienda suelta al poder la espada, no esperaba que fuera tan grande y tan abrumador.

- ¡Ahriel! -Steve corría hacia mí, me envolvió entre sus brazos y escondió mi rostro en su pecho-, por alguna razón tenía la sensación de que tú... tú... pero estás aquí...

Parpadeé desorientada por su ininteligible cháchara, le toqué la mejilla y sentí como se relajaba. Me aparté de él para poderle mirar a los ojos y luego observé el exterior de la ventana. Había dejado de nevar de repente, pero el cielo se había vuelto rojo y fluctuaban sombras negras.

-Ha comenzado -miré a Steve de nuevo y supe, sin necesidad de meterme en su mente, lo que veían sus ojos en mi rostro.

Me cogió la cara con ambas manos, calientes, y me dijo que podría quedarme aquí, que yo no era un soldado, que no hacía falta que fuera con ellos. Que volverían antes de que me diera cuenta, que no quería que corriese semejante peligro.

- ¿Y tú qué? -le susurré colocando mi mano sobre la suya, entrelazando los dedos sobre mi mejilla-. ¿Te crees que voy a dejarte ir tan fácilmente?

-Es diferente, somos diferentes -unió su frente con la mía y sentí leves escalofríos, cuanto más contacto, más fácil la conexión mental-, yo soy un súper soldado, ¿recuerdas?

-Eso no te excusa -le susurré cerrando los ojos, mi corazón estaba tan henchido de felicidad en ese momento, que cuando me di cuenta la incertidumbre volvió a envolverme-, eres mortal, puedes morir y no lo voy a permitir.

Me separé de él y, poniendo distancia entre nosotros, levanté un brazo para señalar por la ventana.

-Ahí van a estar mis hermanos -los ojos azules de Steve me traspasaron-, además, tengo que recuperar mi espada.

***

No parecía un plan muy convincente la verdad, bueno, nada convincente. Parecía más bien entrar por las buenas, causar jaleo para distraerles y yo poder conseguir la espada. Difícil y además con muchas probabilidades de no salir vivos de ahí.

Menos Bruce. Él era una gran masa verde anti todo lo bélico, él seguramente viviría. Bien, uno menos dentro de la gráfica de muertos. Que optimismo.

-Tony, estás majara.

James Rhodes alias War Machine, un señor afroamericano, nacido en el sector sur de Filadelfia, Pensilvania y muy amigo de Tony Stark. Tiene un traje igual de chulo que él y además estaba allí con nosotros con la intención de echarnos una mano.

-Es posible, ya sabes el dicho, la línea entre la genialidad y la locura es delgada.

-No creo que lo hayas dicho correctamente -masculla Sam sentando al lado de Rhodes.

-Yo creo que sí.

- ¿Porque lo dices tú?

-Lo vas captando, pajarito.

Sam tensó los labios, pero decidió dejarlo por perdido, ponerse a discutir en un momento como este no era la mejor opción y, en silencio, le di la razón. Nos encontrábamos en la sala de juntas, sentados alrededor de una mesa con holograma y todos, o casi todos, vestidos ya para la acción.

No estaba segura de que aquello fuera a salir, si quiera, decentemente, pero Steve, se encontraba callado. Sumido en un profundo silencio reflexivo, dando vueltas a muchas cosas y no parecía prestar atención a nada. Le puse una mano sobre el brazo, haciendo que saliera de su mutismo.

- ¿Todo bien? -le susurré.

Él solo me apretó la mano, se puso en pie y se dirigió al equipo al completo.

-No nos queda tiempo, el plan de Tony tendrá que servir -colocó las manos en su cintura y me miró fijamente, con el pesar cargando en su rostro-, él y Rhody entraran volando junto a Thor, haciendo de cebo. Mientras los demás vamos por diferentes túneles en el subsuelo para tomarlos por sorpresa. El plan tiene muy pocas posibilidades de salir bien, vamos a ponernos a un peligro que puede suponernos la muerte. No reprocharía si alguien quisiese quedarse atrás.

Sí, sí, aquello iba a por mí, pero lo desafié con los ojos llameantes, podría estar muerta de miedo, pero no iba a dejar que aquello me impidiese luchar. No estaba preparada para matar, pero tampoco iba a tener que asesinar gente por las buenas.

-Bruce, necesitamos que en cuanto saltemos al campo de batalla des rienda suelta a Hulk.

El doctor Banner no tenía buena cara, como si le doliese el estómago, sin embargo, asintió hacia el Capitán.

-Ahriel -Tony se dirigió a mí, serio como muy pocas veces-, necesitamos que controles esa espada, como si te fuera la vida en ello. Thor nos ha contado que con, digamos el aliciente indicado, esa espada es capaz de abrir puertas entre mundos y no descartamos la idea de que su plan sea solo una obtención de poder desmedido, sino un Apocalipsis como en muy pocos textos se relatan.

-El Ragnarök -asintió Thor ceñudo, con los brazos cruzados sobre el pecho-, y si eso ocurre, que Odín nos ayude porque puede suponer el fin del Midgard.

Asentí como el que más, solemne y repentinamente decidida. Si mi sino era morir, moriría con mis amigos y con el alma en paz.

-Bien, en marcha.

A vida o muerte, íbamos a intentar parar ese desmadre con todo lo que tuviéramos, solo esperaba ser más fuerte que la última vez que encaré a mis hermanos. Recé a todas las divinidades conocidas y supliqué a mi madre que me diera fuerzas, porque las iba a necesitar.

Ángeles de Cristal (Capitán América)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora